ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Declaración de Barcelona y 155
saciones. El PSC se rompió entonces. El sector independentista, no organizado, fue abandonando el «barco» del PSC, coincidiendo, eso sí, con su pérdida de poder autonómico y local. Salieron los Ernest Maragall y Marina Geli, por ejemplo, que habían sido consejeros de la Generalitat. Ahora están en ERC y Junts, respectivamente. Para evitar la ruptura, se llamó a dos « fontaneros » . Ramón Jáuregui y, otra vez, Iceta. De su pacto de no agresión, Alfredo Pérez Rubalcaba mediante, salió la Declaración de Granada ( julio de 2013). A favor de la España plural, pero unida. «plurinacionalidad» hizo el resto. Superó el 80 por ciento de los votos en Cataluña en esas primarias.
La victoria de Sánchez inauguró una etapa normalizada en la que ambas direcciones estaban en plena sintonía, que cristalizó en la Declaración de Barcelona de julio de 2017. Ese documento es, a día de hoy, la hoja de ruta del PSOE en materia territorial. El texto dice así: «La solución definitiva al actual desencuentro pasará por una reforma constitucional que haga de España un Estado federal. En este camino, es necesario avanzar hasta reconocer plenamente su carácter plurinacional». Sus planteamientos chocaron con el golpe institucional de la Generalitat de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. La relación entre Sánchez e Iceta fue fundamental para que el líder del PSOE pudiese retener al PSC a su lado en su decisión de apoyar a Mariano Rajoy en la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Los socialistas catalanes expresaron no obstante su incomodidad con los sucesos de esos días. Especialmente con la actuación policial del 1 de octubre. Aunque en esa campaña el PSC apostó por que Sánchez ejerciera un papel limitado. El acceso a La Moncloa en 2018 y el convencimiento de que, ahora sí, es el momento de un discurso que abogue por la superación de los dos bloques hicieron el resto para consolidar el idilio.
La bibliografía del «proceso» supera ya los 150 títulos, a los que se han añadido dos más (tres, si contamos el panfleto de la imputada Borràs, «Hija del 1 de octubre»). Acabo de leer «2017. La crisis que cambió España» (Deusto), de David Jiménez Torres y «Combate por la concordia» (Espasa), del premio Nacional de Historia Roberto Fernández.
El profesor Jiménez Torres, hijo de Federico Jiménez Losantos, nació en Madrid en 1986 porque no pudo nacer en Barcelona: Sus padres se vieron obligados a dejar Cataluña: Jiménez Losantos, con un tiro en la pierna, secuestrado por Terra Lliure. Su «pecado»: firmar el Manifiesto de los 2.300 en defensa de los derechos de los castellanoparlantes. En 1983, explica Jiménez Torres, sus padres se sumaron a las 14.000 personas que hubieron de abandonar la Barcelona que fue cosmopolita.
Sin ese «antes», no se entiende el «durante» y el «después» de lo que Jiménez Torres denomina la «crisis de 2017» en la democracia española. Y en el «ahora» veremos cómo culminará Sánchez el acercamiento al independentismo.
La «mesa de diálogo» donde la parte secesionista impone la amnistía y autodeterminación, no puede marginar a los catalanes no nacionalistas: «Los separatistas catalanes han cruzado tantas líneas rojas que cualquier partido que intente colaborar con ellos deberá alejarse más de la Constitución y de las pautas de un verdadero Estado de derecho de lo que jamás se había alejado...». El separatismo catalán, concluye Jiménez Torres, «ha alcanzado cotas antisistema que lo convierten en un socio, más que indeseable, corrosivo».
Si no acotamos el significado de las palabras, la palabrería desemboca, otra vez, en conflicto. «Parece que hemos perdido, en todos los campos, las nociones esenciales de la inteligencia, las nociones de límite, de medida, de grado, de proporción, de relación, de referencia, de condición, de vínculo necesario, de conexión entre medios y resultados…». Lo escribió Simone Weill en «No recomencemos la guerra de Troya» (1937).
Conviene saber de qué hablamos al hablar de indultos, amnistía, república, referendo, autodeterminación, pueblo, libertad de expresión, lengua propia, nación, exilio, democracia… O el estrambótico «derecho a decidir»: lo apoyó el PSC y ahora Iceta se arrepiente.
En «Combate por la concordia», Roberto Fernández opone el «catalanismo hispánico» de Almirall, Maragall o Cambó al nacionalismo y el independentismo. Un catalanismo al que le importa Cataluña en igual medida que le importa España: «La misión de los próximos años es precisamente arrebatar la palabra catalanismo al nacionalismo y secesionismo para que sigamos utilizándola quienes vemos en aquel un positivo lazo de unión entre catalanes y españoles, entre ser y sentirse catalán y ser y sentirse español…»
Volvemos al «diálogo» que el PSOE acepta. Una «mesa» entre el gobierno de España y los secesionistas. Como bien apunta Fernández, el ejecutivo catalán, «no negocia en nombre de Cataluña, sino del separatismo». El resto de los catalanes, «tenemos una molesta e indeseada sensación de orfandad propiciada por el ejecutivo catalán, que parece pensar y actuar como si aquello que él denomina “el pueblo catalán” sea en realidad el pueblo que es nacionalista, es decir, el pueblo catalán comme il faut». Al gobernar solo para el independentismo, impiden la identificación del resto de catalanes «con la idea de Cataluña».
No solo el independentismo ha hecho antipática Cataluña al resto de españoles. A muchos catalanes les repele ver su lengua prostituida por la propaganda de una Generalitat volcada en la hispanofobia.
Urge, por tanto, restaurar la convivencia que destruyó el «procés». El autor enumera las asignaturas pendientes: «Eliminar la dictadura de los sentimientos inflamables y la posible soberbia de una razón que desprecia toda emotividad, los fundamentalismos y las épicas nacionalistas, las liturgias patrióticas desmesuradas y los redentores de pasados irredentos, las propuestas ilusorias y las consignas doctrinarias, los discursos “líquidos” y la fabricación de “hechos alternativos”, las políticas espectáculo y los simbolismos estériles, los tópicos con mala intención y las gesticulaciones provocativas, los eslóganes publicitarios y la propaganda engañosa, las vanas arrogancias baldías y los mesianismos caducados, el tacticismo oportunista propio del cortoplacismo y la triquiñuela política, las tentaciones de populismo y las fantasías autárquicas…».
Tenemos para otra década si la tierra quemada que dejará la pandemia no obliga al secesionismo a un aterrizaje forzoso en la realidad… Y el campo semántico del llamado «diálogo» es un campo de minas.
Palabrería
Si no acotamos el significado de las palabras, la palabrería desemboca, otra vez, en conflicto