ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
CONTINUIDAD Y LOCALISMO
¿Qué se puede esperar de la política exterior de la Administración Biden hacia América Latina?
Para explicar la política exterior de EE.UU. –más allá del gobierno republicano, demócrata o trumpista de turno– resulta socorrida la metáfora del barco de eslora mastodóntica al que cuesta muchísimo virar de improviso. Ya sea un enorme portaaviones nuclear o un gigantesco crucero de placer, el hecho es que los niveles de continuidad en las relaciones internacionales del gigante americano son muy significativos. Por mucho que toda la acumulada polarización/crispación alcanzada en su política doméstica tienda a sugerir bandazos muchos más drásticos.
Otro factor relevante para hacerse una idea de las querencias de la diplomacia de EE.UU. con independencia de cambios en la Casa Blanca es la desmedida influencia ejercida por intereses locales. Precisamente por el particular sistema electoral americano, no es muy difícil para determinados grupos adquirir un protagonismo desmedido. Una intersección recurrente entre lo particular y lo general sería el caso de Florida, estado de la Unión clave para sentarse en el despacho oval.
En el frente de la política exterior hacia América Latina, salvo en el frente de inmigración, Biden tampoco resulta inmune a la continuidad. Un buen ejemplo sería el reconocimiento a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela y la consideración de que la Asamblea Nacional del 2015 es la última institución democrática que queda frente al régimen de Maduro. Todo un reiterado respaldo al amenazado líder opositor que se encuentra más amenazado que nunca por el chavismo después de que la Unión Europea optase por rebajar su estatus de «interlocutor privilegiado».
Por otra parte, se anticipa que las prioridades de Biden en materia de cambio climático, derechos humanos y corrupción no van a gustar a todos los líderes latinoamericanos. Como tampoco puede gustar en el sur de la Florida el deseo de abandonar la política de mano dura contra el régimen castrista de Trump. Lo que sí está claro es que, en comparación con los últimos cuatro años, a partir de ahora toda la región va a tener que tomarse mucho más en serio a Washington.