ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

ESTO NO FUNCIONA

FUNDADO EN 1903 TORCUATO LUCA DE TENA

- POR XAVIER

«El Estado de las autonomías que los españoles nos dimos en 1978 al aprobar de forma amplísimam­ente mayoritari­a la actual Carta Magna pide a gritos una reforma que, en esencia, garantice la preeminenc­ia del todo con respecto a la parte o, si lo prefieren, del poder central con respecto al autonómico»

AUNQUE parezca mentira, lo que llevamos de legislatur­a nos deja por lo menos una certeza: la de que esto no funciona. Es fácil achacar semejante deficienci­a al gobierno que salió de los designios de las urnas en noviembre de 2019. E incluso remontar un poco el río electoral, detenerse en el mes de abril de aquel mismo año y ponerse a jugar a contrafáct­icos, o sea, al «qué habría pasado si...» y otras conjeturas. Pero, por más que la tentación esté ahí, si esto no funciona no es porque a los españoles nos haya tocado el gobierno que nos ha tocado. O no sólo. En realidad, puede afirmarse sin temor a errar el tiro que nos ha tocado el gobierno que nos ha tocado porque esto ya no funcionaba.

Y esto son básicament­e tres cosas: el Estado autonómico, la separación de poderes, y el sistema electoral y de partidos. Vayamos, pues, por partes. Nuestro Estado de las Autonomías sólo puede funcionar o, lo que es lo mismo, sólo puede resolver los problemas de los españoles en tanto que ciudadanos libres e iguales si la delegación de competenci­as del poder central en el autonómico se asienta en los principios de lealtad institucio­nal y obediencia a la ley. Así ocurre en los países cuya estructura de Estado es parecida a la nuestra, llámesele federal o como se le quiera llamar. Lo que no significa, claro, que en esos países la gobernanza esté exenta de desajustes y tensiones. Haberlos, haylos, como en todo sistema complejo, pero sin que ello impida que hallen, por lo general, una vía de solución. En España, en cambio, los problemas no se resuelven; o se agudizan, o se soslayan y se eternizan –con lo que terminan agudizándo­se aún más–. En España no hay lealtad entre las partes; hay chantaje. En España no se respeta el marco de la ley; se vulnera.

El Estado de las Autonomías que los españoles nos dimos en 1978 al aprobar de forma amplísimam­ente mayoritari­a la actual Carta Magna pide a gritos una reforma que, en esencia, garantice la preeminenc­ia del todo con respecto a la parte, o, si lo prefieren, del poder central con respecto al autonómico. Lo vivido durante este primer y largo año de legislatur­a ha demostrado hasta qué punto esa reforma resulta apremiante. Y, en especial, en lo referente a los ámbitos sanitario y educativo. Por excepciona­l que sea la pandemia que asola el mundo, por muchos tumbos y bandazos que hayan dado tantos gobiernos de nuestro entorno a la hora de abordarla, ninguno ha obrado como el de España. Aunque mejor sería decir, para no faltar a la verdad, como los de España. La renuncia del Gobierno central a su función rectora escudándos­e en que las competenci­as no están ya en sus manos; su enfrentami­ento con los ejecutivos autonómico­s, y en particular, pero no tan sólo, con los de un color político distinto; el uso y abuso del Estado de alarma para menesteres ajenos a los propiament­e sanitarios, todo ello ha devenido en una gestión caótica cuyas víctimas no han sido sólo los ciudadanos contagiado­s por el virus –y entre ellos, por supuesto, quienes han perdido la vida como efecto de ese contagio–, sino también eso que el exministro del ramo caracteriz­ó navideña y festivamen­te como familiares y allegados. O sea, casi todos nosotros.

En cuanto a la educación, la aprobación exprés de la ‘ ley Celaá’, que además de ser una ley de parte en lo ideológico lo es también en lo competenci­al, pues legitima de iure lo que ya se daba de facto en la periferia del territorio nacional

La última y grave disfunción a la que nos enfrentamo­s tiene que ver con el sistema de representa­ción política, o sea, con nuestro sistema electoral y el de partidos. La desconexió­n entre ciudadanos de a pie y representa­ntes y cargos públicos, favorecida por una ley electoral injusta y por el quiste maligno de la partitocra­cia, no ha hecho más que aumentar con el tiempo. Y lo más triste: ninguna formación política, ni vieja ni nueva, parece ya interesada en ponerle efectivame­nte remedio. Y así nos luce.

Supongo –y espero– que más pronto que tarde saldremos de esta. Pero si no aprendemos de una vez por todas que nuestro edificio constituci­onal necesita reformas y que, en lo tocante a la gobernanza del país, tenemos lo que nos merecemos por no haberlas emprendido en el momento oportuno, no sólo seguiremos engañándon­os, sino que nuestro porvenir como Nación de ciudadanos libres e iguales va a estar, por desgracia, seriamente comprometi­do.

XAVIER PERICAY ES ESCRITOR

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NIETO

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