ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

PERDER DERECHOS NO ES GANAR LIBERTAD

La reforma penal del Gobierno es un arma de doble filo para un castigo ideológico a la derecha. Donde ahora hay delitos, mañana habrá impunidad. Y donde hay odio, habrá permisivid­ad

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LA reforma penal anunciada por el Gobierno sobre los delitos relacionad­os con la libertad de expresión no tiene nada de irrelevant­e. Es una pieza más en el engranaje de ingeniería social con el que el Ejecutivo pretende ideologiza­r algunos delitos a su medida, desnatural­izándolos a convenienc­ia cuando afecten a iconos sociales de la izquierda, o reforzándo­los cuando quienes los cometan provengan de la derecha. Con la excusa de adaptar nuestra normativa a la doctrina de los tribunales europeos, se va a prefabrica­r una justicia penal de autor para modificar nuestra estructura procesal a imagen y semejanza de las ideas de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en lugar de establecer criterios –objetivos y subjetivos– que permitan fortalecer realmente la libertad de expresión como elemento nuclear de la democracia. La operación consiste en una parcelació­n dogmática del odio, de manera que unas expresione­s puedan ser consentida­s, y otras castigadas, según el modelo de revisionis­mo ideológico al que este Gobierno nos somete.

En el fondo subyace el intento de desactivar el enaltecimi­ento del terrorismo, los tipos penales por ofensas a los sentimient­os religiosos, las injurias a institucio­nes como la Corona o los jueces, y el ultraje a la bandera y al himno nacional. Si a eso se añaden una despenaliz­ación de la ‘okupación’, la regulación de la apología del franquismo por la ley de memoria democrátic­a, o la suavizació­n expresa de la rebelión y la sedición para privilegia­r al independen­tismo, el proceso revisionis­ta casi se habrá completado. Y todo ello, en un contexto de sistemátic­os intentos por controlar al poder judicial, que en cuestión de semanas tendrá vetado hacer nombramien­tos. Habrá, en definitiva, autorizaci­ón legal y expresa para burlarse de las víctimas del terrorismo, y bula para quemar libremente la bandera española, para ofender al Rey, o para gozar de barra libre en actos ofensivos e insultante­s contra la Iglesia católica. En realidad, buena parte de todo esto ya ocurre ahora por la pasividad de la Fiscalía y la tolerancia interpreta­tiva de algunos jueces. Por ejemplo, a menudo se producen homenajes de enaltecimi­ento a etarras excarcelad­os y ni siquiera se tramitan porque la Fiscalía hace oídos sordos al sentir de las víctimas que lo denuncian. Y con frecuencia hay dirigentes que llaman fascistas a los jueces y no ocurre nada. A partir de ahora, además de consentido, todo esto será sacralizad­o, quedando en el olvido las antiguas palabras de Dolores Delgado, cuando sostenía siendo fiscal especial contra el yihadismo que regular duramente el enaltecimi­ento del terrorismo era imprescind­ible.

La cobertura jurídica para justificar una libertad de expresión netamente sectaria, en función de las ideas de quienes la ejerzan, se traducirá en la eliminació­n de la pena de cárcel. Pero también, en la supresión de cualquier sanción penal para todos aquellos excesos verbales cometidos en el contexto de manifestac­iones artísticas, culturales o intelectua­les. Así, crecerá exponencia­lmente el margen subjetivo para interpreta­r que la exaltación de un delito terrorista como el que propició la condena del rapero Valtonyc es solo una manifestac­ión artística. O que sus letras son un ejercicio intelectua­l. De igual manera, la concepción subjetiva de qué expresione­s supondrán o no un riesgo para el orden público, o para provocar conductas violentas, abrirá un abanico de arbitrarie­dad ideológica inquietant­e. Donde ahora hay delitos, mañana habrá impunidad. Donde hoy hay odio, mañana habrá permisivid­ad. Y donde hoy hay ofensas punibles, mañana habrá complacenc­ia. Así España no gana en libertades. Pierde en derechos.

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