ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

DESFIGURAR LA DEMOCRACIA

Iglesias se ha reafirmado en que España no es una democracia plena, y lo grave no es que lo diga, sino que Sánchez se lo consienta por lo que conlleva de degradació­n moral del Gobierno

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Lagravamie­nto de la crisis política e institucio­nal causada por Podemos no solo está arrastrand­o al PSOE, sino que señala a Pedro Sánchez como el causante último de un deterioro democrátic­o como nunca se había vivido en cuarenta años. El PSOE es el cómplice permisivo que consiente a Pablo Iglesias arrastrar por el barro nuestro sistema político y la imagen de España en el extranjero, y es el máximo responsabl­e, con su pasmosa pasividad, de que el socialismo esté poniendo en jaque su condición de partido constituci­onalista. En este contexto, Sánchez se halla en una disyuntiva crucial porque la aventura con Podemos está llegando a un punto de no retorno. Si sigue gobernando con Iglesias, la descomposi­ción de España en lo económico, lo político, lo institucio­nal o lo judicial incrementa­rá la degradació­n moral del populismo de extrema izquierda hasta convertir al propio Sánchez en un presidente antisistem­a, si no lo era ya de fábrica.

Ayer Iglesias se reafirmó en que España no es una democracia plena. Quiere que gobierne una minoría de sediciosos, separatist­as y terrorista­s, y eso no es solo un eslogan propio de campaña electoral para combatir la previsible debacle de Podemos en próximas citas electorale­s. Es su manera inexorable de destruir nuestro sistema de convivenci­a. Desde el seno del propio Ejecutivo, dinamita a diario la acción de gobierno y nos acerca a los regímenes más autoritari­os, como si fuesen modelo de algo más que de causar miseria y destrozar libertades. La campaña de acoso a la Corona, ante la que Sánchez calla y otorga con una irresponsa­bilidad inédita, ha vivido su último episodio en RTVE, de la que se ha apropiado Iglesias con la connivenci­a de La Moncloa. Las ofensas a la Familia Real son tan descarnada­s como manipulada­s y alimentan una estrategia basada en la inoculació­n de odio. No son episodios ocasionale­s, ni equivocaci­ones puntuales de edición de un rótulo de un programa. Es la filosofía que se ha instalado en el ente público a las órdenes de Podemos, con la sumisión del PSOE. Pero esto ha llegado ya demasiado lejos y el despido de editores sin escrúpulos ya no es suficiente. Lo grave es la utilizació­n de la televisión pagada por todos los españoles para sembrar una discordia cainita y crear el caldo de cultivo para que el sistema político sucumba. No hay errores, sino una atmósfera destructiv­a. Lo mismo ocurre con la política exterior, boicoteada inmoralmen­te desde dentro del propio Consejo de Ministros, donde se pone como modelo de democracia a la Rusia de Putin, y en cambio se retrata a España como un país represivo porque encarcela injustamen­te a Oriol Junqueras o a Arnaldo Otegui. Es inaceptabl­e pero Sánchez lo acepta. De nada sirven sus peroratas de que el PSOE no gobernará con separatist­as. Como si lo hace constar ante notario. Seguir gobernando con Podemos solo aniquilará una parte de nuestra democracia.

La segunda opción que tiene es romper con Podemos. Pero esa no es una alternativ­a para Sánchez. Fracturar la coalición de gobierno supondría convocar elecciones y arriesgars­e a perder el poder. Entre mantener su obsesión por gobernar a toda costa y que España deje de degradarse, o entre seguir durmiendo en La Moncloa o demostrar un mínimo aprecio por la democracia, Sánchez ya ha elegido. El relativism­o de los ministros y barones socialista­s que tanto se quejan es caso aparte porque solo demuestran que su alto concepto del poder pesa mucho más que su dignidad política. El problema de España ya no son solo las distorsion­es de Podemos, sino el plan premeditad­o de Sánchez y de todos sus ministros para desfigurar­la.

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