ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
A prueba del coronavirus
dades están dando incentivos como cupones para consumir en tiendas y restaurantes locales e internet gratis. Incluso se prometen las vacunas del coronavirus, que está previsto inocular primero a 50 millones de personal esencial y, después de las fiestas, al resto de la población: 1.350 millones de personas. Según informa Afp, mientras en Pekín se repartirán 40 millones de yuanes (5,1 millones de euros) entre quienes «respondan a la llamada del Gobierno de quedarse quietos», la ciudad oriental de Hangzhou entrega 1.000 yuanes (127 euros) a los trabajadores para que no abandonen sus fábricas u obras en estas vacaciones. Como muchos de ellos no podrán volver a casa para ver a sus hijos, el Ministerio de Asuntos Civiles ha ordenado a los gobiernos locales que faciliten las llamadas y videoconferencias de los siete millones de niños que se calcula viven separados de sus padres.
Debido a todas estas limitaciones, gigantescos aeropuertos como los de Pudong y Hongqiao en Shanghái presentan estos días una estampa muy distinta al bullicio habitual, con sus pasillos y puertas de embarque casi vacíos. Pero, por supuesto, todavía hay muchos chinos que siguen viajando y, aunque sean menos de la mitad, son más que suficientes para llenar los trenes, sobre todo los que en este primer éxodo van desde las ciudades industriales de la costa hasta el interior.
Aunque la televisión estatal CCTV ha informado de que el 28 de enero, el día de la Operación Salida, los desplazamientos cayeron un 74 por ciento con respecto al año pasado, los ferrocarriles chinos esperan transportar hasta el 8 de marzo a 400 millones de pasajeros, lo que supone unos diez millones al día. El lunes, el tren de alta velocidad entre Shanghái-Hongqiao y la estación de Hankou, en Wuhan, iba hasta los topes. A la llegada, revisores con trajes especiales de protección recibían a los pasajeros procedentes de las provincias del noreste donde ha habido re
Las estaciones de Pekín mostraban anteayer este aspecto, frente al desierto de los aeropuertos brotes del coronavirus, quienes debían presentar el certificado de su test PCR negativo durante la última semana. Por seguridad, este corresponsal se ha hecho durante el último mes tres pruebas, que solo cuestan 80 yuanes (10 euros) y cuyos resultados se envían al día siguiente al móvil. Pero, al movernos solo por zonas de bajo riesgo, lo único que hay que presentar para entrar en lugares públicos es el código de salud QR, que registra la ubicación durante las dos últimas semanas, el historial médico y si alguno de los contactos guardados en el móvil ha sufrido el Covid-19.
A las puertas del Hospital Central de Wuhan, que hace justo un año atravesaba el pico del coronavirus y lleva desde el verano sin informar de contagios locales, una cola aguarda para hacerse la prueba en una carpa azul. «Vengo de Hangzhou, donde trabajo en una fábrica de ropa, y tengo que hacerme el test para entrar en mi ciudad natal, Xiaogang, y poder pasar las vacaciones con mi familia. De lo contrario, tendré que cumplir una cuarentena de dos semanas » , nos cuenta Dong Zhou, de 24 años, bajo el frío húmedo y la niebla que emerge del Yangtsé y envuelve a Wuhan en invierno.
Para celebrar su victoria sobre la epidemia, por toda la ciudad se han colgado 30.000 farolillos rojos, que brillan entre la bruma en sus majestuosos puentes y futuristas autopistas. El año pasado, aquí se quedó atrapado un joven terapeuta apellidado Zhang, quien le cambió el último turno a un compañero y no pudo salir de Wuhan tras su cierre el 23 de enero, que duró 76 días. «No pude regresar a mi ciudad, Huanggang, a pesar de que no está lejos. Al principio del confinamiento, teníamos mucha ansiedad porque no podíamos contactar con nuestras familias. Pero seguimos las recomendaciones del Gobierno y, con el reparto de comida que hacían los voluntarios, nos fuimos acostumbrando poco a poco a la situación y nos pasábamos el día enganchados a la tele, internet y los videojuegos», recuerda mientras pasea por la popular calle comercial Han. Aunque admite que la experiencia fue dura, cita un refrán chino para justificar que siempre hay alguien que debe sacrificarse: «¿Quién irá al infierno si yo no lo hago?».
Reunión familiar
Para los chinos, el año nuevo lunar es un momento de reunión familiar, de sentarse junto a los seres queridos en torno a una copiosa cena y ver en televisión la gala de la Fiesta de la Primavera, el programa más seguido del mundo con 700 millones de espectadores. Debido al éxodo masivo a los pueblos, grandes ciudades como Pekín y Shanghái se quedan prácticamente desiertas y sus habitantes se pasan el día jugando al ‘mahjong’, una especie de dominó con más de cien fichas, y enviándose por internet sobres rojos (’hongbao’) con dinero. Además de visitar a los parientes y amigos, estos días se acude a los templos, más para pedir suerte que para rezar, pero los aforos se han visto limitados drásticamente y muchas celebraciones callejeras han sido canceladas. Por culpa del coronavirus, para hacer todo esto habrá que esperar al año que viene, siempre y cuando el buey y las vacunas se lleven la peste del siglo XXI que trajo la rata.
En Pekín se repartirán 5,1 millones de euros entre quienes acepten la petición del Gobierno de quedarse en casa