ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
El PSC gana las elecciones, pero el independentismo amplía su mayoría
Con una altísima abstención, la victoria de Illa resultará estéril en un nuevo Parlament que seguirá controlado por el secesionismo
tida a Junts, o lo que es lo mismo, Junqueras rebasó finalmente a Puigdemont, logrando por fin, y aunque por los pelos, poco más de un punto de diferencia, el ansiado ‘sorpasso’ de ERC sobre su histórico rival. Los candidatos vicarios Pere Aragonès y Laura Borràs deberán entenderse para formar gobierno, pero ahora con los republicanos ostentando la presidencia, una situación inédita, y nada cómoda, para los herederos de la antigua Convergència, siempre acostumbrados a tutelar a los republicanos. El PDECat que reivindicaba sin tapujos el legado del partido de Pujol y Mas se queda finalmente fuera de la cámara, en una oportunidad perdida para que el secesionismo no unilateralista añadiese un matiz algo más moderado a la alianza de ERC y Junts. Los 75.000 votos que obtuvo la exconsejera Àngels Chacón y que no se tradujeron en representación impidieron muy probablemente que Junts ganase una vez más la partida a los republicanos. Sumado todo el voto independentista, también el del PDECat, superan la barrera del 50%.
Mesa de diálogo e indultos
Es aún pronto para saber si la victoria de ERC, teniendo que soportar a Junts en el gobierno, conduce a una fase más atenuada del ‘procés’. Frente a las estridencias y el independentismo exaltado de Borràs, o las pinceladas hispanófobas de miembros de su lista como Joan Canadell, ERC defiende ahora un secesionismo de marcha lenta, con voluntad de influir en el Congreso de los Diputados y que ha brindado al Gobierno de PSOE y Podemos un apoyo imprescindible. Esquerra, reforzada, ostentando probablemente la Presidencia de la Generalitat, podrá exigir a Pedro Sánchez que ponga ya en marcha su agenda de la atenuación, con la mesa de diálogo y los indultos como etapas inmediatas.
Los resultados de anoche no se entienden sin la altísima abstención, fruto de semanas en las que se instaló en Cataluña un discurso del miedo sobre la seguridad de votar en plena pandemia, incluso con un intento frustrado por el TSJC, de posponer los comicios. Así, como se esperaba, se produjo una muy baja participación, 25 puntos más de abstención que en 2017, regresando Cataluña a los niveles de participación de la etapa anterior al ‘procés’. El mapa de la abstención que se fue configurando ya desde que se conocieron los primeros datos indicaba que, de nuevo, el independentismo se había movilizado de manera más activa, siguiendo el patrón habitual de las elecciones autonómicas, en las que el voto no nacionalista ha sido siempre más abstencionista.
La región metropolitana de Barcelona y las zonas más urbanas de Tarragona votaron menos por ejemplo que Gerona y Lérida, lo que empujó a fuerzas como ERC y, de manera relevante, la CUP a una mejora notable. Los antisistema doblaron escaños con respecto a 2017 –de cuatro a nueve–, aprovechándose de que la menor participación premió a los partidos con un electorado más fiel. La CUP, que había insinuado en campaña, y con no pocas tensiones internas, su predisposición a entrar en un futuro Govern, vuelve a tener el control del campo secesionista dado que la suma de Junts y Esquerra no alcanza la mayoría absoluta de 68 diputados.
Otra foto clave de la noche de ayer fue la espectacular irrupción de Vox, con Ignacio Garriga al frente, superando al PP en votos y escaños y recomponiendo de arriba a abajo el perfil de la oposición de derechas al independentismo. El desplome de Ciudadanos fue más duro de lo esperado, y la importante pero inútil victoria de 2017 –primera fuerza en votos y 36 diputados–, se ha hecho añicos. Carlos Carrizosa, que en verano reemplazó a Lorena Roldán como candidata, ve como Vox incluso les pasa por delante.
Empate político
El partido de Garriga irrumpe como un vendaval y desbarata también el intento del PP de afianzar su posición en la cámara tras haber alcanzado en 2017 su mínimo histórico de cuatro diputados. Ni el fichaje de la exdiputada naranja Lorena Roldán, ni el de Eva Parera para reforzar el perfil catalanista moderado, en aras de la construcción de lo que llamaron la «casa común del constitucionalismo», han convencido al electorado. El partido que preside Pablo Casado seguirá en Cataluña ostentando una posición casi residual, cayendo por debajo incluso de su mínimo histórico de 2017. Entonces lograron cuatro diputados, ahora se quedan en tres.
En este escenario, y pese al bienitencionado optimismo de algunos –fruto del agotamiento y las ganas de abrir una nueva etapa tras una década de ‘procesismo’–, el equilibrio de bloques en Cataluña se mantiene. Frustrante empate político. Cataluña no pasa página.