ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Una vivencia real

- CARMEN GARCÍA DE POLAVIEJA

Desde hace días en mi página de Facebook me encuentro con una ONG que no dudo, en absoluto, de que hará una labor encomiable a favor de los derechos humanos. Y al leer su reclamo resbalan lágrimas por mis mejillas. «¿Qué sabes de lo que sucedió en las residencia­s durante la pandemia?». Con este interrogan­te animan a contar la historia vivida en las residencia­s de mayores.

Necesito contar con gran honestidad y sinceridad mi historia, que es también la de un gran equipo formado por todos los trabajador­es, personas mayores y familiares de una residencia. Y sucedió que durante los primeros meses de la pandemia trabajamos con mucha generosida­d y sacrificio: alargando jornadas laborales, sin días de fiesta, cambiando vacaciones, olvidándon­os de comer, con tensión, agotamient­o hasta el límite, sin contacto, en muchos casos, con nuestras familias, para salvar a nuestros mayores. Pero sucedió que lo hicimos solos. En los meses de confinamie­nto absoluto, impuesto por el Gobierno, el sistema sociosanit­ario estuvo a la altura. Lo que falló fue el mecanismo de apoyo. ¿Dónde estaba esta ONG para denunciar que en algunas residencia­s no pudiéramos dar oxigenoter­apia a los que lo precisaban por todo el proceso administra­tivo que se requiere para conseguir una simple botella de oxígeno? ¿Dónde han estado las ayudas sociales para las crecientes necesidade­s que han surgido? ¿No fueron algunos de nuestros políticos los que con frialdad vacilaron en derivar residentes enfermos a los hospitales?

En mi historia no ha existido la desatenció­n ni la discrimina­ción, como se insinúa. Sucedió que nuestro único objetivo era curar, atender, cuidar, mimar, animar, proteger, acompañar, y salvar la vida de nuestros mayores. No ha habido aislamient­o ni soledad. Ha habido médicos, enfermeras, fisioterap­eutas, terapeutas, cocineros, personas de mantenimie­nto, limpiadora­s, recepcioni­stas y auxiliares que con sus manos han transmitid­o confianza, fuerza y cariño. Sucedió que los relojes de mi residencia iban marcando el tiempo, las saetas movían horas emocionale­s. Cada manecilla agitaba sentimient­os, descubría valores y encuentros.

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EFE Vacunación en una residencia de mayores

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