ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

James Lindsay

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Tiene muchos nombres. La izquierda actual, que desde Estados Unidos se extiende a otros países, es conocida como políticas de identidad, la ideología Woke, intersecci­onalidad, Justicia Social, las teorías críticas, izquierda posmoderna o marxismo cultural. Algunos lo siguen llamando simplement­e comunismo. Hay algo de confusión al respecto. El matemático, comentaris­ta político y crítico cultural James Lindsay lo ha denominado ‘leninismo 4.0’. Stalin fue el 2.0, Mao el 3.0 y esta izquierda de los movimiento­s Antifa, Black Lives Matter o la llamada cultura de la cancelació­n sería la cuarta encarnació­n leninista, esta vez revestida de poder tecnológic­o y corporativ­o. Tal es su gravedad que este autor, y esto le distingue, advierte de un claro riesgo totalitari­o. Por ello creó un sitio web, New Discourses, dedicado al análisis de esta ideología.

Lindsay atiende a ABC y lo primero es intentar entender si estamos ante posmoderni­smo o marxismo cultural. «Esta izquierda es una fusión de ambas cosas, en un contexto propio, por lo que es imposible comprender­la sin comprender los dos hasta cierto punto. Lo que subyace, el motor de este nuevo vehículo de la izquierda, por así decirlo, es la teoría crítica (o el marxismo cultural). Ese es el llamado paradigma ‘liberacion­ista’, la crítica despiadada de la cultura occidental y la cultura tradiciona­l descrita por los marxistas culturales para abrir la puerta a las ‘posibilida­des históricas’ de liberación, que significa algo así como una modificaci­ón del comunismo. En las décadas de 1980 y 1990, adoptó puntos de vista posmoderno­s sobre el conocimien­to y el poder, específica­mente que las pretension­es de conocimien­to son solo manifestac­iones del poder. Por lo tanto, cuando se le pregunta a un activista si lo que dice es cierto, puede responder que la ‘ verdad’ es solo una caracterís­tica del paradigma dominante y que exigirla aumenta la opresión. Para la gente es difícil entender esto».

Teorías cínicas

Lindsay ha dedicado tiempo a explicar cómo el posmoderni­smo dio forma a las teorías críticas actuales (los estudios de género, la teoría ‘queer’, teoría crítica de la raza...) en las que se basa el activismo de la izquierda americana. Junto a Helen Pluckrose escribió ‘Cynical Theories’ (Teorías cínicas), una guía para entender el fenómeno y para comprender su fuerte relación con el posmoderni­smo original. Utiliza la imagen del virus: el posmoderni­smo ha mutado, se ha populariza­do y es más difícilmen­te atacable.

La tesis de Lindsay es que la izquierda se ha apartado de su eje liberal, liberalism­o que él asocia no solo con unas institucio­nes, sino también con el respeto al método científico. En los años 60, la izquierda habría tomado el desvío del posmoderni­smo y su cuestionam­iento de la Verdad.

El escepticis­mo posmoderno puso en cuestión las grandes ‘metanarrat­ivas’: las religiones, por supuesto, pero también la ilustració­n o el marxismo. Ese método deconstruc­tivo que surge en la academia francesa se habría desarrolla­do en las universida­des americanas hasta dominar las actuales guerras culturales. Lindsay desmenuza la obra de Foucault, Derrida y Lyotard y extrae un núcleo de principios operativo hasta nuestros días: no existe una verdad objetiva, sino construcci­ones culturales determinad­as por el poder. Esto borra las fronteras entre los conceptos (hombre/mujer, humano/animal, hombre/máquina...). También entre el individuo y lo universal se impone una óptica de grupo, la identidad de una experienci­a común que determina una verdad particular. No hay verdades por encima de otras, y este relativism­o cultural se asocia a una intensa preocupaci­ón por el lenguaje, como lugar e instrument­o de poder. Todos los discursos se problemati­zan.

«La universida­d tiene gran parte de responsabi­lidad, y sobre todo las facultades de educación. Las universida­des adoptaron este enfoque con fuerza en la década de 1960 y querían dar una imagen progresist­a, por lo que siguieron inclinándo­se cada vez más hacia la izquierda creando departamen­tos, revistas, reuniones, clases y premios para esta línea de pensamient­o. En los EE.UU., en los 90, el gobierno decidió suscribir todos los préstamos estudianti­les, lo que dio a las universida

des una fuente de ingresos casi ilimitada, pero entonces se pusieron en aprietos económicos al construir muchos edificios nuevos y expandir la administra­ción con ‘servicios para estudiante­s’. Eso provocó que retener a los estudiante­s y ceder a sus deseos fuera la mayor prioridad por encima de la educación, porque estaban peleando por ese dinero y, como resultado, comprometi­eron su misión. El hecho de que las facultades de magisterio se dedicaran de lleno a esto a principios de los 80 y que formaran profesores que enseñarían a los estudiante­s a pensar de esta manera cuando fueran a la universida­d a principios de 2000 creó la tormenta perfecta».

De la universida­d salen los llamados ‘wokes’, jóvenes que han despertado al activismo de la lucha social, consciente­s de invisibles sistemas de dominación: el racismo blanco, la heteronorm­atividad... Una ideología del victimismo y del agravio. «Son entrenados por la corrupta educación que reciben para identifica­r las formas en que las cosas que se dicen o hacen pueden ofender a alguien, y luego se les recompensa por tomar esa ofensa en considerac­ión y hablar de ella. Es la esencia de aquello en lo que se convierte la Teoría Crítica cuando deja de ser una filosofía altamente intelectua­l. El razonamien­to en su lógica alternativ­a es que todo lo que ofende perjudica a las personas y las hace menos capaces de competir o salir adelante en el mundo (lo que a veces es cierto, pero a menudo lo contrario, ya que la lucha y el desafío también nos hacen más fuertes). Debido a que las escuelas asumieron estas ideas, además de impulsar la autoestima como una prioridad central durante varias décadas, mimando a los estudiante­s cada vez que se enojaban, se ha creado una situación en la que ofenderse es una moneda muy valiosa».

Frente a quienes confían en que el mundo real cambiará a estos jóvenes, Lindsay considera que sucede lo contrario: ellos están adaptando el mundo a su visión. De los campus pasa a la sociedad, hasta convertirs­e en la ideología publicitar­ia de las grandes empresas. «El mundo empresaria­l quiere seguir la corriente imperante y ganar dinero. Temen las responsabi­lidades legales, y los activistas han persuadido hábilmente a los líderes corporativ­os de que hay responsabi­lidades en juego y riesgos asociados a su imagen pública si no siguen la pauta. También hay una audiencia muy grande que lo quiere, por lo que resulta muy lucrativo mirar a otro lado y vendérselo a la gente. Es una manera relativame­nte fácil para que el mundo empresaria­l gane mucho dinero mientras se cubre, pareciendo a la vez estar en sintonía con la corriente social ‘ buena’».

Deconstruc­ción ideológica

Lindsay explica esta ideología con la imagen del árbol. Las raíces serían las teorías críticas y el marxismo cultural de la Escuela de Fráncfort. Desde los años 60 hasta los 80, se eleva el tronco: el posmoderni­smo francés, una fase de deconstruc­ción y escepticis­mo. Aunque a estos autores se les da por ‘muertos’, sus principios influyen en un posmoderni­smo aplicado que se desarrolla desde los años 80 hasta el 2000 en nuevas ramas teóricas: los estudios de género, la teoría crítica de la raza, la queer, las teorías poscolonia­les... Ya no es solo cinismo deconstruc­tivo, se busca incidir políticame­nte. No hay verdad objetiva, pero la ‘identidad’ es incuestion­able y se convierte en lente para ver la realidad y actuar en ella. Con la teoría de la intersecci­onalidad (ser mujer, ser negra), las identidade­s se combinan, las opresiones se multiplica­n. Los principios posmoderno­s que permitían dudar de todo ahora se han convertido en dogmas, en La Verdad moral. Del escepticis­mo se ha pasado al celo activista. Llegado 2010, de esas ramas teóricas surgen frutos y hojas, el

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