ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
EL DILEMA DE AFGANISTÁN
Ante el creciente asedio de los talibanes, ahora le toca a Biden definir su propia estrategia
Cuando el presidente Barack Obama llegó a la Casa Blanca en 2009 se encontró con el lastre de los dos grandes conflictos planteados por la Administración Bush tras la ofensiva terrorista del 11-S y cuya combinación puso al límite el poder militar de Estados Unidos: Afganistán e Irak. Ante ese doble reto, Obama empezó a diferenciar entre guerras obligatorias, en referencia a la amenaza de los talibanes en Kabul, y guerras caprichosas, en relación con todos los embustes que llevaron hasta Bagdad.
En una de las decisiones más complicadas de su primer mandato, Obama terminó ordenando el despliegue en Afganistán de sustanciales refuerzos. Dentro de la Casa Blanca, una de las voces más críticas fue la del entonces vicepresidente Biden que siempre mantuvo la necesidad de mantener bajo mínimos la presencia militar de Estados Unidos en territorio afgano, con una merecida reputación histórica de servir como tumba a diversos imperios invasores.
A pesar de veinte años de lucha en Afganistán, con un coste de 3.500 bajas para la coalición internacional liderada por Estados Unidos, la situación sobre el terreno no puede ser más precaria. Los talibanes llevan meses asediando y aterrorizando ciudades estratégicas por todo el país. La amenaza es tan significativa, y la capacidad de respuesta del Gobierno de Kabul tan limitada, que los reconstituidos integristas que hicieron posible el 11-S de Bin Laden ahora se encuentran en posición de volver a tomar el control. Justo cuando la guerra americana más larga debería estar alcanzando su final.
La ofensiva en curso pese a los rigores del invierno plantea un peligroso dilema a la nueva Administración Biden. Bajo los términos del acuerdo alcanzado el año pasado por el Gobierno de Trump, todas las tropas extranjeras –incluido el remanente de 2.500 soldados americanos y 5.000 efectivos de la OTAN– deberían salir de Afganistán para el 1 de mayo. Sin ese respaldo, las fuerzas locales quedarán en una situación especialmente precaria ante el enemigo. Ahora le toca al presidente Biden decidir sobre el precio de confiar en sus propios instintos.