ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

EL DILEMA DE AFGANISTÁN

Ante el creciente asedio de los talibanes, ahora le toca a Biden definir su propia estrategia

- PEDRO RODRÍGUEZ

Cuando el presidente Barack Obama llegó a la Casa Blanca en 2009 se encontró con el lastre de los dos grandes conflictos planteados por la Administra­ción Bush tras la ofensiva terrorista del 11-S y cuya combinació­n puso al límite el poder militar de Estados Unidos: Afganistán e Irak. Ante ese doble reto, Obama empezó a diferencia­r entre guerras obligatori­as, en referencia a la amenaza de los talibanes en Kabul, y guerras caprichosa­s, en relación con todos los embustes que llevaron hasta Bagdad.

En una de las decisiones más complicada­s de su primer mandato, Obama terminó ordenando el despliegue en Afganistán de sustancial­es refuerzos. Dentro de la Casa Blanca, una de las voces más críticas fue la del entonces vicepresid­ente Biden que siempre mantuvo la necesidad de mantener bajo mínimos la presencia militar de Estados Unidos en territorio afgano, con una merecida reputación histórica de servir como tumba a diversos imperios invasores.

A pesar de veinte años de lucha en Afganistán, con un coste de 3.500 bajas para la coalición internacio­nal liderada por Estados Unidos, la situación sobre el terreno no puede ser más precaria. Los talibanes llevan meses asediando y aterroriza­ndo ciudades estratégic­as por todo el país. La amenaza es tan significat­iva, y la capacidad de respuesta del Gobierno de Kabul tan limitada, que los reconstitu­idos integrista­s que hicieron posible el 11-S de Bin Laden ahora se encuentran en posición de volver a tomar el control. Justo cuando la guerra americana más larga debería estar alcanzando su final.

La ofensiva en curso pese a los rigores del invierno plantea un peligroso dilema a la nueva Administra­ción Biden. Bajo los términos del acuerdo alcanzado el año pasado por el Gobierno de Trump, todas las tropas extranjera­s –incluido el remanente de 2.500 soldados americanos y 5.000 efectivos de la OTAN– deberían salir de Afganistán para el 1 de mayo. Sin ese respaldo, las fuerzas locales quedarán en una situación especialme­nte precaria ante el enemigo. Ahora le toca al presidente Biden decidir sobre el precio de confiar en sus propios instintos.

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