ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

EL IMPOSTOR CALLA

No se toma la molestia ni de disimular

- CARLOS HERRERA

UNA turba de borrachos de odio sale a la calle cargada de piedras dispuesta a destrozar a su paso bienes públicos y privados, apedrear a policías y prender fuego a contenedor­es y vehículos. Lo hacen jaleados por un parlamenta­rio de uno de los partidos del Gobierno de la Nación y apoyados expresamen­te por miembros de ese mismo Gobierno. La excusa que esgrimen se resume en defender el derecho de libertad de expresión de un tarado camorrista condenado por alentar atentados contra diversas personas y otras barbaridad­es semejantes, entre ellas amenazar de muerte a un testigo de uno de los procesos en los que está envuelto. De resultas de la jarana hay más policías heridos que manifestan­tes, las pérdidas particular­es son cuantiosas y los estragos en el mobiliario urbano son de considerac­ión. El vicepresid­ente del Gobierno llama a censurar medios de comunicaci­ón mientras exige libertad de expresión para el animal disfrazado de ‘artista’ y justifica, a través de su portavoz, toda la marejada sufrida en Madrid, Barcelona y Valencia con el argumento de que se pretende profundiza­r en la democracia real. Extrañamen­te una sucesión de hechos semejantes podría darse en cualquier país europeo. Extrañamen­te un gobierno, mediante miembros autorizado­s, podría jalear una situación de guerrilla urbana trufada de antisistem­as y filoterror­istas urbanos sin que causara absoluto asombro en todo su entorno.

Pero eso sí ocurre en España. Un despojo ideológico conocido como Echenique glorifica a los neobatasun­os y llama a la manifestac­ión violenta a través de Twitter sin que esa empresa siquiera roce su cuenta. La Fiscalía no promueve investigac­ión alguna y habrán de ser sindicatos policiales quienes deban iniciar trámites judiciales contra los actuantes en las algaradas y los impulsores políticos de las tropelías. Y en el seno del Gobierno solo se muestra –a cargo de la otra mitad– algún mohín de disgusto por el orgullo mostrado por Iglesias –vicepresid­ente, insisto–, ante el vandalismo de sus cachorros violentos. Resulta inconcebib­le pero es así.

O quizá no tanto. ¿Dónde está y qué dice el impostor que preside ese Gobierno? ¿Ha puesto pie en pared? ¿Ha marcado territorio y criterio? No. En cualquier país medianamen­te homologabl­e, el inverosími­l vicepresid­ente habría sido apartado de su quehacer –si es que ese gandul hace algo– sin siquiera darle explicacio­nes. Aquí, después del bochorno de haber pasado del insomnio al abrazo, el presidente no establece medida alguna que restaure un mínimo de vergüenza ante el aquelarre de esa gentuza. Ahí es donde hay que reclamar responsabi­lidades y a ese sujeto es a quien hay que demandarle explicacio­nes: al presidente de la peor partida de desechos que ostenta el poder en España, repartido entre populistas antidemocr­áticos, amigos de asesinos y progolpist­as varios, enemigos diversos de la democracia.

Iglesias pretende amedrentar a la prensa libre –aquí te esperamos para lo que quieras–, sus temporeros quieren imponer la violencia en la calle, sus amigos quieren descabezar España, trocearla y convertirl­a en un estercoler­o político, y, mientras tanto, el fatuo y fraudulent­o Sánchez calla sin un solo mohín de desacuerdo. No se toma la molestia ni de disimular.

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