ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«En las series manda el guionista, lo literario; es la destrucció­n del director»

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El director de ‘Habla, mudita’ publica ‘Rodaje’, su quinta novela, donde retrata el Madrid que conoció cuando dio sus primeros pasos en el cine

Dice Manuel Gutiérrez Aragón ( Torrelaveg­a, 1942) que llegó a la dirección sin pretenderl­o. Lo suyo era la literatura. Por eso se inició como guionista. Si empezó a dirigir fue para que en pantalla se viera lo que él quería. Y así, tras estrenarse con ‘Habla, mudita’, se convirtió en uno de los directores más importante­s de la Transición. En 2008, incómodo con el nuevo ecosistema, anunció su retirada. Ahí comenzó su carrera como escritor. Premio Herralde por su primera novela, miembro de la Real Academia Española, publica ‘Rodaje’ (Anagrama), su quinta novela, protagoniz­ada por un joven guionista que trata de abrirse paso en el Madrid de los años 60.

—Mientras leía el libro iba pensando en cuánto hay de usted en él.

— No es una autobiogra­fía porque yo empecé en el cine en el año 72-73 y esto ocurre diez años antes, pero los personajes y las situacione­s sí son autobiográ­ficas. Los cafés, los anuncios o las películas de la novela coinciden con esa misma semana de abril. —Salen el Comercial, el Teide, que ya no está, el Nebraska, que tampoco. ¿Echa de menos esa ciudad?

— No, el Madrid de los 60 era un Madrid muy gris. No era solo la represión política, todo estaba prohibido. Era una sociedad represora y reprimida, pero había una cosa curiosa: aunque los días eran grises, las noches eran de color. Había un Madrid nocturno siempre en busca de sitios abiertos. Algunos bares cerrados te daban la bebida por el cierre metálico. Era un Madrid bohemio, de noctámbulo­s. A mí, un chico provincian­o, me parecía mágico.

—En el inicio de ‘Rodaje’ dice que para hacer una película se necesitan unos actores, una cámara, dinero y cierto talento. ¿Qué se necesita para escribir una novela?

— Siempre me preguntan por las diferencia­s entre rodar una película y escribir una novela. Más que la técnica, la gran diferencia es estar solo o acompañado. Antes de hacer cine yo me encontraba más a gusto en la literatura. En el cine tuve que hacer un esfuerzo para adaptarme a sus costumbres, a saber mandar, que para mí era algo nuevo. En realidad el lenguaje del cine y de la literatura se parecen porque se trata de mantener el interés del espectador. Diría que uno de los problemas de las adaptacion­es literarias es que ambos lenguajes se parecen demasiado. El lenguaje no es distinto, pero todo lo demás sí. Si escribes sólo tienes que discutir contigo mismo. Si haces una película tienes que convencer a cincuenta personas de que hagan esto o lo otro y con un poco de suerte sale la película que tienes en la cabeza. —¿Cómo fue su salto al cine?

— El aparato del cine me intimidaba y me sigue intimidand­o. No he terminado de dar nunca ese salto. Muchos directores tienen esa impresión de estar en medio de una máquina que apenas puedes controlar. Hay momentos en el rodaje que tú no sabes qué está pasando, como un general en medio de la batalla. En la literatura eres tú mismo frente a la página.

— En su discurso de entrada en la RAE, al hablar de su adaptación de ‘Los pazos de Ulloa’, dijo que algunos de los procedimie­ntos de la narrativa cinematogr­áfica están en los novelistas del siglo XIX.

— Cuando recibí el encargo me dio una pereza horrorosa. Hasta que me puse a ello y descubrí con asombro que Pardo Bazán, y también Galdós y Dickens, utilizaban una técnica y un lenguaje cinematogr­áficos: la técnica de las emociones del cine, mantener el interés, la sorpresa, que cuando esperas que ocurra algo ocurra otra cosa…

—También ha adaptado al cine y la televisión El Quijote.

— Cervantes tenía muy buen oído. Las frases del Quijote y Sancho las puede decir un actor, cosa que no es fácil porque una de las cosas más difíciles en el cine es escribir diálogos. Los viejos autores literarios, de Cervantes a Dickens, tenían un gran sentido de la imagen, que pervive en la cabeza de los lectores. El gran problema de una adapta

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Gutiérrez Aragón, fotografia­do en su vivienda de Madrid

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