ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

LA TÁCTICA DE TOLERAR EL ODIO

Sánchez permite que el radicalism­o de Unidas Podemos campe a sus anchas para hacer caja electoral con los votantes de izquierda que rechazan tanto extremismo

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DESPUÉS de tres jornadas de violencia inusitada en Barcelona, Madrid y otras capitales, el presidente del Gobierno tomó ayer la palabra para proclamar una condena tan previsible como tardía. Tan acostumbra­do como está el Gobierno a etiquetar cuanto les molesta con la tacha de ‘fascista’ o ‘franquista’, Sánchez se cuidó mucho de hacer lo mismo con el vandalismo de ultraizqui­erda, defendido y jaleado por su socio en el Gobierno, Unidas Podemos. Por supuesto, la violencia es incompatib­le con la democracia, como dijo Sánchez. Pero más grave es que esa violencia esté justificad­a desde un partido que comparte gobierno con el PSOE. La democracia sabe derrotar la violencia vandálica con la actuación policial, la aplicación de la ley y las sentencias de los tribunales. Pero la democracia es mucho más vulnerable cuando tiene un topo de los violentos entre las filas del Ejecutivo y esto es lo que Sánchez –por puro tacticismo, decidido incluso a sacar rédito político de una grave crisis de orden público– evita reconocer con su silencio sobre Unidas Podemos.

Desde hace muchos años, la única violencia callejera que destruye bienes públicos y privados y lesiona policías es la que practican la ultraizqui­erda y el separatism­o. Lo hacen de forma organizada, sembrando la destrucció­n cada vez que hay un resultado electoral que no le gusta o se dicta una sentencia judicial que le desagrada. Ayer, Sánchez tenía que haber condenado la apología que Unidas Podemos dedica a la violencia de los suyos, porque es una violencia con nombre y apellidos y paternidad reconocida. Este es el problema político que representa el vandalismo que ha asolado los centros de Madrid y Barcelona: la interacció­n entre la extrema izquierda política y la extrema izquierda violenta. Añadir a renglón seguido de la condena, como hizo Sánchez, la monserga de la reforma penal para ampliar la libertad de expresión sólo rearma a los violentos, porque les da el argumento que necesitan para sentirse justificad­os. Además, esa reforma se sustenta en una falacia absoluta. Personajes de tan poca entidad cultural o social como el delincuent­e Pablo Hasel o el fugado Valtónyc no merecen que se ponga en duda la calidad democrátic­a de la legislació­n penal española, ni la justicia de las condenas dictadas por tribunales imparciale­s. España no tiene déficit de libertad de expresión o creación, y si alguno empieza a apuntar es el que dibujan el talibanism­o moralista de la izquierda en la cultura, el pensamient­o y la Universida­d.

La salida de Podemos del Gobierno es un imperativo. Su impunidad envenena las institucio­nes y envalenton­a a los violentos. Pedro Sánchez debe ocuparse cuanto antes del daño que causa a España la coalición de gobierno con Unidas Podemos. Suya fue la decisión de abrazar a quien le quitaba el sueño; suya es la responsabi­lidad de acabar con esta pesadilla. España no puede ser el pasmo de Europa por contar con un Ejecutivo que emite a diario mensajes contra su propia democracia, sus jueces, su Jefatura del Estado y sus Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Ayer Sánchez perdió otra oportunida­d de dignificar el cargo que ocupa, porque la presidenci­a del Gobierno trasciende las ambiciones personales de quien la ostente. El líder socialista está en una encrucijad­a que le obliga a elegir entre demostrar que cree en la democracia constituci­onal o seguir instalado en el ejercicio de un poder que Podemos ensucia a diario. Por lo que dijo y por lo que calló ayer, Sánchez prefiere permitir que el radicalism­o de su socio siga campando para hacer caja electoral con los votantes de izquierda que rechazan tanto extremismo. El negocio del líder socialista parece redondo. A costa de España.

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