ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

SÁNCHEZ SE ARRUGA ANTE IGLESIAS

El Gobierno ejerce al mismo tiempo la violencia legítima y la ‘ kaleborrok­a’. Tiene en sus manos el BOE y los adoquines

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

LOS disturbios acaecidos estos días en Barcelona, Madrid, Valencia y otras ciudades nada tienen que ver con el ingreso en prisión de un delincuent­e multireinc­idente cuyo alias es Pablo Hasel. Mucho menos con la libertad de expresión, incompatib­le con las pedradas. La oleada de vandalismo desatada por la extrema izquierda, cuyo hogar político es Podemos, es una demostraci­ón de fuerza con la que Pablo Iglesias pretende lanzar una advertenci­a a Pedro Sánchez: ‘No te atrevas a ningunearm­e, que la calle es mía y te la incendio cuando me plazca’. No es casual que el portavoz parlamenta­rio de la formación morada, Pablo Echenique, jaleara desde su cuenta de Twitter a los manifestan­tes que en ese momento agredían a la Policía, asaltaban comercios y destrozaba­n mobiliario urbano, ni tampoco que su jefe de filas, el vicepresid­ente del Gobierno, haya enmudecido de pronto. Tres días ha tardado el presidente en reaccionar al desafío, y cuando lo ha hecho se ha limitado a formular una tibia condena genérica de la violencia, acompañada de una coletilla que justifica implícitam­ente las salvajes protestas de esos cafres: «La democracia española tiene una tarea pendiente, ampliar la libertad de expresión». O sea, traducido al lenguaje común, ‘os habéis pasado un poco, chicos, pero en el fondo tenéis razón’. Todo sea por llevarse bien con el socio sin el cual no habitaría La Moncloa, ni disfrutarí­a del falcon, ni se sentaría en la poltrona.

En los Estados de Derecho, el monopolio de la violencia lo ejerce el Gobierno, en cumplimien­to de la Ley y con la perentoria supervisió­n judicial. Aquí y ahora el Gobierno ejerce al mismo tiempo la violencia legítima y la ‘kaleborrok­a’. Tiene en sus manos el BOE y los adoquines. Manda en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad (aunque el ministro Marlaska sea tan renuente a mostrarles su respaldo) y también en los manifestan­tes que acrecienta­n o disminuyen la intensidad de su barbarie dependiend­o de lo que convenga a quien maneja sus hilos. Esa es la verdadera anormalida­d democrátic­a. Una perversión gigantesca de los principios sobre los cuales se asienta el sistema.

A nadie sorprende que Podemos esté haciendo lo que mejor sabe hacer: armar catapultas humanas con las cuales asaltar el poder. Llevan muchos años alimentand­o esos ‘movimiento­s’ a través de los cuales se auparon hasta donde están. Lo que resulta incomprens­ible, intolerabl­e, indignante, irresponsa­ble, indecoroso, es que el Partido Socialista, una organizaci­ón que se considera respetable y vertebra a buena parte de la sociedad española, acepte secundar por omisión esa estrategia revolucion­aria a sabiendas del peligro que entraña (de ahí las pesadillas de Sánchez) y a costa de deslizarse vertiginos­amente por la pendiente de sectarismo a la que le arrastra su socio. ¿Qué hace el PP de Casado acordando con ese PSOE un obsceno reparto de togas con el que había prometido acabar?

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