ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
El populismo de Junts mantendrá la tensión en el nuevo Parlament catalán
El partido creado por Puigdemont a su servicio no se define ideológicamente
TRIPARTITO INDEPENDENTISTA
Por primera vez, el espacio independentista en el Parlamento de Cataluña estará liderado por ERC. Junts quedó por detrás de los de Pere Aragonès (ERC) el 14-F, un escaño menos, y está por ver cómo digiere su posición de comparsa en el próximo Govern catalán. Junts no es CiU, pero vive de sus inercias, manías y tics, entre estos, la costumbre de gobernar la Generalitat desde 1980, prácticamente, como si fuera su casa, con el breve y convulso periodo que va de 2003 a 2010 ( « es como si entran en tu casa y te encuentras los armarios revueltos, porque te han robado», dijo Marta Ferrusola de aquella victoria dolorosa e inútil de Artur Mas en 2003).
Hasta julio de 2020, y desde finales de 2017, Junts per Catalunya se fue fraguando como una coalición de partidos, grupúsculos y personas, más o menos públicas, alrededor de la figura de Carles Puigdemont. Su baza era el grupo parlamentario del parque de la Ciudadela (Barcelona). Tras las pasadas elecciones autonómicas, estructurado ya oficialmente como partido político, bajo la marca simplificada de
Junts, sin la rémora del heredero de CiU (PDECat) y con una militancia y cuadros medios más típica de un club de fans, la formación afronta ir de acompañante de ERC en el próximo Govern catalán con la dificultad de no haber sido creado para ello.
Puigdemont encabezó la lista electoral por Barcelona el 14- F sin intención aparente de intentar recoger el acta, como trató de hacer en 2018. Conocedor de que como ex presidente autonómico fugado tiene un gran tirón electoral decidió liderar la lista, saltándose las primarias del partido que ganó Laura Borràs, que quedó relegada al número dos por Barcelona.
Sin ideología
Junts no tiene ideología como para clasificar al partido en el eje izquierdaderecha. En sus estatutos se hace una llamada a los « espacios ideológicos» de los ámbitos liberal, socialdemócrata e izquierda y se autodefine como un partido que «se dispone a explorar y a innovar en un modelo de organización ideológicamente transversal que se identifica con la centralidad social». De un plumazo, Cataluña deja de tener un partido de derechas o del centro-derecha de corte nacionalista. Con esta contorsión, se entiende que sea Jordi Sànchez, secretario general e ideológicamente situado en la izquierda, quien controla la gestión diaria de Junts. Así, ha sido Junts, esta semana, la formación más crítica con la actuación de los Mossos d’Esquadra a la hora de controlar a los violentos en las manifestaciones contra el encarcelamiento del rapero Pablo Hasel.
El votante de CiU, incluidos los cachorros de las juventudes, ha pasado de aplaudir a un consejero de Interior (Felip Puig) que se mostraba con un bate de béisbol en un mitin, en 2011, a valorar como ‘inaceptable’ el trabajo de los Mossos, que esta semana, básicamente, se defendieron de los violentos pro Hasel.
Tras Puigdemont y Borràs, en la lista por Barcelona está Joan Canadell, empresario, vinculado a la Assemblea Nacional Catalana y ex presidente de la Cámara de Comercio de
Barcelona, uno de los seguidores más estrafalarios de Puigdemont, hasta el punto de haber conducido su vehículo privado con una careta del fugado de la Justicia en el asiento del copiloto para hacer ver que viajaba con él. Desde su cuenta de Twitter no duda en repetir mensajes insultantes con
Pere Aragonès sucede a Oriol Junqueras y Marta Rovira, que lideran el partido. Es la única formación, desde 2017, que resiste las tensiones internas
tra los políticos constitucionalistas.
En el nuevo Parlamento autonómico también estará Jaume Alonso-Cuevillas, ahora en el Congreso y cuyo salto a la fama se produjo al ser uno de los abogados de Puigdemont en 2018. Defiende teorías conspirativas relacionadas con los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils de 2017.
‘Puigdemontistas’
A estos se suman una pléyade de creyentes del ‘puigdemontismo’ que, en mayor o menor medida, provienen de los restos de CiU y cuya fidelidad al expresidente está fuera de toda duda. Elsa Artadi, en tanto que también portavoz de Junts, sigue agazapada esperando su momento para cotas de mayor protagonismo. Meritxell Budó, actual portavoz en funciones de la Generalitat, podría ser la nueva presidenta del Parlamento de Cataluña, ya que el nuevo reparto con ERC otorgará a Junts, si no hay novedades, este cargo a los de Puigdemont.
Los consejeros Jordi Puigneró y Damià Calvet, vinculados al secesionismo más hiperventilado fascinado con teorías como las de que fueron los catalanes, y no los castellanos, los que descubrieron América, aspiran a seguir en el Govern catalán sin dejar el escaño parlamentario.
Seguirán también Francesc de Dalmases, imputado en el caso del posible desvío de subvenciones de la Diputación de Barcelona, y Josep Costa, que tomará el acta en lugar de Puigdemont, actualmente vicepresidente del Parlamento autonómico y uno de los diputados que más zancadillas puso a Roger Torrent ( ERC) en la gestión parlamentaria.
Los dos grandes vencedores de las penúltimas elecciones autonómicas en Cataluña fueron Ciudadanos y Puigdemont. Eran las elecciones del 155. Por primera vez se imponía un partido, en escaños y votos, que no era Convergència. Y contra todas las encuestas, el expresidente fugado lograba superar a ERC y retener la presidencia de la Generalitat.
Inés Arrimadas prometió defender a los catalanes constitucionalistas pero a los pocos meses los dejó tirados para irse a Madrid a probar suerte, aprovechándose del impulso de la victoria que había logrado. No se recuerda una traición mayor en la política española desde la recuperación de la democracia. Los treinta diputados que su partido perdió el domingo pasado, más que un resultado, fueron un veredicto.
Puigdemont prometió que si ganaba volvería a España, porque «ser vuestro presidente merece el riesgo de ir a la cárcel». «Cada voto –decía su lema electoral– acerca al president a casa». Nunca los catalanes merecimos su riesgo, y Puigdemont se acabó instalando en una casa en Waterloo, a la que llamó ‘Casa de la República’, y que se convirtió en un peregrinaje constante de los que querían su favor. Puigdemont no tenía el dinero de la Generalitat, pero controlaba cómo la administración repartía sus recursos. Sobre todo en 2018 y hasta la pandemia, la capital política de Cataluña fue Waterloo. Lledoners, la cárcel donde estaban encerrados Junqueras y el resto de condenados por sedición, era también un considerable destino de la clase política y periodística, pero aunque les pese a los reos, se trató siempre un destino más sentimental que político.
A Puigdemont pronto le escasearon los recursos. Si al principio muchos empresarios y demás partidarios le mandaban grandes y pequeñas sumas de dinero; y sus hombres en el Govern bordeaban la Ley para desviarle
Carles Puigdemont toda clase de partidas, pronto los particulares se cansaron de su folclórico apoquinar y el Gobierno estrechó la vigilancia para cortar los posibles desfalcos y, sobre todo, la burla.
Junto con ello, la obsesión del huido con que España iba a matarle o a secuestrarle, le llevaba a derrochar en innecesaria seguridad buena parte de los menguantes recursos de que disponía. Y el resultado fue que tenía más policías persiguiendo sombras que asistentas ocupándose de l o que importa, y a Puigdemont se le empezó a ver desaliñado en sus comparecencias: la ropa arrugada, el pelo tan largo y poco atendido que hacía que todo el día llevara las gafas sucias. Los que le visitaban relataban con tristeza el aspecto dejado y hasta algo truculento que ‘ la casa de la república’ por dentro tenía: los platos de varios días amontonados en
Ocaso «Desde el pasado
domingo Waterloo ha dejado de ser la capital política de
Cataluña»
Soberbia «Humilló a sus correligionarios del PDECat, que se presentaron como respuesta a su trato abusivo»