ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
La otra mejilla de las algaradas
Es viernes y no hay ni rastro de revolución. Linares ejerce de ciudad media andaluza con los comercios pandémicos a medio gas y las terrazas de los bares a reventar. De la quema de hace una semana queda un murmullo. «Me da mucha rabia la imagen que se proyecta. Eso no es Linares». Fernando Martínez, ingeniero de telecomunicaciones, se siente tan alejado de los disturbios en las calles de su pueblo como de los clanes que trafican con drogas. La detención de dos policías por la paliza a Carlos Mendoza ha actuado primero como espita del hastío social y después como foco mediático, volcado en un Linares anclado al pasado. Existe, pero no es el único.
Martínez rechazó un suculento contrato en Madrid y se quedó en su tierra. Él y su socio han puesto en marcha doce empresas en el Campus Científico y Tecnológico de su ciudad. En la planta baja de un edificio inteligente decenas de jóvenes procesan datos en una plataforma de soporte técnico avanzado para una gran operadora de telecomunicaciones. En el polígono Los Rubiales, a las afueras de Linares, se mira al futuro y se evitan los lametones a las heridas del olvido histórico de Jaén. El bloque de enfrente lo ocupa el campus universitario en el que se imparten ocho grados de ingeniería y tres másteres.
A menos de ocho kilómetros en línea recta, en la estación Linares-Baeza, donde cada vez paran menos trenes, el clan del Pechuga y los suyos charlan en torno a una lumbre. Varios han pasado por prisión; algunos se sumaron a la fiesta contra la Policía (aunque ellos lo niegan) y como los ingenieros del Campus no quieren ser carnaza de titular apresurado. «Nosotros ya pagamos aunque no fuera culpa nuestra», dice Antonio, hijo del jefe que da nombre al clan. Ambos tienen un juicio pendiente por moler a golpes a Manuel F., el policía ahora arrestado, y a cuatro compañeros suyos.
El campus y la estación son dos caras de Linares, una ciudad o un pueblo grande (57.300 habitantes), un territorio de símbolos y contrastes donde las redes clientelares del PSOE fraguaron durante más de 20 años y se llevaron por delante el emblema de la ciudad y casi de la provincia: Santana Motor, la industrialización que iba a revolucionar Jaén.
«Nos dijeron que si no firmábamos ya, las empresas se marchaban. Iban a venir veinte empresas y mire…» Pedro Gálvez, el último presidente del comité de empresa de Santana, de cuya cadena de montaje llegaron a salir 60.000 Land Rover al año, nos muestra el raquítico Parque Empresarial del mismo nombre, un esqueleto de lo que fue el orgullo de Linares. Son 290.000 metros cuadrados de suelo industrial a la entrada de la ciudad que en sus buenos tiempos contaba con un barrio propio, un colegio, un economato y un sentimiento de clase movilizador. Al calor de esa producción, levantada en el franquismo para dar esquinazo al cierre de las minas de plomo, florecieron unas industrias auxiliares punteras y un comercio boyante al que miraba con envidia y del que se abastecía la mitad de la provincia.
«Linares ha muerto»
«Linares ha muerto» rezan ahora numerosas esquelas colgadas en tiendas y cafeterías en torno a ‘ las ocho puertas’, como se conoce al eje comercial de la calle Isaac Peral y la Corredera de San Marcos. Pedro Gálvez firmó el expediente de extinción, «de defunción», dice él, en 2011 y a partir de ahí una parálisis –que tiene muchos autores y pocas explicaciones– se extendió como una maldición. Las empresas del Plan Linares Futuro, de la Junta de Andalucía, se quedaron en ilusión y los escándalos de los ERE frenaron la iniciativa privada.
Este martes, si no hay cambios, el Consejo de Gobierno de la Junta aprobará la cesión de esos miles de metros cuadrados de suelo industrial al Ayuntamiento de Linares. Los ‘santaneros’,
Diez años de parálisis
El martes la Junta cederá los 290.000 metros cuadrados de suelo de Santana al Ayuntamiento