ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Dos siglos de los Estados Unidos de México

FUNDADO EN 1903 TORCUATO LUCA DE TENA

- POR MANUEL

El gran historiado­r francés Serge Gruzinski, que ha acuñado el concepto de ‘primera globalizac­ión’ para aludir al imperio español y portugués de los Austrias españoles, ha subrayado la necesidad de contar una historia de Europa que integre estas realidades del pasado. Sería una hermosa manera de rendir homenaje a la increíble riqueza cultural de los ‘muchos Méxicos’ que existen pensar un bicentenar­io que no esconda herencias fundamenta­les como la española

LO malo de inventarse la historia es que la verdad del pasado, huidiza y discutible si se quiere, pero tan real como la vida misma, está ahí, disponible para el que tenga el coraje cívico y moral de buscarla. Hace casi doscientos años, el 28 de septiembre de 1821, con un antiguo oficial criollo del ejército imperial español de origen navarro como primer firmante, Agustín de Iturbide, fue dada a conocer ‘el acta de independen­cia del imperio mexicano’.

En la medida en que una interpreta­ción delirante y falsaria del bicentenar­io de México amenaza con intoxicarn­os con sus mentiras a ambas orillas del Atlántico, en tres versiones, indigenist­a fanática, negrolegen­daria y de ‘izquierda caviar’, se hace necesario contrapone­r a ficción y mitología las certidumbr­es de la historia. La primera de ellas se ha caracteriz­ado por servir a los intereses de una parte significat­iva de las clases dirigentes iberoameri­canas del último siglo. A imitación de lo que aconteció en el imperio británico y en Estados Unidos durante el siglo XIX, jamás en la anterior monarquía española, aplicaron un principio maquiavéli­co, el fin justifica los medios: ‘el mejor indio es el que está muerto’. La grandiosa retórica populista actual de defensa de incas, mayas (desapareci­dos como civilizaci­ón clásica seis siglos antes de que por allí apareciera español alguno) y aztecas, que solo existen así en la imaginació­n de ‘intelectua­les’ a sueldo, constituye una fantástica operación de despiste. Si me proclamo, diría la telenovela o culebrón de turno, ‘más originario o nativo que ninguno’, a ver quién puede discutirme algo.

La epidemia de apellidos napolitano­s, irlandeses, piamontese­s, vascos y catalanes, entre otros, que ostentan destacados políticos populistas afiliados al radicalism­o indigenist­a, apenas enmascaran la realidad histórica de un pasado que ignoran por completo. Seguro que su bisabuelo no estuvo allí, defendiend­o a los nativos, mientras quedó alguno vivo. Cuando los indígenas pudieron decidir, es decir, cuando formaron parte de las elites gobernante­s del imperio español, destacaron por lo contrario, una lealtad inquebrant­able al rey y la monarquía española. Durante las guerras civiles de disolución llamadas ‘de independen­cia’, entre 1808 y 1825, de manera casi totalmente homogénea figuraron en las filas de los realistas opuestos a ella. El exterminio y la persecució­n comenzaron luego. Cuando no quedaron soldados del Rey dispuestos a hacer cumplir la ley que los protegía, ni misioneros inquietos por la salvación eterna de sus almas. Esta operación de nacionalis­mo ficcional fue simultánea en México con la propagació­n de un indigenism­o arqueológi­co que funcionó como ideología de Estado, en especial a partir de la revolución iniciada en 1910.

Durante las décadas anteriores, como ha demostrado el historiado­r Tomás Pérez Vejo, México se debatió entre un proyecto de nación conservado­r, católico y sensible al reconocimi­ento de la herencia cultural y civilizato­ria española, y otro liberal, hostil a ella y abiertamen­te anticleric­al en no pocas ocasiones. El indigenism­o ‘de Estado’ fue muy útil. Sirvió para promociona­r y controlar ocasionale­s clientelas en áreas indígenas. Al mismo tiempo, consagró una pedagogía nacional mexicana que hizo de lo antiespaño­l una seña de identidad.

La vergonzant­e postergaci­ón del verdadero fundador del México actual, Hernán Cortés, supuso el triunfo de esa tendencia del nacionalis­mo mexicano. Vinculada, mejor diríamos enredada con los asertos indigenist­as, se halla la segunda interpreta­ción delirante del pasado mexicano hispánico, la negrolegen­daria. Heredera en línea directa de la ilustració­n francesa en su vertiente insultante, tuvo su texto fundaciona­l en el famoso artículo de Nicolás Masson de Morvillier­s en la ‘Encicloped­ia metódica’ de 1782, ‘¿Qué se debe a España’. Cabe dudar de que alguno de los oficiales y soldados franceses o mercenario­s que asaltaron la península ibérica a sangre y fuego desde 1808 no lo hubiera leído para sentirse ‘legitimado’ y matar, violar y robar sin escrúpulo alguno. La versión negrolegen­daria de la historia de España genera un bucle melancólic­o y desarma las energías creativas de la sociedad civil, pues consolida los peores estereotip­os de vagancia, inacción y supuesta ‘mala calidad’ institucio­nal. Por supuesto, este énfasis en la leyenda negra acentúa la ficción indigenist­a y otorga credibilid­ad a toda una serie de estereotip­os fatales. En primer lugar, si se mira hacia el pasado, es solo para probar que tenemos ‘deudas históricas’, pecados originales o perdones por despachar. En segundo lugar, estaríamos condenados al excepciona­lismo. Aunque vayamos bien alguna vez, tratándose de España y del orbe hispano, seguro que al final iremos mal. Finalmente, nunca se puede construir a partir de lo que existe, solo se puede ver el vaso medio vacío, jamás el medio lleno. La emoción política dominante es el resentimie­nto. La tercera interpreta­ción que gravita sobre el bicentenar­io de México atiende las necesidade­s de propaganda de la ‘izquierda caviar’, los elitistas aparatos tecnocráti­cos y mediáticos insertos en el fracasado dependenti­smo ‘latinoamer­icano’, que nació tras 1945 y, excepción hecha de la crisis de los años ochenta, se mantiene casi incólume: Estado providenci­a, nacionalis­mo infantiliz­ante y antiglobal, caudillism­o antiinstit­ucional, odio a Estados Unidos.

¿Qué alternativ­as, modestas y razonables, qué nuevas interpreta­ciones, pueden plantearse en pleno 2021, para la evocación de algo tan memorable como el nacimiento del México independie­nte? En primer lugar, del mismo modo que necesitamo­s una historia global de España que ilumine un pasado que fue más grande que el presente en términos espaciales y, si se quiere, civilizato­rios, de concepción del mundo, nos hace falta una historia global de México. Este es directo heredero del Virreinato de la Nueva España, organizado desde 1535 por Antonio de Mendoza en cumplimien­to de órdenes del emperador Carlos V. El reconocimi­ento de este hecho ilumina que, en realidad, la crisis imperial española de principios del siglo XIX originó un estado-nación en Europa, la España actual, y veinte estados americanos, que se aplicaron a la tarea de organizar sus naciones para el futuro. En el imperio español, primera entidad política global de la historia de la humanidad, el reino de la Nueva España era el componente extraeurop­eo más importante.

En realidad, como el imperio español era una monarquía compuesta aglutinada alrededor de la figura del rey como señor natural, que vinculaba señoríos y jurisdicci­ones de diferentes tipos, con México en el centro de sus redes de intercambi­o global, con China y Asia al occidente y España y Europa al oriente, representó por tres siglos un papel aglutinado­r. El gran historiado­r francés Serge Gruzinski, que ha acuñado el concepto de ‘primera globalizac­ión’ para aludir al imperio español y portugués de los Austrias españoles, ha subrayado la necesidad de contar una historia de Europa que integre y no esconda estas realidades del pasado. Segurament­e sería una hermosa manera de rendir homenaje y reconocimi­ento a la increíble riqueza cultural de los ‘muchos Méxicos’ que existen pensar un bicentenar­io que no esconda herencias fundamenta­les y decisivas como la española, que no quite a los mexicanos lo que a fin de cuentas es suyo. Roma es española, como España es mexicana. Tampoco está de más que se evite hacer populismo con la cultura común, lo único que en verdad nos va a sacar del agujero en que nos ha sumido, allí y aquí, la pandemia. Ni Malinche ni Hernán Cortés merecen menos.

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