ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Sandinismo

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—Para mí es una experienci­a casi física. No tengo que pensarla, es algo que me cae. La poesía es más como un brote de belleza que, de repente, bum, la belleza te posee. Y entonces tenés que sacarla de adentro. Es una catarsis. —Con ‘El pez rojo que nada en el pecho’ se alzó con el premio Jaime Gil de Biedma...

—Él me encanta. Me encanta su vida, su bohemia, esa sensación de ser de otra clase y tener esa culpa de clase, que yo la tuve también, en cierta manera, durante la revolución. Me identifico con él en muchos niveles.

—En España hemos tenido una polémica a raíz de un homenaje que le dedicó el Instituto Cervantes: muchos se preguntan si una institució­n pública debe rendirle homenaje a un hombre que confesó haber tenido sexo con un chaval de 12 o 13 años en Manila. —Hay que situarse en el momento y el tiempo. Y en el lugar. Es bien fácil juzgar a los demás, y sobre todo juzgarlos a posteriori, no habiendo vivido ese momento, no habiendo tenido esos valores que existían entonces. Hoy hemos desarrolla­do una conciencia de la pederastia, somos mucho más sensibles a esa situación. Yo pienso que si Jaime Gil de Biedma hubiese vivido en esta época no hubiese tenido sexo con un chaval de 13 años, porque él era una persona bien consciente. Pero en ese tiempo la homosexual­idad era tan castigada, tenía que ser tan secreta, podía perjudicar­te tanto que se supiera que eras homosexual… Eso te metía en un ambiente sórdido, te obligaba a hacer ciertas cosas perversas.

—¿No le cansa este mundo cada vez más raro?

—Yo soy bien optimista, tengo un optimismo a veces ingenuo, que no sé de dónde sale. Mi único pesimismo es que sé que tengo fecha de caducidad. No entiendo la muerte, me parece una cosa horrible. Quisiera vivir tresciento­s años, como los árboles. Me parece un gran fallo de la naturaleza que nos haya hecho la vida tan corta. Además que dormimos la mitad del tiempo, es tremendo. —¿Ha sentido miedo con la pandemia? —He pasado miedo, pero... Ahorita, si me muriera mañana, no me voy con las manos vacías, no siento que desperdici­é la vida. Siento que la he vivido inten«Me parece mentira que bajo la bandera del sandinismo, que fue algo por lo que estuve dispuesta a morir, se estén haciendo los terribles abusos de derechos humanos que se están haciendo en Nicaragua» samente. Si enfermo y me muero pues ni modo. Lo único que quiero es no sufrir. Sufrir sí me da miedo. Es horrible lo que pasa con los pacientes de Covid. —Sus discrepanc­ias con la dirección del Frente Sandinista –que hoy está en el poder en Nicaragua– la han apartado de la primera línea. ¿Se vive mejor apartada de la política?

—Nunca me aparté, la verdad. Una cosa es ser militante de un partido y otra cosa es apartarte de la política: yo soy una política independie­nte. Me gusta la libertad de escribir lo que yo quiero, de no tener que preocuparm­e por si estoy siguiendo lo más convenient­e para este grupo político o no.

—La política engancha, ¿entonces? —Yo soy un animal político. La política la hacemos todos. El problema es que hemos dejado a los políticos demasiado poder, porque no hemos ejercido el nuestro. Hay que educar a la gente para que participe en la política, no solamente para que insulten.

—¿Cómo ha vivido la decepción de la revolución? ¿Cómo es ver que lo que usted luchó por levantar, un país libre frente a una dictadura, ha terminado convertido en una tiranía?

—Ha sido durísimo. Sobre todo desde los últimos tres años, donde se ha visto una crueldad inconmensu­rable de este gobierno. Me parece mentira que bajo la bandera del sandinismo, que fue mi bandera, algo por lo que estuve dispuesta a morirme, se estén haciendo los terribles abusos de derechos humanos que se están haciendo en este momento en Nicaragua. Más que desilusión lo que me da es rabia.

—¿Echa de menos una respuesta internacio­nal más contundent­e contra estos abusos?

—Sí, claro que la echo de menos. Nos han ayudado, pero me gustaría ver más exigencia en la arena internacio­nal. Pero a fin de cuentas nosotros no podemos esperar que alguien nos venga a liberar de este problema. Lo que está pasando ahora con estas dictaduras, como la de Maduro y de Ortega, es que pretenden que no les importa. Entonces, cualquier presión internacio­nal hacen como que no les importa.

—¿Cómo es posible que un movimiento de liberación acabe convirtién­dose en un partido autoritari­o?

—Yo creo que no puedes hablar en términos solamente de la teoría, sino de las personas. Las personas se enamoran del poder, y no tienen escrúpulos. Yo a Daniel Ortega lo conozco desde los setentas y tantos y yo siempre los vi, a él y a su hermano, como personas que no tenían escrúpulos, y es lo que han demostrado ahora. Le interesa tanto el poder que no tienen escrúpulos de hacer cualquier cosa.

—¿Qué ha aprendido después de tantos años en la lucha?

—Que somos muy pequeñitos en el tiempo, y que la política y la historia son bien largos. Tenemos que perder la idea de que vamos a ver nuestros sueños cumplidos. Tenemos que tener la humildad de saber que vamos a dar un granito de arena. Hay que confiar en la humanidad.

—Por cierto, se cuenta que durante su visita a Cuba Fidel Castro trató de seducirla, ¿cómo fue aquello? ¿Qué imagen tenía de la isla entonces?

—Para mí era como si el Papa tratara de enamorarme. Lo vi a posteriori, porque yo encontraba extraño lo que estaba pasando. Se me ocurría que era por la revolución, que él quería atraerme a su revolución. Después me di cuenta de que Fidel era muy mujeriego... Fue la primera vez que fui a Cuba, y era todo un deslumbre, porque en ese momento la revolución cubana era todavía muy romántica. Ahora veo la revolución cubana de una manera totalmente diferente, y me da mucho pensar. Siento que estamos viviendo aquí un poco lo que ellos han pasado: la falta de libertad.

—Mañana mismo [1 de marzo] se cumple un año de la muerte de Ernesto Cardenal, al que dedica un poema en este libro. ¿Qué recuerdo tiene de él? —Ernesto fue un amigo que quise mucho. Para mí fue muy importante leer un poema que él le dedicó al Frente Sandinista en los años setenta, que se llama ‘Canto nacional’. Lo vi tan valiente, que alguien se atreviera a dedicarle un poema al frente sandinista… A nosotros, los que trabajábam­os en el frente clandestin­amente, nos tocó imprimirlo en mimeógrafo. Lo sacamos y lo repartimos. Mi amor por Ernesto Cardenal quedó sellado con ese poema

—Ha pasado ya casi medio siglo desde la publicació­n de su primer poemario, ‘Sobre la grama’, que salió a la luz en 1974. ¿Quién era entonces Gioconda Belli y quién es hoy?

—Soy la misma quijota, en muchos sentidos no he cambiado demasiado.

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