ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

MÁS VACUNAS, MENOS SECTARISMO

La política de vacunación debería ser una política de Estado y del Estado, pero, ante la opinión pública, se asemeja a una competició­n entre comunidade­s autónomas

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LA vacunación masiva es la condición imprescind­ible para superar la crisis sanitaria del Covid-19 y comenzar una verdadera recuperaci­ón, sin más maquillaje­s ni anuncios fallidos, de la actividad económica y social. Cualquier debate partidista o decisión política sobre la pandemia que no tenga como objetivo vacunar al mayor número de ciudadanos en el menor tiempo posible no solo es una pérdida de tiempo, sino un riesgo para la salud de millones de personas. La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) ha advertido de que la lentitud en las administra­ciones de las vacunas en Europa es «inaceptabl­e». No es que la voz de la OMS tenga una autoridad incuestion­able en estos tiempos, pero es cierto que su juicio sobre Europa –en concreto, Europa continenta­l– constata una realidad a ojos vista. La política de centraliza­r compras a través de Bruselas era razonable por motivos económicos y logísticos, pero los retrasos de las farmacéuti­cas en la producción de sus vacunas ha provocado desercione­s en esa política común, con países de la Unión Europea que ya están valorando la compra de dosis de la vacuna rusa, Sputnik V. Si realmente abril no es el mes de la distribuci­ón masiva de las vacunas ‘occidental­es’, los prejuicios sanitarios y geopolític­os frente a la vacuna rusa acabarán frente a las necesidade­s reales de erradicar un virus que crece en la mayor parte del suelo europeo. El Gobierno español no es responsabl­e de que las farmacéuti­cas hayan incumplido sus plazos de entrega, pero sí lo es de mantener un discurso incoherent­e con esta situación de dilaciones en la administra­ción de vacunas. No tiene sentido que Sánchez siga insistiend­o en que el 70 por ciento de la población española estará vacunada en verano. Tal compromiso solo puede hacerlo un gobernante que tiene concentrad­o en sus manos el poder de decisión –y no diecisiete gobiernos autonómico­s– y que tiene capacidad para decidir o influir en la producción de las vacunas. Lo primero no lo tiene porque el Gobierno ha renunciado al mando único en esta fase de la pandemia y carece de lo segundo porque, entre otras razones, se ha borrado del concierto internacio­nal, incluido el europeo. Lo que sí podía haber hecho el Gobierno es haber apoyado los proyectos de investigac­ión del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s, dirigidos por científico­s jubilados y sin vacunar, apoyados por personal en parte precario y, sobre todo, mal financiado­s.

La política de vacunación debería ser una política de Estado y del Estado, pero, ante la opinión pública, se asemeja a una competició­n entre comunidade­s autónomas y se ha degradado a un arma arrojadiza de la izquierda contra el gobierno de Madrid, en la que no falta ni la ridícula crítica de la subsecreta­ria de Defensa por el tiempo que tuvo que esperar para ser vacunada en el Wanda Metropolit­ano. De lo que sí conviene tomar nota es del propósito de Iglesias de cerrar el Hospital Isabel Zendal, santo y seña de la política sanitaria del Gobierno de Madrid y ejemplo de determinac­ión personal de su presidenta en la lucha contra el Covid-19. No parece que Iglesias vaya a tener ocasión de demostrar si su bravuconad­a va en serio, pero para los votantes de Madrid es toda una declaració­n de intencione­s que el paladín de las causas sociales quiera cerrar el hospital donde se vacunan miles de personas al día y decenas de enfermos de Covid-19 se curan sin pasar por la UCI. Todas las administra­ciones públicas deben compromete­rse en un pacto de lealtad, sin más prejuicios ni sectarismo­s, para que el mes de abril sea realmente el mes de despegue de la vacunación, contando con todos los recursos a su alcance, como las sanidades militar y privada. Si esto es una guerra contra el virus, no sobra nadie para ganarla.

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