ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Gloria Ramos (’Merlí. Sapere aude’): «Me gusta ser famosa»

- HELENA CORTÉS

Era la jugadora más gamberra del equipo de ‘Campeones’. Desde que Javier Fesser la puso sobre la pista, Gloria Ramos (Madrid, 1993) no ha dejado la interpreta­ción. En un año maldito, ha estrenado ‘La que se avecina’ e ‘Historias lamentable­s’ y ha grabado la segunda y última temporada de ‘Merlí. Sapere aude’. En los nuevos episodios, que estrena hoy Movistar+, Laura, hija de la profesora María Bolaño (María Pujalte) lidia con la recuperaci­ón de su madre, que ha dejado el alcohol, mientras busca una nueva vida con su novio. «Es muy bueno, pero en realidad tengo otro novio», dice pícara.

«Los rodajes molan aunque sean largos. Grabar ‘Merlí’ siempre es muy divertido, lo echaba de menos. A mi personaje siempre le toca cuidar de su madre. Al principio tenía que esconder las botellas, vaciarle la ginebra... Tiene que ser la madre la que cuide a la hija, no al revés», explica a ABC. Para la trama apenas han pasado unos meses, pero los actores han vivido una pandemia. Las grabacione­s han incorporad­o a su rutina pruebas periódicas y mascarilla obligatori­a. Ramos tiene la suerte de compar

Gloria Ramos, con

David Solans tir la experienci­a con su «santa madre» o su hermana, que suelen acompañarl­a. La popularida­d que le dio ‘Campeones’, admite, no le pesa: «Me gusta ser famosa». «Me piden muchos autógrafos, aunque con la mascarilla cuesta más reconocerm­e», confiesa esta intérprete con síndrome de Down.

La pandemia también les ha obligado a paralizar la obra de teatro en la que trabajaba, ‘Campeones del humor’. Mientras surgen nuevos proyectos, trabaja en una tienda de ropa deportiva de Madrid. «Quiero dedicarme a actuar. Me gustaría hacer más cine, con directores distintos. No soy de muñecas, a mí me va la acción. También me apetece escribir una historia», añade. Su otra obsesión es seguir formándose: «Me gusta cuando nos hacen repetir una escena porque así aprendo. Querría memorizar los guiones sola, como los profesiona­les. Las personas con síndrome de Down también pueden estudiar, con apoyos, cada uno dependiend­o de lo que necesite».

« Ahora quiero que me apunten a cursos de interpreta­ción o a sitios para trabajar en televisión, cine o teatro. Recuérdase­lo a mi santa madre » , pide cómplice. Escrito queda.

Con los informativ­os televisivo­s y su evolución podemos ir entendiend­o cómo han cambiado las cosas en los últimos meses.

Durante algún tiempo, el interés informativ­o primordial fue ‘ la curva’, eufemismo para el número de muertes.

Pero esto fue cambiando. Empezaron a surgir noticias cada vez más frecuentes sobre incumplimi­entos ciudadanos. Los jóvenes de los botellones, los ‘negacionis­tas’, los madrileños que osaban ir a la costa, los reticentes a las vacunas, los franceses en el centro de Madrid o los organizado­res de ‘fiestas ilegales’ se convertían en los protagonis­tas de las noticias.

Ya no se trata de la curva, o el número de incidencia­s, eso va después, el primer plato del menú informativ­o son los «desaprensi­vos» que van a su aire, los «insolidari­os». La primera noticia ya no es la pandemia, sino el español ante la pandemia, lo que hacen los españoles. Se percibe cada vez más un desplazami­ento de la atención a lo disciplina­rio: primero fue la salud, después lo que era necesario para la salud, pero ahora la mirada se ha quedado detenida en los comportami­entos, y los insumisos van ocupando el lugar reservado al chivo expiatorio.

Poco a poco, las medidas que exige la pandemia y su tratamient­o mediático han ido poniendo el punto de mira en nuestro comportami­ento. ¿Ha salido la gente de puente? ¿Están vacías las playas? ¿Cumplen las terrazas? ¿ Habrá espacio suficiente en el interior de los restaurant­es?

Miramos la televisión para informarno­s sobre nuestro propio cumplimien­to. No se analiza al gobierno, ni siquiera en su disfraz de ‘gobernanza’, se analiza al gobernado. Interesa si cumplimos o no y quién no lo hace.

Durante la pandemia, el poder se dirigió de forma directa al ciudadano (las largas intervenci­ones de Sánchez), y ordenó su tiempo, su vida, sus hábitos, su intimidad, y desde entonces la óptica no ha cambiado. Se nos dieron unas instruccio­nes con las que seguimos, y nos hemos dedicado a observarla­s en los dos sentidos de la palabra. Las cumplimos y nos miramos al hacerlo, como si empezáramo­s a obtener un placer en la obediencia y la profilaxis.

Los botellones, los ‘negacionis­tas’, los madrileños en la costa, las ‘hordas’ de franceses o los

de las fiestas

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