ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Una reflexión sobre la política exterior
FUNDADO EN 1903 TORCUATO LUCA DE TENA
«Hay una gran variedad de temas de interés para nuestra política exterior: la irrupción creciente de China en el tablero mundial, la explosión demográfica de África, el cambio climático, el Brexit, la pandemia Covid-19, la globalización en entredicho y la fulgurante digitalización. Para todo ello, se necesita una mayor atención de los medios de comunicación social para que la opinión pública española visualice que gran parte de nuestra riqueza nacional se generará como consecuencia de nuestra relación con el exterior»
ESTÁ generalmente aceptado que la política exterior está estrechamente imbricada en la política interior. Tan es así que, recientemente, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, decidió que no viajaría al exterior, ya que consideraba prioritario centrarse en la política interior. Lo explicó así: «La mejor política exterior es una buena política interior». En España, en estos últimos años, nuestra convulsa política interior no ha dejado mucho espacio para la conducción de nuestras relaciones exteriores.
Ya en tiempos pasados, el que fuera ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, se quejaba de que la gran mayoría de los informes que recibía carecían de conclusiones. De ahí la conveniencia de aportar elementos de juicio que puedan ayudar a cimentar una política exterior española que cuente con el aval de una gran mayoría del arco parlamentario.
Tres son los ejes fundamentales de la política exterior española: la relación euroatlántica, la conexión iberoamericana y el geoestratégico Mediterráneo.
En la relación euroatlántica, los interlocutores esenciales son las instituciones europeas en Bruselas. Si Felipe González desbloqueó, en 1985, nuestra entrada en la entonces CEE (tras diez años de intentos durante el inicio del reinado de Juan Carlos I), fue José María Aznar quien incorporó a España al club del Euro, en 1999. Hoy, Bruselas se nos aparece como un maná de 140 mil millones de euros, único remedio eficaz para salir de la actual crisis económica. Tras la Unión Europea, y en clave de relación con los países miembros, hay que trenzar una relación prioritaria con Francia y Alemania, auténticos motores de la Unión desde sus comienzos.
No ha sido fluida la relación de España con los Estados Unidos, pese a nuestra contribución a su Independencia. Inicialmente, fue la derecha española que se indignó frente a la guerra del 98, que supuso la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Más tarde, serían los demócratas españoles quienes se opusieran al Convenio de Defensa entre España y Estados Unidos de 1953, que perpetuaría el régimen de Franco.
Y, más recientemente, la controversia se ha centrado en el debate sobre nuestra entrada en la OTAN. El partido socialista fue suavizando su postura: primero, de entrada, no; luego el sí del referéndum de 1986; posteriormente, el Acuerdo de Cooperación para la Defensa de 1988, por el que los Estados Unidos satisfacían la principal demanda española, su salida del ala 401 de Torrejón de Ardoz. El nombramiento de Javier Solana como secretario general de la OTAN en 1995 hacía presagiar el final de la beligerancia socialista hacia los Estados Unidos. Parecían superadas las diferencias históricas con el país que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, es el más poderoso del mundo y líder del mundo libre. Así lo atestiguan Hollywood, Silicon Valley y sus universidades.
Algunos incidentes en estas dos últimas décadas han ensombrecido nuestro panorama bilateral. A distintos niveles, en Washington, se ha cuestionado la fiabilidad del aliado español. Pronto se iniciará la negociación bilateral de la prórroga del Convenio de Defensa, que deberá quedar concluida en mayo de 2022. Esperemos que podamos entrar en una nueva fase de madurez en la relación entre dos países amigos y aliados.
Como segundo gran foco de política exterior española, contamos con nuestra conexión iberoamericana. Si España tiene un peso especial en el mundo, lo es por su idioma –hablado por cerca de 600 millones de personas en el mundo– y por haber llevado a América nuestra manera de ser, vivir y sentir. Ello explica que, en 1991, iniciaran su andadura las Cumbres iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno. Se puede decir que la familia iberoamericana ya tiene su ‘Commonwealth’ o su francofonía.
Por otro lado, el continente latinoamericano ya no es aquél en el que los Gobiernos de las veinte Repúblicas eran fundamentalmente conservadores, con la desafiante excepción de Cuba. Ahora, como en nuestra Europa, coexisten naturalmente Gobiernos tanto de izquierda como de derecha.
De la misma forma en que británicos y franceses hacen abstracción del carácter democrático o no de los países de su órbita, España debería posicionarse ‘au dessus de la mêlée’, amigo de todos, con la sola excepción de aquellos Gobiernos que fueran rechazados por los propios latinoamericanos. Así mismo, habría que ser de alguna manera comprensivos con quienes, exhibiendo su ADN indigenista, critican nuestra huella en ese continente.
Pero España debería esmerarse en apuntalar lo nuestro: el idioma y las grandes gestas históricas. Un mínimo respeto a la Historia de España lo requiere.
Finalmente, nuestros medios de comunicación nos recuerdan, con cierta frecuencia, nuestra posición geoestratégica en el Mediterráneo y sus aledaños, tercer eje fundamental de nuestra política exterior. Es difícil englobar problemáticas diversas y, sin embargo, con frecuencia, interrelacionadas: Marruecos y Argelia, el Sáhara Occidental, Gibraltar, Rota y Morón, lo que afecta también a las islas Canarias, Ceuta y Melilla.
Pero hay dos temas hoy que suscitan el interés de la élite política española: en la persistente y anacrónica cuestión de Gibraltar, habría que explicar mejor la reciente negociación con el Reino Unido tras el Brexit. Sería deseable que los ciudadanos españoles percibieran, en las declaraciones y gestos públicos de nuestros gobernantes, que la dignidad española queda debidamente preservada.
Simultáneamente, la opinión pública canaria (y la española) ve con creciente preocupación cómo la avalancha de pateras, en gran medida provenientes de Marruecos, desde 2020, no remite. En el fondo, hay un problema de percepción. Los hechos, en relación con nuestro gran vecino del Sur, no se compadecen con la excelente relación que pregonan nuestros políticos.
Hay, adicionalmente, una gran variedad de temas de interés para nuestra política exterior: la irrupción creciente de China en el tablero mundial, la explosión demográfica de África, el cambio climático, el Brexit, la pandemia Covid-19, la globalización en entredicho y la fulgurante digitalización.
Para todo ello, se necesita una mayor atención de los medios de comunicación social para que la opinión pública española visualice que gran parte de nuestra riqueza nacional se generará como consecuencia de nuestra relación con el exterior.
Nuestro gran novelista Javier Cercas señala en ‘Anatomía de un instante’ (Mondadori, 2009) lo dicho por Borges: «Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es » . A veces, lo mismo acontece a los ciudadanos de un país.