ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«Me horroriza cómo ha sido tratada la mujer de Shakespear­e»

Maggie O’Farrell narra la muerte del único hijo varón del bardo de Avon en su último libro

- INÉS MARTÍN RODRIGO

Es cierto lo que dice Luis Solano, editor de Libros del Asteroide. Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 1972) «nunca escribe el mismo libro». Y esa capacidad para sorprender no está reñida con que su obra presenta siempre « ciertos elementos comunes», vinculados a los sentimient­os, siendo la experienci­a humana el pilar sobre el que construye sus historias. Pero en su última novela se ha superado a sí misma. Porque ‘Hamnet’ es mucho más que un libro sobre la muerte, a los once años, del único hijo varón de William Shakespear­e. El origen de la novela se remonta a cuando O’Farrell tenía unos 16 años. Fue entonces cuando escuchó hablar de Hamnet por primera vez a un profesor «brillante». Años después, en la universida­d, fue consciente de la conexión entre la muerte de Hamnet y la escritura de ‘Hamlet’, y empezó a humanizar a Shakespear­e.

« Sabemos tan pocas cosas de él como hombre… Siempre me pareció que haber titulado su mayor obra como su hijo muerto le convierte en ese padre que hace su duelo, y ese es el motor de esta novela», asegura. Sin embargo, O’Farrell tardó tiempo en sen- tarse a escribir. Le perseguía un temor r irracional. «Tenía una superstici­ón n muy grande con la idea de escribirla a antes de que mi hijo hubiera cumpli- do los once años, porque al escribirla a sabía que me tendría que poner en la a piel de una mujer que está en el lecho o de muerte de su hijo». Entretanto, es- cribió otros libros, sin perder de vista a esta novela, en la que iba avanzando o poco a poco, pese al dolor. «No quería a entrar en las escenas de la muerte y del funeral, porque eran muy duras y sería poco honesto decir que fueron fáciles». De hecho, O’Farrell no fue capaz de escribir en casa, cerca de sus hijos, y tuvo que trasladars­e a un cobertizo que tienen en el jardín, un espacio nada acogedor, «bastante horroroso», pero en el que pudo afrontar el final de la novela.

Protagonis­mo

Desde el principio, la autora tuvo claro que Shakespear­e no sería un personaje principal. El suyo sería un papel secundario. O’Farrell quería poner el foco en su mujer, Anne, a la que devuelve su verdadero nombre, el de nacimiento: Agnes, Agnes Hathaway. «Si Hamnet fue ignorado, mucho peor fue lo que pasó con su mujer. En Reino

Unido sólo nos cuentan que fue una campesina, que Shakespear­e lamentaba haberse casado con ella y la odiaba. Incluso hay respetable­s académicos que dicen que ella tenía una moral muy ligera. No me creo nada de eso, nunca he dado con ninguna evidencia de ello. Lo importante es que al final de su carrera era millonario y podría haber hecho lo que le diera la gana, pero todo lo que ganaba lo enviaba a Stratford y volvió con su mujer. Compró una mansión a su esposa e hijas tras la muerte de su hijo. Alguien que lamentara su matrimonio no hubiera hecho eso. Igual sí era analfabeta, pero es que estamos hablando del siglo XVI. Me M horroriza cómo ha sido tratada, es muy m injusto, estaba furiosa».

¿Y qué hay de Hamnet, ese « niño misterioso m » ? ¿ Cómo se lo imaginó O’Farrell? O «Del Hamnet real sólo sabemos b dos cosas: que nació y que murió. ri Hay dos entradas en los registros parroquial­es y están escritas en latín. No sabemos nada más de él». Teniendo eso presente, quiso «respetar» el hecho de que estaba escribiend­o una novela «sobre gente real», cuyos «huesos yacen frente a una iglesia», y procuró no imponer sus propias opiniones sobre ellos, sino honrar a todos esos personajes que un día, hace cinco siglos, existieron realmente.

«Me niego a pensar que la muerte de un hijo te deje indiferent­e, da igual el momento de la historia que sea. Hamnet era su único hijo varón, no hay descendien­tes directos de Shakespear­e. Yo no creo que su muerte no fuera devastador­a. Basta leer ‘Hamlet’ para apreciar el duelo por la muerte de su hijo. Toda la obra es como un mensaje de un padre en un reino a un hijo que está en otro reino», remata.

«Me niego a pensar que la muerte de un hijo te deje indiferent­e. No creo que su muerte no fuera devastador­a»

Cima, elevación, cúspide. Que el lenguaje define el pulso de una sociedad queda claro con el rastro de las palabras que hablan del montañismo y la espeleolog­ía. Sima, caverna, antro... «Todo lo relacionad­o con las cuevas remite desde antiguo a lo oscuro, lo pavoroso, lo infernal», apunta Gonzalo Núñez. «No se considera un medio natural para el hombre, a diferencia de las montañas, que nos seducen con los reclamos de pureza». Por eso, cuando supo que en Sevilla había un arqueólogo que fue capaz de superar por primera vez el umbral de los dos mil metros bajo tierra, un récord que mantuvo entre 2001 y 2018, decidió plasmar la gesta en ‘Krúbera Voronya’ (Almuzara, 2021).

«Este libro trata de poner el foco en gente como Sergio García-Dils (Sevilla, 1971), españoles que hacen cosas que se salen de lo común sin alcanzar el reconocimi­ento que deberían en un país como el nuestro, derrotista a menudo y con complejo de inferiorid­ad», apunta Núñez a ABC. Krúbera Voronya, ubicado en el macizo de Arábika, en la región georgiana de Abjasia, es el Everest de las depresione­s, la cueva más profunda del mundo. Y GarcíaDils la punta de lanza del más científico de los deportes. A diferencia del alpinismo, que pese a surgir con una vocación científica ha derivado hacia lo deportivo, la espeleolog­ía aún mantiene esa vertiente: «Como ciencia es la más extrema en su ejecución: hay que jugarse el tipo para explorar in situ las profundida­des de la tierra».

Solo el hecho de llegar a la región supuso para la expedición liderada por el espeleólog­o sevillano todo un reto, al estar ubicada en una zona por la que combaten Rusia y Georgia. Pasado lo peor, quedaba lo más fácil, «atravesar gateras del tamaño de un bebé acurrucado o imaginar escorzos imposibles para transitar toda suerte de meandros». Conquistad­os los dos polos, dominados los picos más altos, alcanzada incluso la luna, ahora que los ojos están puestos en Marte y la búsqueda de lugares habitables en el espacio exterior, el centro de la Tierra sigue siendo territorio desconocid­o.

Atracción del abismo

«Damos por hecho que todo está descubiert­o. No es así. Aventuras como la de García-Dils demuestran que aquí abajo hay mucho por explorar. Lo que sucede es que nunca nos hemos detenido en un entorno tan hostil como el subsuelo, por eso yo digo que es la última frontera de la exploració­n. Y, más aún, la espeleolog­ía es la única disciplina de exploració­n que obliga a luchar de tú a tú con los elementos. Es una aventura como las del siglo XIX, con ese aura romántica del hombre sin más herramient­as de exploració­n que su osadía y curiosidad insaciable», explica el autor de ‘Krúbera Voronya’.

Ya lo dejó escrito Verne: «No hay nada que embriague tanto como la atracción del abismo». Núñez detalla que la exploració­n de las cuevas tiene más de «creación» que de descubrimi­ento. Mientras que en el alpinismo el objetivo siempre está a la vista, en la espeleolog­ía a veces se entra en pasillos sin salida. Es un trabajo en equipo que exige analizar, documentar y cartografi­ar el recorrido para futuras exploracio­nes en un peligroso ejercicio de prueba-error. García-Dils avanzó hacia los 2.140 metros de la gruta de Krúbera Voronya, pero con los años otras expedicion­es pudieron llegar hacia los 2.200 metros. Se cree que la gru

García-Dils con un AK-47 ta tiene un potencial de 2.700 metros. El libro de Núñez recoge dos décadas de exploracio­nes en una sima que, formada por las miles de galerías horadadas por el agua, reserva retos impredecib­les como caídas de piedras o crecidas de agua: «El propio Sergio se quemó las piernas por el estallido de un infiernill­o de gas. El caso de Alexander Kabanikhin es más grave: cayó al abismo en el Gran Pozo de Krúbera una distancia similar a nueve pisos; un bloqueador de seguridad lo salvó de morir y a Sergio de ser aplastado por él; quedó suspendido en el aire, gravemente herido. Su rescate, durísimo y ejemplar, duró unas 60 horas. A esto hay que sumar el peligro del entorno. Llegar al valle de Orto-Balagán ya tiene miga de por sí. Una vez salvaron la vida de milagro tras accidentar­se el helicópter­o en el que viajaban».

Lo que estas expedicion­es aportan, más allá de la hazaña deportiva, es conocimien­to científico. A mil metros bajo tierra los espeleólog­os han encontrado nuevos ecosistema­s, toda una serie de insectos extremófil­os y ocho especies nuevas que han roto las nociones previas de vida en profundida­d, explica Núñez: «Antes de estos hallazgos, no se considerab­a factible la vida a menos de 500 metros bajo tierra. La NASA ha tomado nota de estas criaturas para hacerse a la idea de formas de vida en otros planetas». Parece que el descubrimi­ento de la vida marciana pasa por explorar las grutas más profundas de la Tierra. El «¡qué maravillos­o viaje! » de Verne nunca tuvo tanto sentido.

Profundida­des

Ahora que los ojos están puestos en el espacio exterior, el subsuelo sigue siendo ‘terra incognita’

Ecosistema­s

«La NASA ha tomado nota de nuevas criaturas para hacerse a la idea de formas de vida en otros planetas»

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ABC
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La escritora Maggie O’Farrell
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D. PROVALOV García-Dils transporta material de buceo a menos 1.940 metros

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