ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Gayle Smith, la zarina diplomátic­a de las vacunas en EE.UU.

Nombrada por Biden coordinado­ra de la respuesta global de su país al Covid-19. Esta experta en gestión de ayuda y cooperació­n con países en desarrollo se encargará de repartir las dosis que les sobren

- JAVIER ANSORENA

os países que están tiesos de vacunas ya saben dónde tienen que pedir número: en la puerta de Gayle Smith, nombrada ayer coordinado­ra de la respuesta global al Covid-19 del Gobierno de EE.UU. La primera potencia mundial tiene una opulencia en dosis contra el virus comparable al tanque de Coca-Cola que te dan en el cine: sobra material. EE.UU. tiene contratada­s 1.200 millones de dosis, repartidas entre las tres vacunas ya autorizada­s –Pfizer/BioNTech, Moderna y Johnson & Johnson– y dos que podrían serlo pronto –AstraZenec­a y Novavax–. El país representa el 4% de la población mundial, pero de las 673 millones de dosis que se han puesto en el planeta, casi el 25% han ido a parar a brazos de estadounid­enses. El presidente del país, Joe Biden, anunció ayer un nuevo adelanto a la fecha en la que todos los adultos estadounid­enses podrán vacunarse si así lo desean: el 19 de abril, dentro de dos semanas (un contraste con su homólogo español, Pedro Sánchez, que el mismo día se mostraba ufano por situar en el final de agosto la vacunación del 70% de los adultos españoles, todavía insuficien­te para conseguir la llamada inmunidad de rebaño y dejar atrás esta pesadilla). Con cada anuncio feliz de Biden sobre la marcha de la vacunación, pesa más sobre la Casa

LBlanca la realidad de que le van a sobrar vacunas y de que no las comparte. El presidente de EE.UU. ha defendido hasta ahora una política sobre su arsenal de vacunas al estilo del ‘América primero’ de su antecesor, Donald Trump. No se repartiría­n vacunas hasta controlar la pandemia en su país y se necesitará­n más en el futuro para vacunar a menores y, quizá, para poner refuerzos.

El fichaje de Smith, sin embargo, responde a otra realidad: la pandemia no se controlará si no se le pone coto en todo el mundo. Es posible que el virus siga mutando mientras encuentre poblacione­s no inmunizada­s y eso podría perjudicar a EE.UU. «El virus se mueve más rápido que nosotros, está ganando», advirtió Smith ante el aparente triunfalis­mo en EE.UU., donde en muchas partes parece que se ha regresado a 2019. Smith tiene experienci­a amplia en este campo. Barack Obama la eligió para dirigir USAID, la agencia que gestiona la ayuda y cooperació­n con países en desarrollo. Lo hizo después de una experienci­a de veinte años en África –sus complement­os de estilo étnico la delatan– como periodista y activista. Formó parte de los equipos de seguridad en los gobiernos de Bill Clinton y de Obama como experta en aquel continente, una labor en la que fue criticada por ser demasiado amable con dictadores de países como Etiopía, donde a EE.UU. le interesaba mantener la estabilida­d. África, donde la gran mayoría de los países tienen un índice de vacunación por debajo del 1%, será una de sus prioridade­s. Smith fue también fue una de las personas que lideró la respuesta de EE.UU. a la crisis del ébola, quizá el único punto que le emparenta con Fernando Simón, portavoz español en la lucha contra el Covid-19. En lo que queda de pandemia, Simón forma parte de un Gobierno al que le faltan millones de vacunas. Smith se encargará de repartir las que le sobran a EE.UU. a Corte Suprema se tuvo que pronunciar sobre los bloqueos que hizo Trump desde su cuenta de Twitter cuando era presidente, y esto, que poco importa ya, ha permitido que el juez Clarence Thomas desarrolle un argumento luminoso sobre la posible regulación de las plataforma­s digitales.

La cuenta del presidente era, hasta cierto punto, un foro público, pero no del todo porque, si Trump tenía poder para bloquear usuarios, aún era mayor el de los propietari­os de Twitter para bloquearle a él, como sucedió. ¿Cómo considerar foro público un lugar en manos privadas?

La 1ª Enmienda limita al gobierno, se dice, pero no a particular­es, libres de admitir o no los discursos que quieran en su plataforma. Esto fue lo que se argumentó para justificar la censura al presidente.

El juez Thomas se enfrenta a ese dilema y al problema que las nuevas tecnología­s plantean a las viejas doctrinas legales y lo hace buscando, dentro de la tradición jurídica americana, aquellas que limitan el derecho de la empresa privada a excluir a usuarios. Encuentra dos: la regulación de los transporti­stas comunes y la de los alojamient­os públicos, obligados, por su importanci­a, al acceso público general. Thomas propone que las plataforma­s digitales, «avenidas del discurso», se regulen así como medios de transporte de ideas u opiniones.

Al habitual razonamien­to liberal de que hay otras plataforma­s y de que el usuario es muy libre de buscarlas o crearlas, Thomas opone el ejemplo de irse a nado o caminando como alternativ­a al tren. «Al evaluar si una empresa ejerce un poder de mercado sustancial, lo que importa es si las alternativ­as son comparable­s. Para las actuales plataforma­s digitales, nada lo es».

La democracia ateniense garantizab­a no solo la igualdad ante las normas sino la isegoría, la igualdad de acceso al ágora, de expresar la propia opinión en el espacio público. Esa isegoría, de la que no se habla, no es solo libertad de expresión, es igualdad en la libertad de expresión, y es lo que está en juego.

A la espera de lo que digan nuestros liberales, al juez Thomas ya le han llamado marxista.

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REUTERS Gayle Smith el pasado lunes durante su toma de posesión del cargo en la Casa Blanca
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