ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Veteranos del desembarco del 17 de abril de 1961 relatan su intento frustrado de acabar con la dictadura castrista

- TRILLO

Aquella fue «la única vez en que Cuba pudo ser libre», sus pira desde Miami Luis González-Lalondry. Pese a sus 87 años y una memoria que empieza a flaquear, este antiguo miembro de la Brigada 2506 recuerda con detalle la mañana del 17 de abril de hace 60 años, cuando él y alrededor de otros 1.400 cubanos exiliados entrenados por Estados Unidos desembarca­ron en la bahía de Cochinos, en la costa sur de la isla, para tratar de derrocar a Fidel Castro. «No se puede olvidar –asegura con orgullo–, fue una muestra de valor, patriotism­o e hidalguía, en la que jóvenes y no tan jóvenes empuñamos un fusil para combatir al régimen comunista que intentaba perpetuars­e en el poder y que lo ha logrado durante 62 años».

Seis décadas después, los veteranos supervivie­ntes de la operación mantienen intactos los ideales que les llevaron a alistarse. Más de cien murieron y el resto, en su mayoría, fueron hechos prisionero­s. Para Castro, el fracaso de

Brigada 2506 (anticastri­stas)

Fuerzas cubanas la invasión fue una valiosa arma propagandí­stica ante el mundo y que el régimen, todavía en pie, sigue hoy explotando. Este 60 aniversari­o coincide, de hecho, con el VIII Congreso del Partido Comunista cubano, en el que el hermano de Fidel, Raúl, dejará previsible­mente de ser primer secretario, aunque la dictadura permanecer­á.

En los primeros meses de 1960, en plena Guerra Fría, la Administra­ción estadounid­ense del republican­o Dwight Eisenhower observa ya con preocupaci­ón la deriva del régimen que se había instalado un año antes en La Habana y decide dar luz verde a una intervenci­ón que le ponga fin. Junto con Manuel Artime, un exmilitar cubano huido a Miami que había fundado en la isla el anticastri­sta Movimiento de Recuperaci­ón Revolucion­aria ( MRR), la CIA empieza a preparar un contingent­e de exiliados anticastri­stas destinado a combatirlo.

«En marzo del 60 Artime mandó a buscar a un grupo selecto de los que estábamos en Cuba en el MRR, casi todos universita­rios, y había establecid­o contacto con exmilitare­s del ejército constituci­onal», rememora Jorge Gutiérrez Izaguirre, apodado ‘el Sheriff ’, uno de aquellos primeros reclutados para las operacione­s en ciernes.

Gutiérrez Izaguirre llega en abril a Florida y al mes siguiente, junto con otros 65 hombres, es recluido en la isla

de Useppa, en la costa del golfo de México, para comenzar su adiestrami­ento. Ese es el germen de lo que será la Brigada 2506. Al Sheriff le asignan el número 2519, siendo el primero el 2501. «Nos hicieron exámenes médicos, entrevista­s con psicólogos y psiquiatra­s, y pruebas de polígrafo y un grupo en el que estaba yo recibimos clases de radioteleg­rafía, criptograf­ía para cifraje y descifraje de claves secretas, así como de inteligenc­ia», recapitula.

Operación secreta

En medio de un gran secretismo, en «camiones cerrados y un avión con las ventanilla­s tapiadas», en julio son trasladado­s a Guatemala para continuar la formación. «Ni siquiera nos dijeron adonde íbamos», indica. Una vez en el país centroamer­icano, recalan en una hacienda cafetalera llamada Helvetia, a 1.500 metros de altitud, hasta que construyen aún más arriba la llamada base Trax, para lo que tienen que «desmontar una selva a 7.000 pies (más de 2.100 metros), con serpientes y pumas». Gutiérrez Izaguirre y sus compañeros la llaman ‘campamento Aguacero’, ya que cada tarde, hacia las tres, «se abrían los cielos y caía un diluvio torrencial hasta la madrugada».

Tras someterse en diciembre a una semana de superviven­cia en la jungla guatemalte­ca, los del grupo de infiltraci­ón pasan a Panamá, donde reciben entrenamie­nto con armas de fuego y explosivos. A principios de 1961 regresan a EE.UU. Llegan de forma clandestin­a a un hangar del aeródromo de Opalocka, al norte de Miami, y de allí a una base de la Marina, cuya localizaci­ón nunca se les llega a revelar. El Sheriff cree que era la de Norfolk, en Virginia. A fines de enero o principios de febrero vuelven una vez más al sur de Florida, esta vez a una ‘tomatera’ en Homestead. Se acerca la hora de la verdad para el equipo de infiltraci­ón.

«Nuestra misión era unirnos a los guerriller­os que peleaban en la zona sur de Matanzas, la mayoría del MRR,

Casi 1.200 prisionero­s

Los integrante­s de la Brigada, la mayoría cubanos huidos a EE.UU., cayeron en manos de las fuerzas castristas, muy superiores en número con el propósito de entrenarlo­s, orientarlo­s, especializ­arlos y, a la vez, como yo iba a ser telegrafis­ta, estar en contacto con la base, que era la CIA».

Su primer intento de entrar en Cuba es el 31 de enero. Un jovial demócrata llamado John F. Kennedy está ya en la Casa Blanca en lugar de Eisenhower. «Salimos de Cayo Hueso dos lanchas de motores fuera borda, pero recorrimos la costa sin llegar a contactar con el ‘team’ de recepción, y regresamos», cuenta. El 12 de febrero vuelven a zarpar las dos lanchas, pero en la del Sheriff empiezan a sentir una somnolenci­a que al principio atribuyen al viento del norte y el oleaje. «Era envenenami­ento por monóxido de carbono » , aclara. Gracias al auxilio de la otra embarcació­n, se libran de morir.

Lo intentan una tercera vez al día siguiente, esta vez los cinco integrante­s del equipo en una sola lancha. Pese a que «el tiempo estaba muy encrespado», recuerda, logran hallar el punto previsto para bajar a tierra, entre La Habana y Matanzas. El jefe del equipo, Jorge Rojas, y Rolando Martínez, alias ‘Musculito’ –años después implicado en el caso Watergate–, van a la costa en un bote supuestame­nte insumergib­le, pero al regresar con dos guajiros a bordo, la pequeña embarcació­n naufraga. Tras una larga espera y ante la incertidum­bre de lo que ha sucedido, la lancha vuelve a Cayo Hueso.

Al otro día Gutiérrez Izaguirre vuelve a zarpar rumbo a Cuba y se reencuentr­a con los dos náufragos a salvo. Al fin desembarca para cumplir con la misión. Junto con otro miembro del equipo, es acogido en la vivienda de un profesor universita­rio del MRR. «En esa casa por primera vez establecí contacto con la CIA», continúa.

Se une a las guerrillas, como estaba previsto, pero su lucha no llega muy lejos. «El 19 de marzo de 1961 amanecimos rodeados por 1.500 soldados. Era una zona despoblada. Yo me quedé al final, porque tenía unos equipos de radioteleg­rafía grandes y quise poner una granada para que explotara cuando fueran a levantarlo­s, pero había mucho fuego, muchos tiros. Atravesand­o un llano para alcanzar un monte dos compañeros de la guerrilla y yo, se entabla un tiroteo y ellos dos caen muertos a mi lado, y yo caí herido». Está muy cerca de perder él también la vida. «Una bala me entró por la paleta derecha, cruzó diagonalme­nte, atravesánd­ome el pulmón derecho

y, salió por el esternón», explica el Sheriff, en cuyo pecho es perfectame­nte visible todavía el orificio que le dejó el proyectil.

Minutos después, se salva de nuevo por los pelos de la muerte. «El que iba al frente de la tropa me apunta con el fusil belga Fal y me dice: ‘Hijo de puta, te voy a rematar’. Pero el arma se le encasquill­ó», señala. Según Gutiérrez Izaguirre, se volvería a librar poco más de un mes después, tras el intento de invasión, cuando el 23 de abril le llevan a juicio y ya estaba todo listo para fusilarlo a las nueve de la noche. «Una hora antes, a las ocho, Castro suspende momentánea­mente los fusilamien­tos» debido a la presión internacio­nal, indica. Lo que no podrá evitar es pasar 18 años preso. No quedaría en libertad hasta enero de 1979. (Como un gato con siete vidas, volvió a esquivar un tiro hace solo dos años, pero esta vez era suyo. Justo otro 19 de marzo, día de San José, se le disparó una pistola en su casa de Miami y una bala le atravesó un brazo. «Si llego a tener el brazo en posición distinta, me disparo en la cabeza y habrían dicho que me suicidé», observa con buen humor.)

La intercepci­ón del Sheriff y los que estaban con él no detiene los preparativ­os para la invasión. El 9 de abril se activa el traslado del grueso de la Brigada 2506 desde Guatemala a Puerto Cabezas, en Nicaragua, desde donde unos días después empiezan a salir los barcos con destino a la bahía de Cochinos. Por entonces el presidente Kennedy, aunque ha aceptado lo que se bautizó como ‘operación Zapata’, niega en público que vaya a haber, «bajo ninguna circunstan­cia», una intervenci­ón de fuerzas armadas estadounid­enses.

Los bombardeos

A primera hora del 15 de abril ocho bombardero­s B-26, pintados con la bandera cubana, irrumpen en los cielos de Cuba procedente­s de Nicaragua. Su objetivo, destruir la aviación castrista y limitar la capacidad de respuesta a la invasión. Sin embargo, el ataque a las bases apenas logra su propósito, ya que los aparatos de la fuerza aérea están dispersos por la isla. Además, a los B-26 anticastri­stas se les ha retirado las ametrallad­oras de cola para aligerarlo­s, por lo que no se pueden defender adecuadame­nte de los T-33 y Sea Fury enemigos.

Uno de los B-26 aterriza en Miami tratando de simular que su piloto es un desertor que ha sustraído el avión a Castro, aunque el engaño queda al descubiert­o al darse cuenta los periodista­s de que el morro del aparato es de metal y no de plástico, como los de la fuerza aérea cubana. Y entonces «Kennedy titubeó y suspendió los vuelos», lo que permite a los castristas mantener el dominio aéreo, lamenta Humberto López, miembro de la brigada y hoy, con 83 años, uno de los directores de la asociación de veteranos.

Con todo, la operación sigue adelante. En la madrugada del 17 de abril llegan a la bahía de Cochinos cuatro barcos con el grueso de la expedición. Pero la reacción castrista no se hace esperar. «Los primeros aviones llegaron a las seis y cuarto de la mañana y cogieron como blanco el Houston», explica López, que iba en aquel buque junto con otros 400 compañeros como jefe de una sección de cañones de 55 mm del batallón 2. «Las bombas caían al lado del barco y lo hacían tambalear, dañando el timón», describe el antiguo brigadista, y el capitán, Luis Morse, «lo encalló en los arrecifes». Entonces «la gente fue saliendo» del Houston, unos en botes y otros a nado, «bajo la amenaza de los aviones de Castro que nos ametrallab­an en el mar», prosigue la narración.

Parte de la fuerza invasora estaba en

Playa Girón, a la entrada de la bahía, pero «la mayor batalla fue en Playa Larga», al fondo de la bahía, donde se desata un feroz cuerpo a cuerpo.

Uno de los últimos en salir del Houston fue Luis González-Lalondry, jefe de comunicaci­ones del batallón 5 de infantería. «Cuando empezó a hacer agua y a hundirse por la borda, yo pensé ‘este es el último momento de mi vida, pero tengo que cumplir con la misión’, y seguí transmitie­ndo con la radio en el barco hasta las tres y media de la tarde», recuerda. «Era un caos. Además llevábamos 50.000 galones (casi 190.000 litros) de gasolina sobre la cubierta, por lo que una bala pudo haberla hecho explotar y matar a todos– recalca–. Yo salvé la vida de milagro, pero aquí estoy para contar lo que pueda». En tierra González-Lalondry sigue transmitie­ndo y tratando de contactar con los hombres que luchan en Playa Larga.

Durante la jornada del 18 se suceden los combates en las playas, mientras los castristas acumulan fuerzas y los miembros de la brigada siguen sin refuerzos. Al día siguiente el entonces jefe de comunicaci­ones del batallón 5 aborda una lancha y logra salir en ella de la bahía junto con el capitán del Houston para tratar de hacer contacto con otros barcos que merodean la zona. Sin embargo, acaban siendo capturados en alta mar por unos milicianos. «Nos escupían y nos decían que nos iban a fusilar», rescata de su memoria.

Entre tanto, los que combaten en tierra se van dispersand­o ante la clara superiorid­ad castrista. «Nos quedamos sin municiones, tratamos de escapar por las ciénagas y las montañas, y nos fueron capturando, aunque algunos burlaron el cerco –cuenta Humberto López–. A mí me encontraro­n a las dos semanas y me llevaron a La Habana».

Las bajas

Cerca de 1.200 hombres fueron hechos prisionero­s y más de un centenar perdieron la vida en la bahía de Cochinos. La mayoría de presos serían liberados casi dos años después a cambio de comida y medicinas de EE.UU. La asociación de veteranos calcula que 300 permanecen vivos en la actualidad.

Hoy se rendirá homenaje a todos los caídos en Miami con un acto al que asistirá del gobernador de Florida, y con una misa en la Casa de la Brigada 2506, en la Pequeña Habana. «Han pasado 60 años, pero mantenemos nuestros ideales de una Cuba libre –sostiene López–. Era un plan bien concebido y debimos haber triunfado, pero Kennedy llevaba tres meses y no era la persona indicada. Con Eisenhower o Nixon habría sido otra cosa». En cualquier caso, concluye: «Tenemos la enorme satisfacci­ón del deber cumplido».

Luis González-Lalondry

Humberto López

Los B-26 trataron de destruir la fuerza aérea de Castro, pero no lo lograron y sus aviones atacaron a los barcos en la bahía

El fracaso de la ofensiva ha sido usada por el régimen desde entonces como un triunfo ante el mundo

Jorge Gutiérrez Izaguirre, ‘el Sheriff’

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