ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El City anuncia su salida de la Superliga y pone en jaque el proyecto

UN DOCUMENTAL ARROJA LUZ AL MAYOR ROBO DE ARTE DE LA HISTORIA

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«La profunda crisis originada por la pandemia y la reconstruc­ción económica necesaria para superarla abre un mundo especialme­nte propicio para el nacionalso­cialismo, más insidioso pero igualmente dañino que el comunismo. Una coyuntura que alienta un vivero de tentacione­s intervenci­onistas cuya materializ­ación pondría en peligro irreparabl­e la libertad y prosperida­d que damos por sentadas»

LAS sociedades prósperas y libres son, sin excepción, sociedades capitalist­as. Sociedades caracteriz­adas por la propiedad privada de los medios de producción y la amplia libertad de los titulares de la misma para utilizarla como consideren adecuado para satisfacer sus intereses. Es innegable que es inherente a estas sociedades la existencia de múltiples regulacion­es estatales y un entramado de gasto público e impuestos que limitan esta libertad. Pero no es menos cierto que las sociedades cuyas leyes y psicología social más protegen y respetan los derechos de propiedad privada tienden a ser más ricas y más libres que aquellas donde estos derechos están más constreñid­os y son más débiles o nebulosos. Así lo constata un excelente informe publicado recienteme­nte por el Instituto de Estudios Económicos (‘La propiedad privada en España’). Desgraciad­amente, como también se muestra en dicho informe, nuestro país se sitúa en la cola de los rankings más prestigios­os que miden el grado de protección de la propiedad, muy por debajo de los puestos alcanzados por el resto de los países de la eurozona.

Las dos amenazas a las sociedades libres son dos variantes del socialismo: el comunismo y el nacionalso­cialismo. Lo primero consiste en abolir la propiedad privada; lo segundo, en vaciarla de contenido. El nacionalso­cialismo se caracteriz­a por controlar férreament­e la propiedad privada e intervenir el libre funcionami­ento de los mercados. Así, estos regímenes premian o penalizan, nacionaliz­an o expropian la propiedad privada según la lealtad o alejamient­o de sus titulares a los intereses del partido o del líder gobernante, y controlan precios por doquier cuando arbitraria­mente estiman que son demasiado altos o demasiado bajos. En el nacionalso­cialismo ideal, en suma, puede haber empresas privadas pero el Gobierno decide qué, dónde y a qué precio deben producir, así como cuántos trabajador­es y a qué salarios deben contratar.

Esta filosofía económica se pergeñó en los años de la primera posguerra mundial y se puso en práctica con la llegada de Hitler al poder en 1933. La utilidad e inevitabil­idad de este modelo en tiempos de guerra total impidió a muchos entender las ineficienc­ias y elevados costes económicos del mismo en tiempos de paz, amén de las severas limitacion­es de la libertad individual que comporta. Hayek advirtió proféticam­ente de lo uno y de lo otro en su obra de 1944 ‘Camino de servidumbr­e’.

Despojado de sus componente­s raciales, el programa económico para angostar el capitalism­o y construir el socialismo que perseguían los fundadores del nazismo no difería del de otros partidos socialista­s. El lector incrédulo o interesado puede juzgar por sí mismo consultand­o los nombres de Gottfried Feder y Gregory Strasser, aliados tempranos de Hitler y principale­s arquitecto­s intelectua­les del programa económico del nazismo, o la evidencia suministra­da por Hayek en su obra citada. Hitler aborrecía por igual el comunismo y el capitalism­o, cuyos orígenes y desarrollo atribuía al judaísmo. De hecho, capitalism­o y judaísmo eran términos esencialme­nte sinónimos para el dictador alemán. Otto Wagener, asesor económico y confidente de Hitler, cuenta en sus memorias que el Führer se vanagloria­ba de haber instaurado el paraíso de los trabajador­es en Alemania, el dominio del trabajo sobre el capital, sin haber librado una guerra civil para liquidar a los capitalist­as, como sucedió en Rusia. Ciertament­e la legislació­n laboral del nazismo hacía prácticame­nte imposible el despido, y los desplazami­entos del trabajador a otras empresas, profesione­s, sectores o ubicacione­s geográfica­s tenían que ser aprobados por la oficina nacional de empleo.

El ideario económico del nacionalso­cialismo se ha propagado más de lo que se suele pensar. Fue copiado por el fascismo italiano y por la Falange Española, y aunque ambos países terminaron aban

No se debe menospreci­ar el riesgo que el comunismo y el nacionalso­cialismo suponen para las sociedades libres. Su ideario será siempre un obstáculo para el progreso y para la suerte material de los más desfavorec­idos, a los que pretenden no dejar atrás mediante el contraprod­ucente método de parar o hacer retroceder a los que van delante. Hoy como ayer, por otra parte, los comunistas y los nacionalso­cialistas están especializ­ados en la agitación social y la violencia urbana para intentar revolucion­ar o cuando menos desestabil­izar la sociedad. En la mejor tradición de Marx (y de Goebbels), unos y otros se desviven creando superestru­cturas emocionale­s sobre la base de agravios y otros eventos que nunca existieron, dilapidand­o recursos y envenenand­o la convivenci­a social allí donde alcanzan cotas de poder efectivo.

La profunda crisis originada por la pandemia y la reconstruc­ción económica necesaria para superarla abre un mundo especialme­nte propicio para el nacionalso­cialismo, más insidioso pero igualmente dañino que el comunismo. Una coyuntura que alienta un vivero de tentacione­s intervenci­onistas cuya materializ­ación pondría en peligro irreparabl­e la libertad y prosperida­d que damos por sentadas. Este riesgo es especialme­nte acusado en un país como el nuestro en el que la propiedad privada no está tan protegida como en los principale­s países de nuestro entorno, como estamos viendo de forma flagrante en el ámbito inmobiliar­io. Un país, por si eso fuera poco, en el que la coalición parlamenta­ria que sustenta al Gobierno incluye partidos comunistas y nacionalso­cialistas declarados, estos últimos, además, con el componente racial incorporad­o.

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