ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El policía que mató a Floyd es declarado culpable de homicidio

El jurado halla a Derek Chauvin responsabl­e de la muerte del ciudadano negro al que asfixió

- JAVIER ANSORENA

Estados Unidos y parte del mundo tenía la mirada puesta ayer en los juzgados de Mineápolis donde en las últimas semanas se ventiló el juicio por el caso que ha sacudido al país en el último año y que puso, una vez más, a la democracia más vieja y estable del mundo frente al espejo de las desigualda­des raciales. Hacia las tres menos cuarto de la tarde (las 21.45 horas en España), con un cielo encapotado en la principal ciudad de Mineápolis, se supo que el jurado encargado de decidir el futuro de Derek Chauvin, el acusado de matar a George Floyd, había llegado a un veredicto.

Un silencio ansioso tomó el centro de la ciudad, con buena parte de sus negocios cubiertos con tablones por el temor a incidentes, durante la casi hora y media que se tardó en comunicar el signo del veredicto. Fuera de los juzgados se escuchaban los gritos habituales de las protestas del verano pasado. ‘Black lives matter!’ (‘ las vidas negras importan’) o ’Say their name!’ (‘Decid sus nombres’), seguido de la letanía de hombres –la mayoría jóvenes– que han protagoniz­ado casos trágicos de abusos policiales.

Una muchedumbr­e de periodista­s rodeaba a Courtney Ross, que fue novia de Floyd y que testificó en el juicio. «Un veredicto de culpable es lo que necesita esta ciudad para recuperar su paz», decía Ross.

«Guilty», «guilty», «guilty»

«Guilty», «guilty», «guilty», leyó el juez del caso, Peter Cahill, cuando el jurado entró en la sala para entregarle la nota con su veredicto. «Culpable», «culpable», «culpable». Una vez por cada uno de los tres cargos de homicidio no intenciona­do, en diversos grados, que pesaban sobre Chauvin. Todos relacionad­os con las imágenes que corrieron como la pólvora por Mineápolis, Estados Unuidos y el mundo a finales de mayo del año pasado. Una viandante grabó la detención de un hombre negro por parte de la policía. Chauvin asfixió durante casi diez minutos a Floyd, con la rodilla contra el cuello de la víctima. El detenido estaba esposado, contra el suelo y rodeado por otros tres agentes. Chauvin siguió apretando aunque Floyd decía que no podía respirar. También, durante un par de minutos, después de que la víctima perdiera el conocimien­to.

Chauvin escuchó el veredicto detrás de una mascarilla quirúrgica. No reaccionó, más allá de un movimiento nervioso de ojos. Cuando salió el jurado de la sala, sabía lo que tenía que hacer. Se puso de pie y colocó sus manos detrás de la espalda para que le colocaran las esposas. Fuera de los juzgados, entre la muchedumbr­e, estalló el júbilo. También entre quienes se congregaro­n donde Floyd murió, delante de la tienda en la que trató de pagar con un billete de 20 dólares, donde comenzó su final.

Los miembros del jurado –seis blancos, cuatro negros y dos que se identifica­n como multirraci­ales– tenían en sus manos una decisión de voltaje máximo. En la víspera, habían escuchado las exposicion­es finales de las partes, después de semanas de presentaci­ón y discusión de pruebas.

«Más allá de toda duda»

El abogado de Chauvin, Eric Nelson, insistió en que la acusación no había probado «más allá de toda duda razonable» que el expolicía usó fuerza excesiva y que Floyd murió por su actuación. El consumo de drogas, su pasado médico y la tardía actuación

pudieron ser factores determinan­tes. La acción agresiva del policía pudo ser exigida por las circunstan­cias de la detención, defendió Nelson sin mucho éxito.

La acusación rebatió esos puntos y exigió a los jurados que no olvidaran lo que vieron sus ojos: un vídeo que conmocionó al mundo en la primavera pasada y que provocó una gran oleada de protestas y tensiones raciales dentro y fuera de los Estados Unidos de América.

Un trato justo

«Culpable», «culpable», «culpable». Fue un veredicto alcanzado de forma exprés, en poco más de diez horas de deliberaci­ón, lo que significa, para una parte de un país muy polarizado en torno a este desgraciad­o caso, un trato justo que ha tardado mucho en llegar.

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Jesse Jackson visita el lugar donde murió George Floyd
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