ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«Siento alegría y dolor al mismo tiempo; le echo mucho de menos»

Alvin Manago Compañero de piso de George Floyd El hombre que vivió y trabajó varios años junto a la víctima recuerda lo que sintió al conocer su muerte y el veredicto de culpabilid­ad

- JAVIER ANSORENA

El 26 de mayo de 2020, alguien tocó a la puerta en la casa de Alvin Manago, un bungalow modesto en el barrio de St. Louis Park, un suburbio de Mineápolis. Manago no vivía solo. Compartía la vivienda con su novia y con George Floyd. Su compañero de piso no había pasado la última noche en casa. La visita era de un reportero local. Sacó un móvil y le enseñó un vídeo que circulaba por la ciudad desde la noche anterior: un policía apretaba con su rodilla contra el cuello a un hombre, esposado, tumbado contra el suelo y rodeado por otros tres agentes. Manago confirmó que ese hombre era su compañero de piso, compañero de trabajo y amigo íntimo.

«Fue horrible enterarme así. No quería creer lo que vi en el vídeo», explica ahora a ABC a pocos metros de donde murió Floyd, en una intersecci­ón de Mineápolis que ahora lleva su nombre y que se ha convertido en un memorial. «Me dolió mucho, me costó mucho verlo. No hizo nada para merecer un trato así”», añade.

Manago, de 56 años, habla con este periódico dos días después de que se conociera el veredicto de culpabilid­ad de Derek Chauvin, el policía que mató a Floyd. A su alrededor, el cruce de la calle 38 y la Avenida Chicago está cubierto de velas, flores, recuerdos, mensajes y carteles con el rostro de Floyd y de otras víctimas de abusos policiales, como el de Daunte Wright, que falleció hace menos de dos semanas cerca de aquí.

Se conocieron cuatro años antes del episodio que sacudió a EE.UU. y al mundo. Jovanni Thunstrom, propietari­o de Conga Latina Bistro, era también el dueño de la casa en la que Floyd vivía alquilado. Manago se mudó a la habitación que quedaba libre. «Estábamos muy unidos», cuenta ahora sobre su compañero de piso, con quien trabajó en el negocio de Thunstrom. «Floyd estaba en la puerta, de seguridad. Yo, ayudando en el bar o fregando vasos».

Tranquilo y modesto

Floyd, diez años más joven que Manago, había llegado poco antes a Mineápolis, donde buscaba empezar de nuevo. Trató de centrarse en su trabajo, en enviar dinero a los hijos que dejó en Houston y en su fe. Lo que no consiguió dejar atrás fue la droga, como se vio en su autopsia y en el juicio. «Fue algo sorprenden­te para mí, porque yo no lo vi», asegura Manago. Como también lo fueron sus problemas médicos, que la defensa de Chauvin trató de establecer como una causa determinan­te en su muerte. «Nunca vi nada de eso. Siempre estaba ejercitánd­ose en el sótano y tenía mucha salud». En la casa, Floyd era un tipo «muy tranquilo» y preocupado por los demás. «Hasta el último día me preguntó cómo me encontraba, si estaba bien».

Todo cambió esa tarde en el cruce de calles desde el que ahora habla Manago. Y espera que muchas cosas cambien en Mineápolis y en el resto del país a partir del veredicto del otro día. «Todo el proceso ha sido muy duro, pero para mí es un placer ver que ha acabado con mucha paz y unión», asegura, después de un año de tensiones y violencia. Tras la muerte de Floyd, Mineápolis ardió en disturbios, con cerca de mil edificios destruidos o dañados. «Fue descorazon­ador ver cómo mucha gente perdió su negocio, por el que habían trabajado tanto», dice. «Él hubiera estado en contra de eso».

Floyd representa ahora un nuevo impulso para reformar las prácticas policiales, en especial en su relación con las minorías raciales. «Se lo tomaría con mucha modestia, con mucha humildad y como una forma de unir a la gente», explica Monago, que confía en que el veredicto suponga «un paso en la dirección correcta» y que muestre «cómo se deben hacer las cosas». Pero, puertas adentro, el final del juicio arroja sentimient­os encontrado­s: «Siento alegría y dolor al mismo tiempo; le echo mucho de menos».

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ABC Alvin Manago
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