ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

La libertad de prensa, en la UCI

FUNDADO EN 1903 TORCUATO LUCA DE TENA

- POR LUIS

«La libertad de prensa está enferma. Necesita ya cuidados intensivos y los propios periodista­s tenemos en nuestras manos lograr la recuperaci­ón de lo que constituye uno de los pulmones de las sociedades democrátic­as. La prensa ha desempeñad­o un papel esencial en la consolidac­ión de la democracia en este país y ha sabido resistir los intentos de limitar su actuación por parte de los poderes públicos. Ahora, debe volver a hacerlo»

HACE treinta años, la Sociedad de Periodista­s Profesiona­les de Estados Unidos puso en marcha una campaña para resaltar el valor de una prensa libre, en la que lanzaba una pregunta: «Si la prensa no nos lo dijera, ¿quién lo haría?». Obviamente, la respuesta que se esperaba era: «Nadie».

Hoy, la contestaci­ón no estaría tan clara. Las redes sociales se han convertido en una poderosa alternativ­a a los medios tradiciona­les de informació­n. Los periodista­s hemos dejado de ser los únicos que cuentan lo que pasa en el mundo.

Eso nos ha descolocad­o y, mientras una parte de los periodista­s tratan de hacer que se valore el rigor de los soportes informativ­os de toda la vida, otra se mimetizan con esas redes sociales a las que políticos, institucio­nes y empresas acuden cada vez más para lanzar sus mensajes.

Ciertament­e, no son buenos tiempos para la prensa, que, en ese desconcier­to, ve amenazada su libertad desde muchos frentes. Y, como decía Albert Camus, la prensa libre puede ser buena o mala, pero es seguro que, sin libertad, no será más que mala.

A ese deterioro, tratan de abocarnos quienes temen que los periodista­s ejerzan un papel de perros guardianes de las libertades y de denuncia de los excesos del poder. Les resulta incómodo ver sus actuacione­s sometidas a vigilancia y han decidido ser ellos quienes controlen a los medios de comunicaci­ón. En los regímenes dictatoria­les o autocrátic­os la mordaza se impone a través de la censura o de la violencia sobre los periodista­s; en las democracia­s, se hace de una manera más sutil, pero, igualmente, dañina.

La pandemia ha sido una ocasión única para cercenar la libertad de prensa, como ponía de relieve un reciente informe de Reporteros sin Fronteras. Los gobiernos, el nuestro también, han aprovechad­o para restringir el acceso a las fuentes de informació­n. Y los partidos políticos no se han quedado a la zaga. Las muestras de esa tendencia han sido abundantes.

Así, sólo la unidad de los periodista­s y la firme denuncia de las asociacion­es de prensa obligaron al Gobierno a renunciar a ruedas de prensa que las preguntas pasaban antes por el filtro del Palacio de la Moncloa.

Aprovechan­do la necesidad de luchar contra la desinforma­ción, sobre todo la provenient­e del exterior, se pretendía, también, que un órgano formado por terminales del Ejecutivo fuera el que determinar­a qué mensajes son falsos y cuáles no.

Los informador­es gráficos se quejaron de que, en las horas más duras de la pandemia, su acceso a hospitales y morgues resultaba imposible, y, más recienteme­nte, que se les impedía llegar a los centros de acogida de inmigrante­s a Canarias.

En el Congreso de los Diputados, no hay ya contactos de periodista­s con políticos en los pasillos, algo esencial para una buena informació­n parlamenta­ria. Los partidos difunden declaracio­nes enlatadas de sus líderes, que recurren a las redes sociales para lanzar sus mensajes sin someterse a incómodas preguntas.

Y hace tiempo ya que las declaracio­nes institucio­nales, las ruedas de prensa sin preguntas son corruptela­s a las que se acogen, sin pudor, desde un presidente del Gobierno al entrenador o el jugador del equipo de fútbol más modesto. Se pretende que los periodista­s se conviertan en un decorado, en simples altavoces.

Algunos partidos políticos, como Vox, descalific­an a los periodista­s o vetan a medios críticos en sus ruedas de prensa o actos públicos, sin que les importen las protestas, porque, por desgracia, no hay una respuesta unánime de los medios a no acudir a esas convocator­ias.

Otras formacione­s y sus líderes, como es el caso de Unidas Podemos, no ocultan que desearían la desaparici­ón de los medios privados de comunicaci­ón y hace tiempo que acostumbra­n a descalific­ar a algunos informador­es críticos, a través de videos institucio­nales o declaracio­nes públicas. Un señalamien­to al que sigue, después, una campaña de acoso desde las redes sociales o en la calle, donde

Es triste constatarl­o, pero la libertad de prensa está enferma. Necesita ya cuidados intensivos y los propios periodista­s tenemos en nuestras manos lograr la recuperaci­ón de lo que constituye uno de los pulmones de las sociedades democrátic­as. La prensa ha desempeñad­o un papel esencial en la consolidac­ión de la democracia en este país y ha sabido resistir los intentos de limitar su actuación por parte de los poderes públicos. Ahora, debe volver a hacerlo.

La vacuna contra el virus que puede terminar con una prensa libre pasa por que los periodista­s volvamos a nuestra tarea de informar y opinar de manera equilibrad­a y razonable, sin ser perros falderos o estridente­s voceros de nadie. Hemos de contribuir a rebajar la tensión y no a aumentarla.

Pasa también, por mantener la unidad frente a los ataques directos o indirectos que recibe la libertad de prensa. Unidad que no es una indeseable uniformida­d. Unidad de los periodista­s y de los directivos de los medios de comunicaci­ón. Unidad que no es corporativ­ismo, porque no defendemos ningún tipo de privilegio­s, sino la superviven­cia de algo a lo que tienen derecho los ciudadanos que viven en democracia: una prensa libre, porque una prensa sin ataduras es la mejor garantía de un proceso democrátic­o vigoroso.

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SARA ROJO

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