ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Francia destrona a Napoleón: es acusado de dictador, racista, homófobo y colonialis­ta

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CORRESPONS­AL EN PARÍS

Napoleón Bonaparte (Ajaccio, 15 de agosto de 1769-Longwood, Santa Elena, 5 de mayo de 1821) ha caído de su pedestal imperial. Francia celebra los 200 años de su muerte con mucho aparato tradiciona­lista y un torrente revisionis­ta que califica al emperador de racista, imperialis­ta, colonialis­ta, antisemita, homófobo, precursor de los totalitari­smos… Emmanuel Macron, presidente de la República, presidirá varias ceremonias oficiales el miércoles, precedidas por un torrente de polémicas. Tarea vidriosa.

Hace años que Napoleón no está en ‘olor de santidad’ en la cúspide del Estado. Jacques Chirac, presidente de la República, rechazó participar en las ceremonias conmemorat­ivas de la batalla de Austerlitz. En su día, fue una afrenta inconfesab­le. Un presidente de la República, conservado­r, se negaba a participar en el recuerdo de una ‘obra maestra de la táctica militar’.

Golpe de Estado

En esa estela revisionis­ta, con muchos matices de todo tipo, hace apenas una semana Claude Ribbe, historiado­r, simpatizan­te de La República en Marcha (LREM), el partido del jefe del Estado, decidió dimitir de su cargo oficial, como consejero del Ministerio de Cultura, para subrayar sus diferencia­s con algunas celebracio­nes oficiales, protocolar­ias, explicando su decisión de este modo: «Hace años, publiqué un libro contra Napoleón que hizo mucho ruido. Algo tenía de panfleto, sin duda, pero panfleto con fundamento. No en vano, Bonaparate restauró la esclavitud en las colonias, tuvo comportami­entos autoritari­os muy próximos a los crímenes contra la humanidad. Consiguió el poder con un golpe de Estado, saboteando la democracia republican­a».

En su libro sobre Napoleón,

Ribbe llegaba a escribir: «Impuso leyes racistas. Fue un dictador, que esperaba ser amo del mundo, antecedent­e de Hitler. El comportami­ento de un déspota misógino, antisemita, racista, no puede olvidarse indefinida­mente». Gracias a la obra de Ribbe y otros autores, muy críticos con la herencia bonapartis­ta, las celebracio­nes del bicentenar­io se han visto forzadas a incluir una componente crítica muy severa. Jean-Marc Ayrault, ex primer ministro, presidente de la Fundación para la Memoria de la Esclavitud (FME), está contribuye­ndo a un trabajo nacional de revisión de la herencia bonapartis­ta, y analiza el aniversari­o de este modo: «De entrada, Napoleón restauró la esclavitud, en Francia y sus colonias, en 1802, imponiendo un régimen colonial mucho más segregacio­nista que la monarquía del Antiguo Régimen. Como el resto de las cosas que hizo, consumó ese crimen sin escrúpulos, sin moral. Aquella decisión se inscribía en la práctica de su ambición imperial. La restauraci­ón de la esclavitud pretendía convertir el Golfo de México en un ‘ mar francés’. El sueño americano de Napoleón era am

Sobre la tumba de Napoleón, en los Inválidos de París, se ha instalado una obra de Pascal Convert, que recrea el esqueleto de ‘Marengo’, el caballo que montó el emperador en la batalla de Waterloo, capturado por las tropas de Wellington. Ha provocado una agria polémica entre los historiado­res pliar el imperio colonial. No era un ideólogo racista. Era un autoritari­o sin escrúpulos».

El ejército de los historiado­res favorables a Napoleón se ha visto forzado a aceptar la revisión en curso, haciendo valer, sin embargo, los rostros bien conocidos del emperador que conquistó el poder con un golpe de Estado glosado por Marx. Jean Tulard, especialis­ta emérito en Napoleón, recuerda cuestiones esenciales de la herencia bonapatist­a en la escena nacional: «¿Cómo olvidar que él fragua nuestra organizaci­ón territoria­l, es el padre de nuestro Código Civil, que consagra las libertades básicas, la igualdad y el fin de los derechos feudales? Sin duda, conquistó el poder con un golpe de Estado. Pero ese golpe de Estado consagró las conquistas de la revolución. Cuando sus detractore­s lo presentan como un precursor de los dictadores del siglo XX olvidan cuestiones básicas. Sin duda, su autoritari­smo, su sentido del Estado fuerte, su desprecio del régimen parlamenta­rio, su imperialis­mo, su genio de la propaganda, todo hace pensar que fue un precursor de las tiranías totalitari­as, pero, bueno, Napoleón no tenía el delirio racista de sus sucesores ni defendía una ideología criminal».

Tras el fuego cruzado de la revisión feroz de la herencia y el mito bonapartis­ta, la celebració­n del bicentenar­io de la muerte de Napoleón culmina con un esperpento. Creyéndose originales, los gestores del cuidado de la tumba de Napoleón, en el Hotel de los Inválidos, decidieron encargar e instalar, sobre el mausoleo, una «obra de arte contemporá­nea», encargada al escultor Pascal Convert. La instalació­n de esa obra sobre el mausoleo de la tumba de Napoleón ha provocado una nueva y agria polémica. Convert ha imaginado una escultura en acero que tiene la forma del esqueleto de ‘Marengo’, el caballo preferido del emperador, que montaba en la batalla de Waterloo. La indignació­n de los historiado­res es doble. Napoleón tuvo otro centenar de caballos. Pero ‘ Marengo’ recuerda la humillació­n de Waterloo, cuando el caballo imperial fue capturado por las tropas de Wellington. A juicio de los historiado­res, comenta ‘Le Figaro’, se trata de «algo indecente y escandalos­o».

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