ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

ÉXTASIS EN LA TORMENTA

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Como casi siempre, el azar desempeñó un papel esencial en el idilio entre Hermann Göring y Carin Fock. Se conocieron el 20 de febrero de 1919 cuando el futuro dirigente nacionalso­cialista tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en plena tormenta sobre un lago helado en Suecia. Había pedido la baja como capitán del Ejército alemán y se ganaba la vida como piloto comercial de la Svenska Lufttrafik.

Esa noche Göring tuvo que pernoctar en el castillo de Rockelstad, invitado por el conde Van Rosen, su amigo. Estaba casado con una hermana de Carin, que se encontraba en el lugar. Durante la cena, Hermann se enamoró de la cuñada de Von Rosen y ella se sintió impresiona­da por el antiguo as de la aviación y héroe de guerra. A la mañana siguiente, Karin le llevó a visitar la capilla familiar. Ella tenía 31 años, cinco años más que Göring.

Tras abandonar Rockelstad, Hermann escribió una apasionada carta de amor a Carin: «Me sentí transporta­do al otro mundo al conocerte». A las pocas semanas, ya eran amantes. Se fueron a vivir juntos a un apartament­o de Estocolmo a pesar de que ella estaba casada y tenía un hijo de seis años. Carin no ocultó la relación a su marido, un oficial sueco, que encajó la situación con resignació­n.

En el verano de 1920, la pareja viaja a Alemania para conocer a la madre y los hermanos de Hermann. Ella reacciona con visible enfado al enterarse de que su hijo ha roto un matrimonio, pero acaba por congeniar con Carin. Siguieron viviendo en Suecia durante un año hasta que Göring, deseoso de hacer carrera política, convence a su amante para instalarse en las afueras de Múnich.

En 1922, Carin obtiene el divorcio y, al año siguiente, se casan. Él era ya miembro del Partido Nacionalso­cialista y un admirador de Hitler. A la boda, muy austera, asiste solamente su círculo familiar. La pareja pasa penalidade­s económicas y Hermann realiza diversos trabajos para subsistir.

Poco después del enlace, fracasa el golpe planeado por Hitler, conocido como el ‘Putsch de la cervecería’, y Göring huye a Austria tras recibir un disparo en la ingle. Su mentor es encarcelad­o. Tras ser sometido a vigilancia por las autoridade­s austriacas, se fuga a Italia. Allí permanece durante casi un año, protegido por Mussolini.

Finalmente, Göring y Carin deciden retornar en 1925 a Suecia, ya que su madre ha fallecido y disponen de la herencia de la venta de las propiedade­s familiares. Allí permanecie­ron dos años en los que Carin demostró su amor a Hermann, que sufría ataques de ansiedad por su adicción a la morfina. Tuvo que ser internado en al menos dos ocasiones, una de ellas en el hospital psiquiátri­co de Langbro.

Finalmente, retornan a Alemania en 1927. Göring se siente muy decepciona­do por la acogida de sus excamarada­s. Pero Hitler no olvida sus servicios y le pone en las listas al Reichstag en las elecciones­ciones de 1927,1927 donde sale diputado.diputado El ascenso de Göring es meteórico, pero un contratiem­po nubla su euforia: la enfermedad de Carin. Tiene una afección pulmonar que se agrava progresiva­mente. Es internada en un hospital de los Alpes y luego es enviada a una clínica sueca junto a su hermana.

Hermann viaja a Estocolmo para visitarla unas semanas antes de su muerte. Carin está depauperad­a, apenas puede hablar y ya no se levanta de la cama. En octubre de 1931, fallece tras sufrir un ataque al corazón. Él se entera por una llamada telefónica de su hermana.

El dirigente se sume en la depresión y piensa en abandonarl­o todo. Pero Hitler apoya su carrera y le coloca de facto como número dos del partido. Los nazis tocan el poder y Göring sabe que será una pieza clave en un futuro Gobierno nacionalso­cialista. En enero de 1933, Hitler es nombrado canciller y Göring, que ya era presidente del Reichstag, se convierte en una figura clave del régimen. Meses después, compra una enorme finca a las afueras de Berlín y allí decide construir un mausoleo a la memoria de Carin. Traslada sus restos desde Suecia y los entierra en una cripta bajo el monumento. Hitler está presente en la ceremonia. El lugar queda bautizado como Carinhall.

Hasta la caída del Reich, Göring almacena cientos de obras de arte, robadas en los museos de toda Europa. Y en 1935 abandona el luto y se casa con Emmy Sonnemann. Hitler es el padrino y asiste a la boda.

En abril de 1945, con las tropas soviéticas a pocos kilómetros, Göring ordena a la Luftwaffe destruir Carinhall, donde quedaron sepultados los restos de su esposa. Tras ser condenado a muerte en Nüremberg en octubre de 1946, se suicida al tragarse una cápsula de cianuro horas antes de su ejecución. Su cadáver fue incinerado y sus cenizas, esparcidas en el río Isar.

Alos 23 años me fichó una televisión autonómica para presentar un programa de rock. No era mala vida. Conocí a los Cramps, a Willy DeVille y a gente así. Hasta le di la mano a Jerry Lee Lewis en un camerino mientras él se escanciaba con la otra un sabroso chorro de Juanito Caminante etiqueta negra. Trabajaba un par de días a la semana y salía todas las noches. ¿Qué podías hacer a esa edad? Nunca pagaba las copas. Al principio esto me ofendía y, por dignidad, peleaba para aflojar la tela. Poco después sólo fingía ofenderme. Más tarde, vaya, prescindí de cualquier simulación para dedicarme a beber gratis total.

Si no estás preparado, las cámaras y los focos segregan el peligro de la droga dura porque enganchan hasta quebrar tu voluntad, por eso tomé ciertas precaucion­es... Agarré a mi mejor amigo y le dije: «Cuando veas que se me va la pinza, fréname sin cortarte». No dudó en leerme la cartilla cuando fue menester y todavía hoy se lo agradezco. Y luego entendí rapidito que convenía diversific­ar hacia la prensa y la radio, con lo cual ya laboraba el resto de la semana y eso me centró sin prisa pero sin pausa. Recibir el impacto de cierta fama tan a lo bruto, aunque fuese allá en la periferia, me vacunó pronto contra derrapes posteriore­s y vanidades absurdas. Con el tiempo observé personas que acusaron los repentinos rayos de la celebridad a partir de los cuarenta y casi siempre lo encajaron mal. Se tornaron muy tontos, muy fatuos, muy cansinos. Acaso estos rasgos de su personalid­ad sólo los mantenían hibernados y por fin germinaron. Pablo Iglesias adora el calor de los focos y por eso regresará hacia la luz artificial. De tanto sobreactua­r con el asunto de esa navajita que representa la vergüenza de cualquier honrado navajero quinqui, le adivino un espléndido futuro de doble de mi admirado Nicholas Cage, el verdadero fenómeno de la sobreactua­ción. Pero de doble de luces y sin matones apedreando, se entiende. No sería mala puerta giratoria para tan pelma personaje.

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