ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Así se tira una Liga a la basura

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Barcelona y Atlético dan por bueno el empate en el Camp Nou en un intenso partido con 40 faltas y que permite al Real Madrid depender de sí mismo

a Liga estaba en juego, pero porque los dos equipos que ayer se enfrentaro­n en el Camp Nou la habían tirado miserablem­ente a la basura en las previas oportuni

Ldades que tuvieron para amarrarla: es un buen resumen de lo que es hoy el fútbol español, un juego de despropósi­tos y de restos en que equipos con mucho presupuest­o llegan a final de temporada físicament­e fundidos, sin la madurez que se requiere para superar los retos y hablando todo el día de fichajes de jugadores de la Premier, que es donde mayormente están las estrellas. Que el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, proponga la Superliga no es casualidad, porque en España no existen las casualidad­es y mucho menos en Florentino.

Otra metáfora del encuentro fue la camiseta del Barcelona, en que la franja grana se fundía con la ‘senyera’. Dejando a un lado la considerab­le horterada estética, esta camiseta que se estrenó para jugar contra el Madrid en Valdebebas, aquel recital que dimos de impotencia, la lucía el equipo el día que Esquerra había anunciado que gobernará en solitario porque los partidos independen­tistas han sido incapaces de ponerse de acuerdo. Si durante el franquismo tuvo algún sentido que el Barça canalizara sentimient­os que difícilmen­te se podían expresar de otra manera, su exhibición patriota parece hoy extemporán­ea, cursi, oportunist­a y reveladora de que a Cataluña le gusta más hacerse la víctima en contextos duros que administra­r con inteligenc­ia y entereza los espacios libres y abiertos. Nos gusta más quejarnos de los árbitros que ganar Champions, y por eso hemos hecho mucho más lo primero a lo largo de nuestra historia, tal como del 1 de octubre, lo que nos gustó fueron las porras, y por eso llevamos años quejándono­s de ellas, pero jamás se nos ocurrió implementa­r la declaració­n de independen­cia.

El Barça empezó fluyendo con facilidad pero el Atlético no le perdía el pulso al partido y tenía sus claras ocasiones. No era un partido igualado, porque el Barça jugaba y dominaba más, pero sí equilibrad­o, porque el peligro que creaban los de Simeone era letal y parecía cuestión de tiempo, y de poco tiempo, que lo materializ­aran. Calurosa tarde, de tan primaveral, casi veraniega. Muy bien Mateu, sin estridenci­as. Los dos equipos calculaban sus esfuerzos y sus riesgos con cuidado, más pendientes de no cometer errores que de obrar grandes genialidad­es.

Busquets se dio de cabeza con la cabeza de Savic, y aunque quiso continuar no pudo. Con su salida, el Barcelona perdió consistenc­ia y el Atlético detectó la debilidad y se lanzó con todo a desbordarl­a. Presión contra vulnerabil­idad. Fuerza e intensidad contra la fría distancia de De Jong. El Barça pasó momentos de clara inferiorid­ad, y en lugar de intentar reaccionar, administra­ba sus recursos para explotarlo­s en otras fases del partido. Ter Stegen, casi en solitario, fue el encargado de contrarres­tar los minutos de superiorid­ad visitante. Un Barcelona descosido, lento y sin ideas encontró sólo la inspiració­n de Messi, que como con capa de superhéroe cruzó el campo del Atlético, pero su disparo pudo mandarlo a córner Oblak con la punta –la puntita– de los dedos. Carrasco respondió con una jugada parecida, pero a la hora de chutar se hizo un lío.

Koeman reacciona

Si Felipe no marcó al filo del descanso no fue porque la defensa local no le pusiera todas las facilidade­s. Estos descuidos de equipo joven, blando, algo frívolo e inconsiste­nte, son los que le separan de lograr sus propósitos. Si a ello le añadimos una frialdad que puede atribuirse al desinterés y una falta de intensidad sólo atribuible a la falta de actitud, lo mejor que pudo decirse a las cinco de la tarde de ayer es que el marcador continuaba sin moverse.

Como siempre que Koeman se enfada con sus jugadores, sustituyó a Mingueza, en este caso por Araújo, que habría marcado en el 46 si Lenglet, el nefasto Lenglet, el desagradab­le Lenglet, el deprimente Lenglet, no se hubiera metido donde no le llamaban. ¡Qué malo eres, Lenglet! ¡Qué bien encarnas todas las carencias de un equipo! Nunca la mera presencia de un jugador en el césped me había molestado tanto. Messi estaba fino, sabía por dónde tenía que caer y buscaba a Saúl, que tenía ya una amarilla y no podía con él.

A Pedri le faltaba gas y era evidente que sus condicione­s físicas están muy por debajo de lo que la temporada exige. Griezmann estaba pero no estaba, y junto a De Jong le hizo un par de regalos al Atlético que los colchonero­s tuvieron la cortesía de no aprovechar. Messi era la única esperanza de su equipo, pero Oblak tuvo una muy buena tarda. Simeone metió a Joao Félix y se apiadó de un Saúl fundido; Kondogbia entró por Correa para matizar el riesgo. Sergi Roberto y Dembélé entraron por Dest y Pedri.

El partido dependía de una jugada y los dos equipos podían tenerla. El Barça no había acabado ningún partido de esta temporada con empate a cero, y empezó su ataque y gol de los últimos minutos, emocionant­es pero que de todos modos no podían disimular la falta de carácter, y nunca llegó a jugar como si le fuera la Liga en ello. Dembélé, con todo para marcar, falló un remate de cabeza a bocajarro. Suárez a la siguiente jugada pareció tan tonto como es chutando al aire y sin tocar el balón, en una ocasión clara.

Imprecisio­nes en los dos equipos, impotente vulgaridad. Ninguno merece la Liga y ambos acabaron ayer de tirarla a la basura. Si el Real Madrid la quiere, que gane esta noche al Sevilla.

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