ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Juan Cristóbal Napoleón Un Bonaparte que defiende su legado

El jefe de la Casa Imperial desciende de Jerónimo, el hermano menor del Emperador de los Franceses, y vive como un noble que compagina su carrera con la responsabi­lidad de su título

- SILVIA NIETO REDRUEJO

urante la conmemorac­ión de los doscientos años de la muerte de Napoleón I, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y Juan Cristóbal Napoleón (Saint-Raphäel, 1986), el Príncipe del mismo nombre, título con el que se distingue al jefe de la Casa Imperial fundada en 1804, depositaro­n una corona de flores en la tumba del Emperador en la catedral de San Luis de los Inválidos de París. Cerca del féretro del célebre militar corso, autor del Código Civil pero también culpable de anegar de sangre las llanuras de Europa, descansa su hermano menor, Jerónimo Bonaparte (17841860), Rey de Westfalia y cuyos descendien­tes son hoy la última rama viva de una estirpe de batallador­es y políticos sin igual.

Juan Cristóbal es nieto en quinta generación de Jerónimo Bonaparte, y por tanto sobrino nieto del Emperador de los Franceses. El joven recibió el título de Príncipe Napoleón en 1997, cuando lo heredó por deseo de su abuelo, que decidió saltarse a su hijo de la línea sucesoria tras una disputa familiar por un divorcio para el que no había dado su consentimi­ento. A pesar de las tiranteces, Juan Cristóbal asumió el cargo y hoy compagina su carrera profesiona­l –trabaja en un prestigios­o banco de inversione­s– con la reivindica­ción del legado de sus antepasado­s.

«Napoleón transformó el país en solo quince años y puso los pilares de nuestra democracia, creando las bases institucio­nales, jurídicas, económicas y educativas de la Francia contemporá­nea», explicaba Juan Cristóbal hace unos días a ‘Corse Matin’, un periódico con sede en Ajaccio, la misma ciudad donde nacieron el Emperador y sus hermanos. «No conmemorar­le sería borrar nuestra historia y renegar de lo que somos», señalaba. Lo hacía reconocien­do que el reinado de su famoso ancestro había sido oscurecido por «páginas de sombra». El bicentenar­io de su muerte anima a leerlas. Los historiado­res recuerdan que Napoleón I, no siempre aureolado por el brillo de las Luces, restableci­ó la esclavitud, que había sido abolida por la Convención Nacional en 1794, y fue un belicista impudoroso.

DUn noble cosmopolit­a

Adaptada a los tiempos, la vida de Juan Cristóbal se sucede lejos de las armas, más cerca de los gustos de un noble cosmopolit­a que de un conquistad­or con afán de grandeza. Afincado en el Reino Unido, el Príncipe estudió en la escuela de negocios de Harvard y habla inglés, francés y español con soltura. Su esposa es Olympia Arco-Zinneberg (Múnich, 1988), una condesa alemana que desciende de la Emperatriz María Luisa de Austria, la segunda esposa de Napoleón I. La pareja con

El Príncipe Napoléon, ante la tumba de Jerónimo Bonaparte

trajo matrimonio hace dos años, en una ceremonia celebrada en Los Inválidos. Una redundanci­a histórica tras otra, pues los restos del Emperador descansan allí desde 1840.

Solo la fatalidad hizo que la jefatura de la Casa recayera en la familia de Juan Cristóbal. Una sucesión de desdichas podó el árbol genealógic­o de los Bonaparte en el siglo XIX. Napoleón II (18111832), el hijo de Napoleón I y la Emperatriz María Luisa de Austria, el niño que iba a convertirs­e en el amo de Europa y al que Víctor Hugo bautizó en un poema como ‘ l’Aiglon’ –’el Aguilucho’ capturado por Austria, por ser su padre el ‘Águila’ atrapada por Inglaterra–, sucumbió a la tuberculos­is con 21 años. Su vida se apagó en la jaula de oro de Schönbrunn, el palacio vienés donde le recluyeron cuando el Primer Imperio comenzó a hacer aguas. Napoleón III (1808-1873) no tuvo mucha más suerte. Aunque consiguió recuperar el trono para los Bonaparte con el golpe de Estado de 1851, la estirpe del embelleced­or de París tampoco sobrevivió. Su hijo con la condesa española Eugenia de Montijo, el osado Napoleón Eugenio Luis Bonaparte (1856-1879), cayó lanceado por los zulúes a los 23 años.

Casado le toman por un botones de Davos, pero al centro va y no va solo. Él dio el discurso contra Abascal porque había red. Su giro se va realizando; se incorpora Cs, que aclara el vino pepero, y con ello se acerca también un mundo neuronal sobrerrepr­esentado en los medios. El PP comenzará a disfrutar por fin el privilegio de ser un partido moderno y eurorracio­nal.

Para esto es importante el PP de Madrid. El PP de Madrid es por donde le entra lo moderno. No es solo Ayuso, o no es Ayuso, es también y sobre todo su dimensión chic municipal, centrada, centrosa, centrista, con el alcalde Almeida a la cabeza, que es un hombre del partido (de Casado), impregnado de ‘ayusez’ (marcado un poco, pero no en lo malo por la gestión Covid) y con ese mundo referencia­l de Madrid: urbanita, de su tiempo, ‘cultureto’, colchonero y ¡libre!

El PP de Madrid concedió la medalla de honor municipal, entre otros, a Andrés Trapiello y el PSOE votó que sí con pegas. Tampoco es una «persecució­n», eh, aunque se hace extraño que llevándose medalla Ramoncín la polémica surja por Trapiello, pero así es: le llaman ‘revisionis­ta’.

Esto ha servido para que algunos descubran en 2021 el sectarismo del PSOE. Ha molestado por sectario y por injusto porque el autor de ‘Las Armas y las letras’ no se lo merece. «¿Nuestro Trapiello eso? ¿Revisionis­ta? Jajaja, qué ignorantes son en el PSOE. Ba-lon-ces-to, Pepu, balon-ces-to». Ni que fuera Pío Moa...

La sensación que da el PP (el PP prima, nuevo) es que va a llegar a la cultura prisaica cuando ya no importe. El asunto de Trapiello no es sectarismo o injusticia, que claro que sí, es sobre todo un supuesto práctico y un aviso de Memoria Histórica, asunto en el que el PP no ha estado precisamen­te heroico. Es lo que hay y, sobre todo, lo que puede venir. Que todo aquel que se separe de la historia oficial segregada por el Estado pase a ser considerad­o ‘revisionis­ta’ e inhabilita­do a continuaci­ón. Ahí parece que está el asunto, y no en una reputación concreta. Trapiello tendrá su medalla, por fortuna, porque no es sospechoso, pero ¿y los que sí lo son?

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