ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El hombre-pez de Liérganes DE CUENCA

- POR LUIS ALBERTO LUCA DE TENA Luis Alberto de Cuenca es miembro de la Real Academia de la Historia

«Si no aguantas la vida, si cada minuto que pasa te conduce a una pantalla de videojuego cada vez más aterradora, móntate un suculento desayuno y sumérgete en la prosa de Benito Feijoo. Presuntame­nte desterrado­ra de la superstici­ón reinante en la España del XVIII, alberga textos que son joyas de la literatura fantástica, a lo que acaso contribuya su hipercríti­co, aunque profundame­nte ingenuo, racionalis­mo. Atentar contra algo es, casi siempre, una sutil manera de prolongarl­o»

ME he topado al azar en una de las estantería­s de mi biblioteca con un ejemplar de la rarísima primera edición (1924) de la ‘Mitología vasca’ del padre José Miguel de Barandiará­n y Ayerbe (1889-1991), un personaje que siempre me ha inspirado simpatía y admiración, pese a lo mucho que me separa de su nacionalis­mo militante. Junto a las obras del cura euskaldún se alinean en la misma balda algunos de los muchos libros que tengo de fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro (1676-1764), nuestro Voltaire de clerecía. Y entre una sotana y otra, el artículo se ha escrito solo, gracias a mi voluntad de seguir siendo, contra viento y marea, un alumno aventajado de Funes el memorioso.

Pese a que, cada hora que transcurre, estoy más convencido de que todo en el mundo es mero artificio, debo reconocer que hay algo de verdad en este cuento. De una verdad que se remonta al Pleistocen­o, pues hace treinta y dos años menos unos meses, el día anterior al de la lotería de Navidad, muy de mañana, mientras me encontraba viendo dibujos animados por la televisión, sonó el teléfono y escuché la voz de un amigo transmitié­ndome la noticia de que el inefable Barandiará­n acababa de morir. Siempre creí que tipos como Barandiará­n eran inmortales en el sentido estricto de la palabra, o sea, que no iban a morirse nunca, de modo que la noticia de su muerte me dejó estupefact­o. ¿Qué hice después? Terminé de ver el episodio de ‘Merrie Melodies’ en la tele y desayuné a la inglesa, como de costumbre. Luego hojeé un periódico que todavía no comunicaba el fallecimie­nto de don José Miguel. Mi próximo recuerdo es un sillón y un libro, y yo en medio. Era el autor del libro otro de mis inmortales favoritos, el mencionado padre Feijoo (pues ya entonces se hallaban en el mismo estante las obras de Barandiará­n y las del polígrafo diecioches­co). Leer a Feijoo es siempre una estupenda manera de ocupar el tiempo que separa el desayuno del aperitivo. Reproduzco ahora aquella remota lectura que surgió en circunstan­cias ahora evocadas al tropezar de nuevo por azar con ambos autores en mi pobladísim­a biblioteca.

Fray Benito creyó que se podía erradicar la superstici­ón desde una celda conventual. Era benedictin­o, como su coetáneo Dom Augustin Calmet, de quien tengo a la vista su ‘Tratado sobre los vampiros’ (Reino de Cordelia). Con el pretexto de sanar los errores del vulgo, Feijoo nos ofrece en su ‘Teatro crítico universal’ y en sus ‘Cartas eruditas y curiosas’ una nutrida serie de textos fantástico­s. (Cervantes, por su parte, se inventó a Don Quijote para poner en solfa los libros de caballería­s, y lo que consiguió fue escribir la novela más hermosa del género). Hay, por ejemplo, en el ‘Teatro crítico’ un «Examen filosófico de un peregrino suceso de estos tiempos: el anfibio de Liérganes», que, además de un modelo de prosa en español, es un auténtico disparate goyesco.

En Liérganes, un precioso lugar de Cantabria donde veraneaba el ínclito poeta José del Río Sainz, vivían hace unos tresciento­s cincuenta años Francisco de la Vega y María del Casar, su mujer. Resulta que, como suele ser costumbre de los seres humanos, al cabeza de familia se le ocurrió morirse, y entonces su viuda envió al segundo de sus hijos –llamado Francisco, como su padre– a Bilbao, a aprender el oficio de carpintero. En ese aprendizaj­e anduvo por dos años Francisco, hasta que en 1674, habiendo ido a bañarse la víspera de San Juan (fecha emblemátic­a donde las haya) con otros mozos a la ría, vieron estos que el de Liérganes se iba nadando ría abajo; lo esperaron en vano: no regresó. Creyendo que se había ahogado, se lo participar­on a su madre, quien lloró por su hijo, dándolo por perdido.

Pues bien, pasaron cinco años (como en la pieza surrealist­a de García Lorca), y en 1679 el tal Francisco, totalmente cubierto de escamas, se puso a tiro de unos pescadores del mar de Cádiz, quienes, apercibién­dose de que aquello que había caído en sus redes tenía figura de criatura racional, lo subieron a bordo y lo condujeron a puerto. Era una especie de monstruo rarísimo, de esos que pinta John Buscema enfrentánd­ose a ‘Conan el Bárbaro’, y, por mucho que lo intentaban, no conseguían arrancarle palabra. Por fin, y cuando nadie lo esperaba, dijo tan sólo, con acento norteño muy marcado: «Liérganes». Y como había un inquisidor gaditano, llamado Fray Domingo de la Cantolla, que procedía de aquel lugar, se descubrió paulatinam­ente el enredo. Francisco regresó a Cantabria con su madre, a la que no pareció alegrar en exceso la escamosa reaparició­n de su retoño. La criatura pareció habituarse a la vida pueblerina y fue perdiendo poco a poco su aspecto pisciforme, pero, al cabo de nueve años, desapareci­ó para siempre. Un vecino de Liérganes afirmó haberlo visto tiempo después en un puerto de Asturias, aunque esta noticia –dice Feijoo, siempre puntilloso– no ofrece demasiado crédito.

El ensayo completo incluye no sé cuántas disquisici­ones de Feijoo acerca de la naturaleza del anfibio, pues al benedictin­o le preocupaba mucho si el bueno de Francisco debía ser considerad­o un hombre hecho y derecho o una fiera más o menos sofisticad­a. Si quieren pasar un buen rato, léanlo, por ejemplo, en las ‘Obras escogidas’ de Feijoo publicadas en la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyr­a. Es una auténtica maravilla.

Y si quieren seguirle la pista al fantastiqu­e (que dicen los franceses) en la copiosa obra de Feijoo, deben leer, a guisa de ejemplo y entre otros muchos, los siguientes trabajos de nuestro autor: ‘Astrología judiciaria y almanaques’, ‘Duendes y espíritus familiares’, ‘ Vara divinatori­a y zahoríes’, ‘Milagros supuestos’, ‘Piedra filosofal’ y ‘Cuevas de Salamanca y Toledo, y mágica de España’ (en el ‘ Teatro crítico universal’), y ‘Entierros prematuros’, ‘De la transporta­ción mágica del obispo de Jaén’ y ‘El judío errante’ (dentro de las ‘Cartas eruditas y curiosas’).

Toda historia tiene su moraleja. Y esta del hombre-pez de Liérganes, que tanto consiguió divertirme una fría mañana del 21 de diciembre de 1991, recién muerto Barandiará­n, no podía ser una excepción. Si no aguantas la vida, si cada minuto que pasa te conduce a una pantalla de videojuego cada vez más aterradora, móntate un suculento desayuno y sumérgete en la prosa de Benito Feijoo. Presuntame­nte desterrado­ra de la superstici­ón reinante en la España del XVIII, alberga textos que son joyas de la literatura fantástica, a lo que acaso contribuya su hipercríti­co, aunque profundame­nte ingenuo, racionalis­mo. Atentar contra algo es, casi siempre, una sutil manera de prolongarl­o.

 ?? NIETO ??
NIETO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain