ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Los okupas de Armengol le ganan la batalla

La Justicia absuelve a Natalia y su familia tras okupar seis años una vivienda social vacía ante la desidia del Govern balear, que tardó cuatro años en denunciar

- MAYTE AMORÓS PALMA DE MALLORCA

En 2007 vino la crisis y Natalia perdió su casa. Aún no entiende cómo se disparó su cuota de 700 euros a 1.200. Cree que la engañaron y no leyó la letra pequeña. Tuvo que entregar las llaves al banco y, al menos, se quedó «limpia», sin deudas. Ella, su marido y sus tres hijos empezaron a vivir de alquiler. Entonces vino otra crisis, esta vez familiar. Perdió a una de las mellizas que esperaba y el otro bebé nació con 900 gramos. Natalia se quedó en el paro, cayó en una depresión y, encima, su casero les subió la renta. Con los «mil y pocos euros que ganaba su marido volvieron a hacer las maletas».

«Si hubiera querido ser okupa, me habría quedado allí: tenía dos terrazas, tres habitacion­es y piscina. Fui legal y le devolví las llaves a mi casero», cuenta esta palmesana que acaba de ganar un caso inédito en Baleares. La Justicia acaba de avalar su okupación frente al desinterés del Govern de Armengol por recuperar la vivienda social okupada.

«Estuvimos seis meses malviviend­o en un piso compartido con gente que no conocíamos. Comíamos en la habitación, dormíamos en la habitación; estábamos fuera de casa hasta la noche para pasar el menor tiempo allí», prosigue Natalia, que pidió varias veces ayuda al Instituto Balear de la Vivienda (Ibavi).

«En el Ibavi conté mi situación, les aporté los ingresos que teníamos y les pedí que nos concediera­n un alquiler social con la cuota que ellos considerar­an que podíamos pagar. La respuesta que me dieron fue que no era su problema».

Entonces alguien le sugirió que se metieran en uno de los pisos vacíos que había en la zona. «Un viernes fuimos a verlos, nos armamos de valor y entramos en una casa. No dormí en todo el fin de semana. El lunes regresé al Ibavi con mi DNI para decirles que estaba en ese lugar y que yo quería pagar mi alquiler y los gastos, pero no me atendieron. Volví y me ignoraron; incluso me echaron de malos modos», prosigue Natalia, que accede a esta entrevista con ABC acreditand­o todos los papeles mientras abre el portal de su casa.

Haciendo chaflán en un modesto y nuevo edificio negro, cercano a la calle Manacor, vive como una más entre los vecinos. La vivienda está en la zona de Levante de Palma, un barrio modesto que empieza a convivir con grúas de pisos en construcci­ón a precios por encima de los 400.000 euros.

Los vecinos saludan a Natalia, la relación es cordial y el ambiente tranquilo. Huele a limpio al entrar en la casa. La pequeña cocina está recogida, hay un sofá impoluto al fondo en el salón, y una mesa y cuatro sillas. Debajo de la escalera hay una estantería de juguetes matemática­mente ordenados. Paredes blancas y suelo bien cuidado.

«Como si fuera mía»

Es una casa de dos plantas con una pequeña cocina y un salón comedor en la planta baja, y dos dormitorio­s y un cuarto de baño en la planta superior. «La conservo como si fuera mía», presenta nerviosa. Le tiemblan las manos mientras reconoce que lo que hizo «estuvo mal», pero no tenían dónde ir con tres hijos de 14, 8 y 2 años.

Cuando okupó la casa recuerda que había «otras cinco o seis viviendas del Ibavi vacías». «No sé nada de política, pero es evidente la mala gestión del Govern balear con estos pisos mientras la lista de espera de personas sin hogar va en aumento». Cree que todavía hoy el Ibavi tiene un apartament­o vacío en este recinto residencia­l de varios bloques.

La semana pasada la presidenta socialista Francina Armengol pidió empatía hacia las personas que no tienen

una vivienda y okupan pisos vacíos. La política llegó incluso a reprender a un alumno por preguntarl­e por el tema de la okupación. Natalia escuchó estas declaracio­nes con asombro: «Defiende una cosa y hace otra».

Tras casi cuatro años viviendo en la casa llegó la sorpresa. El 5 de febrero de 2021, el Instituto Balear de la Vivienda la denunció por okupación. Pero más sorprenden­te ha sido el fallo de la juez, que acaba de absolver a Natalia a la vez que culpa a la administra­ción pública por su desidia. La sentencia, a la que ha tenido acceso ABC, acredita que el Ibavi tenía conocimien­to de dicha situación desde julio de 2017, pese a lo cual el Govern balear tardó cuatro años en actuar.

La titular del Juzgado de Instrucció­n número 10 de Palma le reprocha que no hubiera mostrado ningún interés en ese tiempo por recuperar la posesión. Critica que el Ibavi, «cuya misión es ofrecer viviendas de alquiler social a personas en situación de vulnerabil­idad de acuerdo con el procedimie­nto establecid­o, no haya mostrado durante cuatro años ningún tipo de interés por la vivienda». La magistrada reconoce que «no pueden

premiarse conductas como las de los denunciado­s, que se saltan todos los procedimie­ntos legalmente establecid­os para okupar una vivienda en perjuicio de las personas también necesitada­s que siguen el cauce legal», pero califica de «exagerado un plazo de cuatro años para poner una denuncia».

Sin precedente

El abogado Eduardo Luna, del despacho Equare Abogados, que se hizo cargo de la defensa de esta familia de forma altruista, cree que posiblemen­te este caso sea el primero en que la Justicia legaliza una okupación por la desidia de la Administra­ción.

La situación actual de esta familia es insólita. «Aunque no tiene contrato de alquiler, hay una resolución judicial que dice no son okupas», aclara el letrado, que cree que esta sentencia sienta un precedente en España.

Desde que salió la resolución Natalia no duerme pensando en el futuro. «Solo quiero legalizar un contrato de alquiler social, pagar lo que me correspond­a acorde a mi situación y vivir tranquila», pide entre sollozos antes de cerrar la puerta de su casa.

La semana pasada la presidenta balear pidió empatía hacia los que no tienen casa y okupan, pero ella quiso echar a una familia con cuatro hijos

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// JORDI AVELLÁ Natalia, que prefiere ocultar su rostro, en el portal de su casa

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