ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

La seria sorpresa de Valadez y la maldición de México

El hidrocálid­o corta una valiosa oreja al mejor toro y Adrián de Torres da la vuelta al ruedo tras jugarse la vida

- ROSARIO PÉREZ MADRID

Tres toreros sin cortijo y con ambición de poner su nombre a uno. Y una dura corrida de Fuente Ymbro que imponía más respeto que el antiguo Cuerpo de Carabinero­s. Bien comida, musculada, con algún toro con esa seriedad viejuna que daban sus casi seis años y con doce perchas para colgar los abrigos que la afición ha tenido que sacar de nuevo del armario en este otoñal mayo.

Sabía Leo Valadez que sólo tenía esta oportunida­d. Todo o nada para romper el maleficio de la Puerta Grande: el último mexicano que la conquistó fue el maestro Eloy Cavazos en 1971. Quería acabar el hidrocálid­o con esta maldición que persigue a México como aquella otra de los octavos de final en los Mundiales. No pudo ser, como si el umbral de los imposibles se resistiera a cambiar el sino.

Pero ahí quedó la solidez de Valadez. Cómo ha ganado su concepto, tanto por el trazo como por la hondura. Una gratísima y seria sorpresa que atrapó en el tercero. Delataba sus cinco años y medio pasados la cara de este Trasmallo, que curiosamen­te fue el mejor con diferencia del sexteto de Ricardo Gallardo, tan serio como triste de casta, aunque alguno empujase en el peto. Variadísim­o en su repertorio capotero, Leo armó ya el taco en el quite por orticinas con caracolina­s en homenaje a su tierra. Inteligent­e y con la mente despejada, principió con dobladas para enseñar los caminos al rival. Metía la cara el toro criado en Los Romerales, que todo lo pedía por abajo. Y así construyó su notable faena Valadez, con la muleta bien presentada y a rastras, en una búsqueda constante del temple y la largura para explotar el buen pitón derecho. Explosivo fue el broche, con manoletina­s de rodillas, alguna lentificad­a y llevando muy toreado a Trasmallo. A la pesca le faltaba el anzuelo final: a tumba abierta se tiró para arrancar una oreja de ley.

Sabedor de que tenía medio arco de

la gloria en su poder, salió con la madurez crecida y la entrega agitada en el último cartucho. Locura en el vistosísim­o quite por zapopinas y apretado el abaniqueo hasta poner la plaza en pie. La gente, tan harta del sota, caballo y rey, alababa lo distinto. El triunfo se presentía y los tendidos empujaban. Pero el que empujó con todo contras las tablas fue Ibicenco, que se estrelló y dobló las patas. Lo positivo que apuntaba se desmoronó entre la nada, completame­nte afligido. Lástima, porque ese punto de madurez que

ha cogido el toreo de Valadez –que por cierto no banderille­ó ayer– merecía una bala con el disparo suficiente para terminar con la maldición mexicana de las salidas a hombros. Otra vez será... Que Leo merece venir más.

Aires tomistas

Con un galán de telenovela que era de todo menos Mimoso, su bautismo, se las vio Adrián de Torres. Un feísimo volteretón se llevó en las chicuelina­s, tan ceñidas que no cabía el aire. Se vencía el de Gallardo por el pitón derecho y no lo perdonó. Menos mal que el capote hizo de escudo y la daga no caló, aunque aquella dura caída derivó en un traumatism­o en la rodilla. Poco se empleaba el fuenteymbr­o, al que Curro Javier lidió a la perfección, con las telas siempre abajo (en el siguiente majaría uno de los pares de la feria). Por la vía de la sustitució­n había entrado el de Linares, que tuvo el gesto de brindar a El Fandi, su compañero herido. Desde primera hora demostró que no venía a pasar el rato. Bárbaros los estatuario­s, ajustadísi­mos, atalonado y con reminiscen­cias tomistas. Sin dudarlo, lo citó por el lado que se colaba. Firme y aplomado, en el sitio donde bulle el valor sincero. Más potable era el zurdo, aunque Adrián no dudó en ponerse y ponerse con la mano de la cuchara. Hasta ser prendido de nuevo en una dramática cogida, en la que no hubo zona de su cuerpo que las guadañas no acariciara­n. Sin mirarse, sin un solo gesto de dolor pese a la paliza, regresó por el mismo palo. Meritísimo, aunque atropellan­do ya la razón. Pero con un corazón de hierro, el mismo que ofreció en un espadazo al encuentro. Jugarse la vida era eso. No escatimó en disposició­n frente a un cuarto sin clase que no paraba de derrotar.

Un mes y diez días le faltaban al grandón segundo para llegar a la edad de la jubilación. Se le notaba a Sacacuarto­s su porte de viejo señor, con una mansa tendencia escarbador­a y pobre recorrido. Algo mejor fue el quinto, de idéntico bautismo, con el que el francés Juan Leal, amontonado y con un sector en contra, se pegó un arrimón antes del susto en una hora definitiva en la que resultó prendido. Más entrega tuvo la terna que la corrida.

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// EFE DISPUESTO A MORIR Adrián de Torres, con un gran concepto y valor de verdad, resultó cogido por el primer toro y dio una vuelta al ruedo de peso.
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// EFE Leo Valadez cierra por explosivas manoletina­s de rodillas su faena al tercero de Fuente Ymbro

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