ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El largo adiós

- JAVIER AZNAR

Todo el mundo cree que es fácil decir adiós, hasta que toca marchar. Entonces el asunto se complica porque no solo cuesta, sino que uno no suele tener el privilegio de poder escoger el momento perfecto para hacerlo. A veces ni eres consciente del adiós hasta que te han mostrado la puerta de salida y estás fuera. En el fútbol, en el trabajo, en la vida.

La última temporada de la serie ‘Succession’ muestra esto de una manera elegante, al igual que lo hizo Joan Didion desde su cocina en ‘El año del pensamient­o mágico’. Lo habitual es no poder tener la oportunida­d de ofrecer ese gran discurso final, ni gozar de un último primer plano de película, ni dar esa réplica lapidaria al jefe malvado seguida de un portazo y de la ovación de los compañeros mientras te diriges al ascensor. Uno no puede editar su vida. No hay una sala de montaje. En el deporte tampoco suele haber un último partido perfecto. Ni siquiera una última temporada buena. Y eso cuesta. Cuesta aceptar que a veces toca irse entre pitos y no con el ‘ We are the Champions’ sonando por los altavoces.

El deporte es cruel y la edad, la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de los jugadores. En cuanto las cosas no salen bien, uno se apresura a entrar en Wikipedia para señalar la edad de uno y de otro como principale­s escollos a la hora de levantar títulos. Porque con los veteranos ocurre eso que se suele decir acerca de la victoria y de la derrota: cuando ganan tienen cien padres y cuando pierden son huérfanos.

Mucho se había escrito esta temporada acerca del ocaso de la vieja guardia del Real Madrid de baloncesto. De cómo Llull, Sergio Rodríguez y Rudy estaban acabados, amortizado­s. Por edad, por los kilómetros en sus piernas, por las lesiones. Y luego, cuando peor se ponen las cosas, contra todo pronóstico, y a veces hasta de una manera suicida, te dan un título continenta­l ofreciendo un recital de calidad, personalid­ad y experienci­a.

Tras la sonora caída en Mánchester no han sido pocas las voces que también se han alzado señalando a los más veteranos del Real Madrid: a Modric, a Kroos y, sobre todo, a Benzema. Por quedarse, que no se nos olvide, a un partido de llegar a otra final europea. Que si necesitan un relevo, que si es el

fin de un ciclo, que si la plantilla está envejecida. Hasta Ancelotti parece que huele a alcanfor cuando no gana. Lo que hace unos pocos meses valía, ya no funciona. Hay que remozar todo. Tirar los pilares y construir encima.

Que a la plantilla le falta cierta profundida­d y más opositores a titular es un hecho indiscutib­le. Como lo es también que para fraguar un equipo sólido hay que saber apretar los dientes en la derrota y no apresurars­e a jubilar anticipada­mente a esos veteranos que lo han ganado todo. Porque hay cosas, como el corazón de un campeón, que uno no puede encontrar en el mercado de fichajes (el Barça sí tiene más facilidad para dar con ciertos órganos vitales).

Es muy difícil saber detectar el momento para el adiós. Para todas las partes involucrad­as. No hay nunca una señal clara que indique fin de trayecto. Lo hemos visto estos días. Nadal anuncia una retirada momentánea, un parón indefinido, hasta que pueda volver a encontrar ese punto de forma óptimo que le permita ser competitiv­o. LeBron James está a un solo partido de quedarse a las puertas de las que podrían ser sus últimas finales de la NBA. Mateu Alemany dijo que se iba y luego dio marcha atrás al poco de ganar la Liga. Las despedidas perfectas están sobrevalor­adas. Lo único que importa es darlo todo hasta el final. El resto es cosmética y pensar en la foto.

Decía Szymborska que la vida no es un ensayo, siempre es un estreno, y que lo que hagas se volverá siempre lo que hiciste. Por eso Llull es capaz de encestar el tiro decisivo cuando no había anotado ninguna canasta en todo el partido. Por eso Benzema no ha dicho aún la última palabra de su guion en el Real Madrid. Porque el adiós no existe hasta que hayan apagado los focos.

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