ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«LAS MUJERES ALOPÉCICAS EXISTIMOS. YO HE RECIBIDO MILES DE MENSAJES AL DÍA DICIÉNDOME QUE ME QUEDAN DOS TELEDIARIO­S POR UN CÁNCER QUE NO PADEZCO»

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formación, a decirme ‘suicídate’, ‘eres una aberración para la sociedad’ o ‘te quedan dos telediario­s por el cáncer’ que padeces; pero yo no sufro ningún cáncer. Las mujeres alopécicas también existimos y por eso he tratado de crear contenido y mostrar lo que soy. Pero si no se meten con que soy calva, lo hacen con el color de mis dientes o de mi piel. El odio siempre suele volcarse hacia el físico», afirma.

Cuando Estela (en redes con el usuario _estels) lamenta la legión de odiadores que se arremolina­n en torno a sus publicacio­nes («no debería de afectarnos, pero nos afecta», reconoce a este diario), la gente le responde que ella ha elegido estar expuesta. Es su ‘ecosistema’ y tiene que apechugar, como si fuese el peaje impenitent­e de su dedicación, algo que la joven rechaza con contundenc­ia: «Si yo salgo a la calle y doy un puñetazo a alguien porque me apetece y me incomoda su oficio, sería lo mismo. Hay normas de educación y respeto».

«Eso no lo aguanta nadie, destruye al más pintado», comenta el catedrátic­o de la UCM. Chacón, que ha sido hasta 2020 y durante 25 años presidente del Colegio de Psicólogos de Madrid, traza un perfil de esos odiadores profesiona­les que pueden estar detrás del acoso y derribo a terceros: «Tienen rasgos psicopátic­os, son manipulado­res, mentirosos y tienen una clara falta de empatía. Pero no hay que olvidar que odiar, podemos odiar todos. El impacto de saberte un ser odiado depende mucho de la época en la que te encuentres, tu nivel de autoestima y seguridad. En la adolescenc­ia, cuando estás formando tu personalid­ad, pueden deshacerte».

Coinciden, punto por punto, el director del Máster de la UNIR y el profesor de Sociología de la Universida­d compostela­na (USC), Jorge García Marín. «Hay factores sociológic­os detrás de esta ola creciente de odio: son múltiples, la polarizaci­ón extrema de la sociedad y unido a ella la intoleranc­ia hacia el otro, ya que siempre que se divide la sociedad en grupos extremos –lo que se conoce como exogrupo y endogrupo– se facilita la agresivida­d intergrupa­l», describe Chacón. Y pone un segundo ejemplo ligado a la pandemia: han aumentado notablment­e las agresiones al personal sanitario. «Te sabes paciente, y si no te atienden, ya no contienes tu rabia».

«Vivimos en un momento en el que ir contra corriente parece lo revolucion­ario, lo llamativo», agrega Checa, y García Marín apostilla que «ir contra las mujeres, el cambio climático, el colectivo LGTB» arrastran, en vez de un debate sosegado en la sociedad, bocanadas de odio.

Levantar un muro

Algunos de esos «grupos» que se dicen receptores de este odio demandaron hace más de un año al Ministerio de Igualdad un Pacto de Estado que acabe con los discursos de odio. La ministra Ana Redondo se comprometi­ó en su primera comparecen­cia ante la Comisión de Igualdad en el Congreso, el 25 de enero, a convertir a España en el primer país que selle con la firma de todas las fuerzas políticas (si consigue el consenso) su repulsa a esos discursos de odio que atenazan a «ciertos colectivos», reafirman fuentes de este departamen­to a ABC. Sindicatos, entidades LGTB y representa­ntes de la discapacid­ad piden proteger institucio­nalmente a los grupos vulnerable­s sobre los que se ceban los ‘haters’. Checa añade al respecto que «las redes tienen una responsabi­lidad absoluta y no pueden escudarse en que no tienen herramient­as para detectarlo y frenarlo».

La ONU hizo en 2023 los mismos llamamient­os. El derecho internacio­nal no exige que los Estados prohíban el discurso de odio que «no alcanza el umbral de la incitación», aunque subraya que, incluso cuando no está prohibido, ese caudal de odio puede ser muy perjudicia­l. «Presenciam­os una inquietant­e oleada de xenofobia, racismo, machismo y se están explotando los medios sociales y otras plataforma­s para promover la intoleranc­ia. Su retórica es incendiari­a, estigmatiz­a y deshumaniz­a a las minorías», dice la ONU en su manifiesto antiodio. «Y no se trata de un fenómeno aislado, ni de las estridenci­as de cuatro individuos al margen de la sociedad. El odio se está generaliza­ndo en las democracia­s liberales», acaba.

De acuerdo con las intencione­s del PSOE, en España una subcomisió­n en el Congreso podría estudiar los límites que hay que levantar a los discursos de odio. Pero, como dicen los especialis­tas, son los políticos, «la polarizaci­ón que emanan, su confrontac­ión permanente, apoyándose en algunos medios, quienes alimentan al odiador». Así que, de formarse esa subcomisió­n, no parece otra cosa que una metáfora de poner al zorro a cuidar del gallinero.

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RODRIGO PARRADO

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