ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Cobo se descuelga de la carrera por la presidencia de los obispos
El cardenal arzobispo de Madrid no cuenta con apoyos suficientes para lograr la mayoría
Las cuentas no salen. Ni siquiera el ser proclamado oficiosamente «hombre del Papa en España» ha servido para el que el arzobispo de Madrid, el cardenal José Cobo, cuente con el respaldo mayoritario de los obispos para ser elegido presidente de la Conferencia Episcopal en la Asamblea Plenaria que les reunirá del 4 al 8 de marzo en Madrid. Ante esta tesitura, Cobo parece haber dado un paso –no hacia atrás, pero sí a un lado lado– para favorecer que aflore un candidato alternativo en esa sorda carrera.
Cobo había irrumpido a última hora, aupado por el señalamiento del Papa Francisco que, en apenas unos meses, le llevó a pasar de ser un desconocido auxiliar de Madrid, a dirigir la diócesis más importante de España, ser creado cardenal y nombrado para dos dicasterios romanos, el de obispos y el de laicos. Hasta ese momento, junio del año pasado, el sector más progresista de los obispos tenía asumido que no disponía de un candidato alternativo, para promover a la presidencia, a Luis Argüello, arzobispo de Valladolid y anterior secretario general de la Conferencia Episcopal.
En sus cinco años como obispo auxiliar de Madrid, Cobo había mantenido un perfil bajo dentro del Episcopado, con apenas intervenciones y sin tiempo para llegar a ocupar cargos interno. Además, su condición de auxiliar –pueden votar para la presidencia pero no ser elegidos le dejaba fuera de la elección. Pero todo cambiaba tras los nombramientos, que el sector ‘francisquista’ vendió como un señalamiento papal, al que sólo le faltaba la presidencia de la Conferencia para completar esa fulgurante carrera.
Candidato sin votos
Faltaban los votos, porque la mayoría de los obispos españoles se sitúan entre el sector conservador y el moderado. Pero el problema podía tener una solución sencilla si en este poco más de medio año, desde junio, se aceleraba la renovación de la decena de diócesis que están a la espera de un nuevo obispo, bien por estar vacantes o porque ya han presentado su renuncia por motivos de edad. Si a ello se sumaban los tres auxiliares que Cobo ha pedido para Madrid, los cálculos no podían fallar.
Pero no ha ocurrido. El ritmo de los nombramientos ha seguido en ese ralentí en el que está instalado desde que un grupo de obispos influyentes en
Roma, con Omella al frente, cuestionaron los criterios del nuncio, quien, sin embargo, y de acuerdo al derecho canónico, es el encargado de dirigir el proceso. Ni siquiera el nombramiento de los tres auxiliares parece inminente, atascado por algunos informes negativos de uno de los candidatos.
Es en ese contexto en el que el cardenal Cobo, en privado, ha advertido que no quiere entrar en la disputa de una elección que tiene perdida a priori y asumir el desgaste de evidenciar un respaldo minoritario. La última vez que los obispos votaron para elegir a algunos de ellos, en este caso los representantes españoles en el sínodo, el primer elegido, con una mayoría muy significativa, fue Luis Argüello.
Con su paso al lado, Cobo busca que otro candidato ocupe su lugar en la disputa de la presidencia a Argüello e incluso, a su entorno, les señala el perfil: «Un prelado joven, no necesariamente arzobispo, sin responsabilidades previas en la Conferencia y que pueda llegar con un aire renovador». No hay ninguna duda que apunta al lado contrario de Argüello, que cumplirá 71 años en abril y que entre sus activos cuenta con amplia experiencia como secretario general bajo los mandatos de Blázquez, primero, y Omella, después.
Sin embargo, en el sector progresista no son muchos los obispos que, respondiendo al perfil que apunta Cobo, puedan concitar un número de apoyos que les permita disputar la presidencia. Si además, se busca que tengan una relevancia pública y una demostrada solvencia en la decisión y gestión, casi el único nombre es el de Joseba Segura, obispo de Bilbao. No sería la primera vez que desde la diócesis vasca se dirige la Conferencia, ya lo hizo Blázquez en su primer mandato.
Pero mientras el de Blázquez era un perfil neutro, que reunía apoyos de un
García Beltrán, obispo de Getafe, el eterno candidato
La mayor parte del Episcopado apuesta por el anterior secretario general, el arzobispo de Valladolid, Luis Argüello
Fuera de la descripción de Cobo, aunque también muy cercano a Omella, ha comienza a circular como candidato del sector progresista, Ginés García Beltrán, obispo de Getafe. Ni es tan joven, ni le falta experiencia – es miembro de la Ejecutiva desde 2020–. Sin embargo, el sector cercano a Omella siente que tiene una deuda con él después de que, pese haber estado en casi todos los procesos de promoción episcopal (el último, cuando parecía el candidato más claro al arzobispado de Madrid), su salida de Getafe nunca se haya cristalizado.
amplio espectro, el de Segura es mucho más específico: muy social –tiene estudios de Economía y estuvo como misionero en Ecuador durante 11 años–, con una posición muy clara frente a los abusos –ha sido de los primeros en hacer una investigación propia y el única en promover un acto público de perdón–, y con predicamento entre los obispos cercanos al nacionalismo –no en vano, desde su ingreso en el seminario ha estado vinculado al recientemente fallecido Uriarte–.
Más inadvertidos pasan otros nombres como el del obispo de Teruel, Satué, eterno hombre de Omella para todo (intentó colarlo infructosamente en la terna para secretario general), quien a pesar de haber sido nombrado por el Papa junto con Cobo para el Dicasterio para los Obispos, tiene una credibilidad muy mermada por su gestión de la reapertura del caso Gaztelueta, que sigue sin resolverse. Entre los tapados, puede situarse el arzobispo de Zaragoza, Carlos Escribano, apuesta del cardenal Omella, que a buen seguro le gustaría que también le sucediera en la presidencia.
Así las cosas, hasta que comience este proceso, en el que oficialmente no hay candidatos, ni campaña electoral, cualquier indicio, por sutil que parezca, puede ayudar a que los indecisos acaben orientado su voto. Oficialmente no se conocerán hasta que hagan la votación de sondeo que, sin carácter electivo, dará las primeras pistas de quienes se encuentran de verdad en la carrera. A partir de ese momento, y siguiendo el modelo de ‘murmuraciones’ propio de las elecciones en los jesuitas –como recordaba el cardenal Omella– las distintas sensibilidades dentro comenzarán una carrera contra reloj para tratar conseguir, en apenas unas horas, los apoyos necesarios para que su candidato consiga la mayoría absoluta, la necesaria para presidir la Conferencia Episcopal.
No existiría épica si todo saliera al primer intento. Como una especie de maldición, adaptar la novela que Frank Herbert escribió en 1965 se convirtió en un abismo insalvable, y los intrépidos que lo intentaron terminaron inevitablemente engullidos por las expectativas, por la profundidad del material y su simbología, por la inabarcable mitología, carne de cañón, todos ellos, para los temibles gusanos del desierto de Arrakis. Allá donde fracasaron grandes cineastas como Alejandro Jodorowski o David Lynch, se impuso Denis Villeneuve en dos partes, el único, el elegido, para cabalgar a los monstruos del planeta donde nadie llora porque el agua vale más que el oro.
El éxito de la primera entrega, una especie de prólogo a todo ese inconmensurable universo que se estrenó en 2021 con una taquilla de 433 millones de dólares, le permitió al director canadiense desplegar toda su magia y completar, o casi, su monumental epopeya bíblica en ‘Dune 2’, que llega a los cines el próximo viernes con un deslumbrante reparto. «Nunca me fui de Arrakis», reconoció Villeneuve durante su visita a Madrid en noviembre. «Como cineasta, solo ves los errores. Esta fue la primera vez que tuve la oportunidad de volver y revisarlo todo, pero teniendo una segunda oportunidad para hacerlo mejor. Tuve esa ambición de asegurarme de que esta vez fuera bueno, aunque creo que la primera también fue bastante buena», admitió el director, que confía en un pelotazo todavía mayor para poder cerrar la trilogía con una última película, cuyo guion ya prepara a partir de la novela de ‘El mesías de Dune’.
‘Dune 2’ trata de muchas cosas pero, sobre todo, es un viaje. La odisea, en lugar de marítima como la de Homero, de Paul, Atreides, Muad’Dib o Usul, según quién lo llame, en un desierto. Es la deconstrucción del camino del héroe a través de Timothée Chalamet, de su resistencia y resignación a los deli
El director sale victorioso de la titánica tarea de adaptar, de momento en dos partes, la obra de Frank Herbert Chalamet y Zendaya encabezan el reparto galáctico de un ‘ blockbuster’ con vocación de obra de culto
rios del destino; de cómo se ahorma su liderazgo a partir del linaje, de la fe y de la violencia; de su esplendor y tragedia, de su conversión inevitable al final en el mesías de Arrakis. «Una de las cosas más difíciles y que me hacen más feliz es haber conseguido que se aprecie la transformación de Timothée Chalamet con Paul, que pasa de ser un adolescente a un hombre, una atormentada figura mesiánica que intenta lidiar con su destino», profundizó el director de ‘Prisioneros’ en rueda de prensa.
Además de una espectacular aventura de ciencia ficción en la que la arena es el coliseo que varias casas expolian y se disputan con corruptelas inmorales para alcanzar el poder, ‘Dune 2’ aborda la inevitabilidad, a pesar de la resistencia, del destino, y de todo lo que se queda en consecuencia por el camino. Es por tanto una historia sobre el descubrimiento, sobre la necesidad de encontrar un lugar para encontrarse a uno mismo, como hace Paul entre los Fremen, y también de amor, a través de su relación con Chani (Zendaya), la única, quizás, que cree en él por quien es y no por quien dice que es la profecía. «La escala es enorme y es impresionante, pero lo más importante es el viaje emocional», con
fesó Villeneuve. Si la primera película de ‘Dune’ era una especie de presentación, la segunda parte le permite al cineasta moverse con libertad, sin corsé, dispuestas ya sobre la mesa las cartas para entender el juego de tronos. «En ‘Dune 2’ jugamos ya sin límites, porque todo lo que puedes pedir para una historia está presente», sostuvo Javier Bardem durante el avance del filme en Madrid. El actor español, uno de los líderes de la tribu de nativos Fremen y fervoroso creyente de la profecía, gana protagonismo en esta continuación. «Le dije a Denis: “En la primera parte casi no salgo, pero si salgo en la segunda, prométeme que voy a cabalgar sobre un gusano de arena”», bromeó el intérprete.
Un gran desafío
Cumplir su palabra fue uno de los mayores desafíos de Denis Villeneuve en ‘Dune 2’. No tanto por convertir a Javier Bardem en un jinete de gusanos sino por introducir a Chalamet en el noble arte que les sirve a los Fremen para surcar el desierto. «Estoy absolutamente inspirado por la realidad. Vengo del mundo de los documentales, así que necesito que las cosas sean tangibles [...] Por eso creé la técnica. La técnica no está explicada en el libro. Sabemos que los gusanos se sienten atraídos por el ritmo, pero aparte de eso, tuve que imaginar cómo lo haría Paul, cómo sería bueno en ello y, al mismo tiempo, un poco tímido a la hora de probarlo por primera vez. Encontrar ese equilibrio, que pareciera sensual pero también peligroso, nos llevó meses, pero la tensión es palpable», explicó Villeneuve en la rueda de prensa, acompañado por Chalamet, Zendaya, Josh Brolin (Gurney Halleck), Stellan Skarsgård (barón Harkonnen), Rebecca Ferguson (Lady Jessica), Austin Butler (Feyd-Rautha Harkonnen), Florence Pugh (la princesa Irulan) y Léa Seydoux (Lady Margot).
Si tantos directores tropezaron a la hora de adaptar la novela de Frank Herbert fue más por la complejidad que el escritor encerró en sus páginas que por demérito de unos cineastas de sobra contrastados. Han tenido que pasar casi seis décadas para que llegara alguien capaz de mantener el equilibrio entre la sutileza y lo explícito, y para resignificar una obra que tenía su resonancia hace cincuenta y nueve años pero sigue teniendo, quizás con especial intensidad, gran eco en los tiempos que corren. «Una de las cosas que más me gustaron del libro era la cantidad de capas que tenía. Es un libro muy denso, y me pareció buena idea centrarme en la Hermandad Bene Gesserit, porque son unos personajes interesantísimos que controlan la política desde las sombras», explicó Denis Villeneuve.
A la cabeza de esa especie de brujas capaces de ver más allá y controlar a las personas dando una simple orden, Lady Jessica, la madre del protagonista. Interpretada por Rebecca Ferguson, es el personaje que evangeliza a los Fremen para ayudar a que Paul cumpla su destino, que terminará en una yihad en su nombre. La religión, con dioses o sin ellos, marca el camino.