ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
¿Verdad o mito? La controversia sobre las prostitutas españolas de Ravensbrück
La obra de Fermina Cañaveras ha agitado los mimbres de la novela histórica
El globo se ha hinchado a pocos con la pócima de la eterna juventud, esa que mezcla sucesos palpables con la ficción sobre el holocausto, y ha terminado por estallar. Auschwitz fue el comienzo: que si el bibliotecario, que si el tatuador... ¿Dónde se encuentra la frontera entre la novela histórica y el ensayo?, ¿hasta qué límites se puede retorcer y exprimir un hecho para que quede sazonado y al punto, listo para el consumidor?
Estas preguntas se han desplegado después de que varios medios desvelaran las supuestas falsedades que esconde la obra de la licenciada en Historia por la UNED Fermina Cañaveras: ‘El barracón de las mujeres’ (Espasa). Una novela que se adentra en la vida de las españolas que –vaya el presuntamente por delante– fueron obligadas a prostituirse en campos de concentración como Ravensbrück y que se vertebra a través de Isadora Ramírez, una de ellas.
Las críticas han arreciado desde entonces. Margarita Català, presidenta de la Amical de Ravensbrück, ni siquiera alza la voz al otro lado del teléfono; no le hace falta para ser contundente. «Cañaveras dirá que es una novela, pero el problema es que se ha presentado como un hecho real, y se han amplificado las mentiras». Por sus venas corre la sangre de Neus Català, una de las prisioneras que estuvo en este campo para mujeres. «El libro es morboso, puro sensacionalismo, pero eso vende», explica.
Le preguntamos por el error más doloroso. «Para empezar, Ravensbrück no fue el mayor burdel del Tercer Reich. Allí ni hubo burdel». Heinrich Himmler, insiste, creó estos prostíbulos en 1942, pero en los campos masculinos.
Català sostiene además que
Ramírez no ha dejado rastro.
«He escrito al Memorial del campo, a los archivos españoles... Nadie sabe de dónde ha salido», afirma. Y cuenta una confidencia: «Una socia de la Amical ha llamado a Cañaveras para pedirle toda la documentación. Ella le aseguró que se la enviaría... pero todavía estamos esperando».
Otra mentira, añade, es la del tatuaje que, según Cañaveras, portaban las prostitutas en los campos: «Jamás existió». El último punto es la cámara de gas: «Cuenta que, en 1942 las enviaban allí. Pero no hubo hasta 1945».
Cañaveras contraataca. En declaraciones a ABC, afirma que ha escrito una novela, y no un ensayo: «Decidí plantearlo así porque falta mucha información y, dependiendo de la fuente, los hechos cambian». A su vez, es partidaria de que «no tiene sentido interpretar en clave historiográfica» un libro así.
Y se defiende de la supuesta invención de su protagonista: «La historia llegó a mí a través de Carmen Martínez Patón, quien me habló del testimonio que Isadora le contó en vida».
Añade que la deportada conoció a Patón en Madrid, poco después de ser liberada, y que su amistad duró 5 años en los que incluso llegan a vivir en el mismo domicilio. «Fue a lo largo de este tiempo cuando compartió su testimonio para que no se perdiera», finaliza.
Isabel, hija de Patón, confirma a ABC esta visión: «Yo nací en 1946, y recuerdo que mi madre vivía con otras militantes del PCE en un piso de Madrid. Una era Isadora». No se le olvida del nombre de «aquella mujer enjuta» porque «no era muy habitual» por entonces. «Esa señora lloraba mucho. Cuando le dije que me contara más cosas de ella, me explicó que había estado en un campo de concentración y que no quería hablar». Siempre repetía que «se lo habían hecho pasar muy mal y que la habían violado varias veces».
Según Isabel, Isadora nunca le habló directamente de prostitución, pero sí a su madre. «Carmen me dijo que la habían obligado a acostarse con hombres. Yo no entendía aquello», explica. Todavía desconoce cómo llegó allí, pero sabe que había venido de Francia después de vivir una pesadilla. «Siempre le preguntaba por qué le habían hecho eso. Mi madre me decía que conocía todos sus problemas y que lo había pasado muy mal», confirma.