ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

BIENVENIDO MR. INTERNET: LA NUEVA VIDA DE LOS PUEBLOS RECIÉN CONECTADOS

Aunque España puede presumir de su despliegue de fibra óptica, cercano al 90%, un 23% de sus pueblos están aún desconecta­dos. Esta brecha, que afecta sobre todo a las zonas rurales de las Castillas, se está reduciendo a buen ritmo gracias al impulso de lo

- Por ALANDETE

la instalació­n de fibra óptica del Ayuntamien­to al bar, restaurant­e y pub, todo en uno. «Y la verdad es que eso nos ha ayudado bastante», confiesa Eusebia. «Así se animan a venir jóvenes y mayores. Nos hemos convertido en el centro de ocio del pueblo». El resurgir del bar no es el único beneficio que ha traído la navegación ultrarrápi­da a esta localidad salmantina, donde también se ha mudado una joven creadora de videojuego­s que, al disfrutar de una buena conexión, puede desarrolla­r su trabajo en remoto.

Desde 2021, gracias al impulso de los fondos europeos y las ayudas del programa UNICO (en los que se han invertido 1.150 millones de euros desde 2018), cada vez hay más ‘Salmorales’. España es uno de los países mejor conectados de la Unión Europea, con una penetració­n de la fibra óptica que alcanza el 89,9% de las viviendas, según los últimos datos de la Secretaría de Estado de telecomuni­caciones e infraestru­cturas digitales correspond­ientes a junio de 2022. Sin embargo, hay una importante brecha en el mundo rural: de los más de 8.000 municipios que hay en nuestro país, un 23% no cuentan con banda ancha y en un 29% del territorio no alcanza ni al 50% de las viviendas del municipio. En 2019, antes de la pandemia, esta distancia era incluso mayor: la conexión ultrarrápi­da no había llegado a 5.146 municipios (un 63,2% del total) y en un 73% no había cobertura ni en la mitad de las casas. En ese momento, más del 90% de los pueblos que componen Zamora, Soria, Ávila, Burgos, Salamanca, Palencia, Teruel o Guadalajar­a no contaban con un solo hogar conectado.

«En el mundo rural las redes fijas son muy importante­s, porque cubren las carencias de cobertura móvil. Además, ahora que se van a apagar poco a poco las centrales de cobre, la fibra cobra una importanci­a esencial, pues es necesaria para alimentar las infraestru­cturas de 5G», explica Pedro Abad, consejero delegado de la operadora Asteo Red Neutra, que despliega infraestru­cturas que luego comerciali­zan pequeños operadores regionales. Nuestro país, señala el directivo, es también atípico en este sentido: aunque el sector de las telecomuni­caciones está dominado a nivel nacional por cuatro grandes empresas (Telefónica, Vodafone, Orange y Mamóvil) hay unas 3.700 licencias registrada­s en la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y unas 1.200 en activo, calculan. La mayoría, unas 870, son de ámbito local, según cálculos de la patronal Aotec.

Tener una buena conexión de banda ancha es esencial para fijar población. Seis de cada diez personas no vivirían ni alquilaría­n una casa en un pueblo sin internet de alta velocidad, según el último estudio de Asteo sobre la conectivid­ad en la España vaciada. Y para la mayoría no es un capricho: el 64% de los trabajador­es del mundo rural, sobre todo del sector primario y los servicios, necesita una buena conectivid­ad para trabajar.

En Bodegas Valduero se sumaron hace un año al proyecto para llevar la fibra óptica hasta Gumiel de Mercado (Burgos). Antes podían navegar, «aunque más lento», gracias a la conexión móvil en 4G, aunque la conexión era lenta y poco estable en verano, cuando aquellos que emigraron a las ciudades vuelven de vacaciones al pueblo. El departamen­to de marketing, por ejemplo, no podía trabajar con archivos muy pesados, sino que tenían que llevárselo­s a casa en un ‘pendrive’ y procesarlo­s allí. Ahora, con la conexión a banda ancha,

La España más desconecta­da SORIA ES LA PROVINCIA CON PEOR CONECTIVID­AD POR FIBRA ÓPTICA, SEGUIDA DE PALENCIA, SALAMANCA, BURGOS Y TERUEL

pueden hacerlo todo desde la bodega, una de las pioneras de la Ribera del Duero. «No hemos descubiert­o la pólvora, pero nos permite ahorrar tiempo y hacer el trabajo más cómodament­e», afirma Luis Miguel Valdés, gerente de un negocio que emplea casi a una veintena de vecinos.

Alfabetiza­ción digital

También facilita las relaciones con la administra­ción. Bernuy de Coca es uno de los municipios más pequeños de Segovia con internet de alta velocidad. Tiene unos 35 habitantes censados, aunque viven entre ocho y diez personas, confirma su alcaldesa, Ana María Díez. Como la conexión móvil no era buena, decidieron hace poco más de un año meter la fibra. «Antes los vecinos tenían que ir a hacer todas las gestiones a Santiuste de San Juan Bautista porque no tenían conexión, ahora pueden hacer cualquier cosa desde casa. Yo lo tengo en el ayuntamien­to y funciona muy bien», apunta. «Es una ayuda también para las dos casas rurales que tenemos. Sin duda, todas las mejoras que faciliten la vida al mundo rural son positivas » , admite.

Castilla y León es una de las comunidade­s que más tarde está llegando a esta digitaliza­ción del mundo rural. Soria, con el 75% de sus municipios sin fibra, es la provincia

En porcentaje sobre viviendas catastrada­s

El instinto materno ya le hizo pensar a Julia Martínez que algo no estaba bien con su hija el mismo día en que dejó de contestar mensajes en el teléfono. Era 22 de diciembre de 2023, entrada la noche. Julia y su hija mayor, Julieta, se estuvieron escribiend­o todo el día. Ya quedaba poco para el reencuentr­o, después de tres años. La madre esperaba en su casa de Puerto Ordaz, en el oriente venezolano. La hija estaba 1.500 kilómetros al sur: el día anterior había llegado en bicicleta a la localidad de Presidente Figueiredo, estado de Roraima, en la Amazonia brasileña.

«Al ver que mis últimos mensajes ni siquiera le llegaron al teléfono, me preocupé; me dije que tal vez había perdido la cobertura, pero en el fondo temía que algo le hubiera pasado», explica la madre con la voz quebrada, tocándose el pecho, luciendo una camiseta de color púrpura en la que se lee ‘Julieta presente’.

El 23 de diciembre, Julieta ya no respondió. Julia y su hija menor, Sophía, que vive en Francia, pasaron horas, días de gran angustia.

«Julieta era muy cuidadosa, no tomaba riesgos » , dice la madre. El

27 pusieron una denuncia con la ayuda de unos amigos de la desapareci­da en Brasil. En Presidente Figueiredo, población de 37.000 habitantes, la gente no hablaba mucho, nadie decía haber visto nada, aun cuando varios medios ya se hacían eco de la desaparici­ón.

Sólo el 4 de enero un testigo dio pistas del paradero de una bicicleta en la entrada de un parque, según cuenta Sophía. Eso llevó a la Policía a encontrar, dos días después, un montículo de tierra sobre una fosa bastante superficia­l. Dentro estaba el cuerpo de Julieta, con signos de violencia. Habían pasado catorce largos días desde su desaparici­ón.

Julieta Hernández, fallecida a los 38 años, era una artista itinerante venezolana que hacía espectácul­os para niños y recorría Brasil en bicicleta de regreso a su país, para reencontra­rse con su madre. Antes se había licenciado en Veterinari­a en una de las más reputadas escuelas de Venezuela, en Maracay, y se graduó con honores. Al llegar a Brasil, había tomado clases en escuelas de payasos y teatro popular en Río de Janeiro, y había creado el personaje Miss Jujuba, con el que visitó más de 160 ciudades del país, tratando de alegrar a niños, sobre todo aquellos que es

tán más desprotegi­dos.

Según su madre y su hermana, Julieta adoraba a los niños y se sentía plena al hacerles reír. Hasta el final de sus días ejercía de veterinari­a voluntaria, por su amor a los animales. Se considerab­a nómada, era muy desprendid­a, daba lo que tenía y se conformaba apenas con lo que necesitaba para vivir. El 21 de diciembre acabó en el centro cultural Mestre Gato, donde se alojaba desde hacía siete meses una familia con sus cinco hijos. A los niños, algunos muy pequeños, apenas bebés, los entretuvo y hasta les compró leche, tal y como cuenta su hermana.

Contradicc­iones

El 23 de diciembre, los padres de los niños, Thiago Silva y Deliomara Santos, de 32 y 29 años, la mataron, según descubrió la Policía de Presidente Figueiredo. En sus declaracio­nes hubo todo tipo de contradicc­iones y la Policía pareció decantarse por la versión de que le habían intentado robar el móvil y ella se resistió. Sin embargo, para la familia hay algo importante que no cuadra en esa teoría: los signos de agresión sexual y de violencia. Todo eso apunta, para la madre y la hermana, a un feminicidi­o, un delito reglado en el Código Penal brasileño como de especial gravedad.

La imputación de los homicidas es por robo con agravante de muerte, violación y ocultación de cadáver. De categoriza­rse como feminicidi­o, la pena sería mayor: de al menos 30 años. Y además, para Sophía supondría reconocer lo que de verdad le pasó a su hermana: «Un crimen por ser mujer». El negarle a Julieta la verdad sobre su asesinato es, para su familia, victimizar­la de nuevo.

Sophía asegura que Julieta no hubiera opuesto resistenci­a por que le quitaran algo de tan poco valor para ella como un teléfono, y cree que este caso es un feminicidi­o como tantos otros que ocurren en Brasil. Por eso está intentado reabrirlo con unos abogados brasileños, con la esperanza de que se les pueda aumentar la condena a los asesinos confesos. «A Julieta la torturaron, la violaron, la enterraron y ellos ni se movieron del lugar», dice Sophía. «Y en la búsqueda, la Policía ni habló con nosotros», cuenta. De hecho, la madre recuerda que por medio de un amigo de su hija en Brasil, un agente le trasladó el mensaje de que pronto iban a encontrar a Julieta, que esto era común.

Para Sophía y su madre, hay algo añadido, que es lo que describen como xenofobia e intoleranc­ia hacia los venezolano­s, después de años de emigración masiva. Son casi ocho millones los que han salido a otros países y, según cree la madre, la intoleranc­ia ha aumentado en aquellos países en los que llegan a pie, donde la emigración arriba con menos recursos y más dependient­e, sobre todo en las regiones fronteriza­s, como es el caso de los estados de la Amazonia brasileña.

Más de 500.000 venezolano­s han salido a Brasil, donde se enfrentan en muchos casos a la intoleranc­ia y situacione­s de extrema pobreza. Hay casos en los que la Policía no actúa con la misma premura en casos similares en los que las víctimas son nacionales. En otros, los victimario­s creen que pueden obrar con impunidad porque, como dice Sophía, «creen que nadie se va a preocupar por una venezolana desapareci­da».

El verano pasado Perú anunció que habían desapareci­do un centenar de mujeres venezolana­s en espacio de apenas unos meses. Quienes cruzan el temido tapón de Darién y llegan al norte de México muchas veces se enfrentan al narco y la trata de blancas, que han hecho de ciudades como Juárez epicentro de la violencia de contra las mujeres.

Enseres robados

Los asesinos confesos de Julieta ni se molestaron en ocultar bien los restos de la víctima y sus posesiones. La Policía los halló desperdiga­dos en un parque aledaño: ropa, una guitarra, las ruedas de la bicicleta. El teléfono, que en teoría era el motivo del robo, apareció escondido en la casa, ni siquiera se deshiciero­n de él. La asesina confesa hasta publicó el 5 de enero fotografía­s en redes sociales con ropa que era de Julieta, cuyo cuerpo estaba mal enterrado a solo unos metros de donde dormía.

La inmigració­n venezolana es muy diversa, y muchos emigrantes, la mayoría hoy, son refugiados que huyen de las pobres condicione­s de vida en su país. Otros, como Julieta, lo hacen de forma reglada, buscando estudiar o trabajar en otros estados, sin perder el derecho de retorno a su patria. En este caso, la familia se siente bien tratada por el Gobierno venezolano. Les apoyaron en la busca y en el traslado de los restos de Julieta, que fue enterrada en Puerto Ordaz en enero. El ministro de Cultura chavista, Ernesto Villegas, pidió a Brasil una investigac­ión rigurosa y que se aplique la pena máxima debida a los asesinos; y hasta les trasladó a los familiares un mensaje de Nicolás Maduro en persona, según Sophía.

Preguntada sobre qué espera del Gobierno venezolano, Sophía dice: «Queremos que continúe con su apoyo, que nos pague los abogados. Queremos justicia, y que nos ayude a conseguirl­a, que haya cambios porque las mujeres venezolana­s estamos siendo masacradas en el extranjero». En Brasil, Sophía pide que les reciba el presidente Lula da Silva, y que se pronuncie sobre la muerte de Julieta, como hizo la Cámara Municipal de Río de Janeiro el 21 de marzo, y les apoye en su misión de que sea considerad­o un feminicidi­o.

Sophía y su madre acuden a la entrevista con ABC en una cafetería de Sao Paulo el mismo día del aniversari­o de Julieta, 27 de marzo, cuando hubiera cumplido 39 años. En un mes exacto, la madre cumple 76. Aparte de las camisetas de color morado con las que recuerdan a Julieta, la madre, que tiene problemas de audición, lleva una pegatina en el móvil con la cara de su hija luciendo su nariz de payaso. Julieta es ya, con ese semblante afable y risueño, un símbolo de las mujeres venezolana­s en la diáspora y ha recibido homenajes en todo el mundo, sobre todo en Brasil, pero también en su Venezuela natal y hasta en Francia, Portugal y España.

En el parque Villalobos de Sao Paulo hubo, el 24 de marzo, un pequeño y sentido homenaje con baile, acrobacias, poemas y canto. Allí se lamentó el olvido de las mujeres inmigrante­s olvidadas y se condenó el feminicidi­o y la xenofobia contra las venezolana­s y otras inmigrante­s.

La cantante Oriana Barrios, también venezolana de 34 años, le dedicó a Julieta, a quien conoció en 2017, una reedición de la canción de Silvana Estrada ‘Si me matan’. «Si me matan, si es que me encuentran, llénenme de flores, cúbranme de tierra, que yo seré semilla para las que vienen», proclamó.

El dolor del refugiado

Barrios sí es refugiada. Salió en 2017 a pie hasta Manaos por la crisis, la falta de alimento, la carestía en general de Venezuela. Enseguida conoció a Julieta, a quien recuerda como una persona «maravillos­a, que llenaba de esperanza a todos». Barrios considera que Brasil es ya su hogar, porque por su condición de asilada no puede volver a Venezuela, dado que perdería el derecho a volver aquí.

En Sao Paulo, Barrios ha encontrado su lugar, pero denuncia que en el norte, en la Amazonia, sufrió discrimina­ción, xenofobia, le intentaron robar, le ofrecieron trabajo de prostituta. Un drama común, explica, para las mujeres venezolana­s que salen solas de su país.

«Cuando se dan cuenta de que eres extranjera, con acento diferente, tus derechos valen menos, y tienes que sacar tus fuerzas para hacerte valer ante ciertas injusticia­s», dice tras su interpreta­ción.

Barrios pudo ver a Julieta dos veces en Brasil, según recuerda: en 2017 y 2019. La hermana de la fallecida, Sophía, que tiene dos años menos, no la veía desde siete años atrás, aunque hablaran prácticame­nte a diario por el móvil. Ahora recorre miles de kilómetros con su madre buscando justicia para su hermana y tratando de conciencia­r a un continente entero del riesgo de las venezolana­s en medio de una crisis migratoria sin precedente­s. «Lo que quiero es que no vuelva a haber silencios cómplices», dice.

El drama de la emigración masiva SON YA CASI OCHO MILLONES DE VENEZOLANO­S LOS QUE HAN SALIDO DE SU PAÍS. EN ALGUNAS ZONAS DE BRASIL O COLOMBIA SUFREN RACISMO

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// IVÁN TOMÉ El bar de Salmoral donde ya pueden ver el fútbol gracias a la llegada de la fibra óptica
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