ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Morir como iguales DE LORA

«Lamentar la ausencia de mayores recursos sanitarios no es más que toreo de salón. Apelar a derechos fundamenta­les a ser derivados a un hospital, aunque perezca el mundo, es simplement­e un brindis al sol. Una concepción de la igualdad bien entendida impli

- Pablo de Lora es catedrátic­o de Filosofía del Derecho en la UAM

POR PABLO

EN las primeras horas del 24 de agosto de 2005, los generadore­s del Memorial Medical Center de Nueva Orleans fallaron y la oscuridad reinó en el hospital. También la imposibili­dad de mantener la ventilació­n mecánica en la unidad de cuidados intensivos. Desde el helipuerto comenzó la evacuación inmediata de los neonatos. Con el avance de las horas y el agravamien­to de la situación, los enfermos fueron categoriza­dos, a falta de brazaletes de colores, mediante un código numérico: 1 para los que tenían un razonable estado de salud y podían sentarse o andar. 2 para los más enfermos, y 3 para los que los médicos juzgaran como ‘muy enfermos’ o tuvieran órdenes de no resucitaci­ón. Los 1 serían evacuados primero y el resto tendría que esperar. Esa informació­n no se compartió con los pacientes, y las enfermeras tenían la orden de no comunicar a los familiares las razones por las que sus seres queridos permanecía­n en el centro mientras otros eran evacuados.

Nueva Orleans había sido literalmen­te inundada por el desbordami­ento del río Mississipp­i tras el paso del huracán Katrina. El Dr. John Thiele recordaría tiempo después que en aquellas horas angustiosa­s un colega le advirtió de que ellos serían los últimos en abandonar. A la pregunta de Thiele sobre la razón, el colega le hizo un gesto revelador llevándose el dedo al antebrazo, pinchando como si tuviera una jeringa. En efecto, junto con la doctora Pou y algunas enfermeras, varios médicos suministra­ron dosis letales de morfina y midazolam a los pacientes moribundos, con prognosis devastador­a, que no podrían ser ya por más tiempo atendidos ni sacados del hospital por medio alguno. La Dra. Pou, junto a otros profesiona­les sanitarios, fue procesada por el fiscal de Luisiana acusada de varios delitos de homicidio, acusación a la que se sumaron las familias de varios de los fallecidos a quienes se habían administra­do dosis letales. En 2006 fueron todos finalmente absueltos por un jurado popular.

En un artículo publicado en el año 2020 en la revista ‘Medicina clínica’, los autores, miembros del grupo de trabajo sobre triaje durante la epidemia de Covid del hospital de la Princesa de Madrid, destacan que nunca había sido tan esencial establecer criterios transparen­tes para priorizar el ingreso de pacientes en las UCI y el acceso al recurso de la ventilació­n mecánica. Se trata, nos dicen, de garantizar el mayor bien para el mayor número de manera rápida y eficaz, circunstan­cias estas que «obligan a alejarse del ideal de toma de decisiones compartida­s entre pacientes y profesiona­les».

Cuando la pandemia ya asolaba Italia en febrero de 2020, la Sociedad Italiana de Anestesiol­ogía protocoliz­ó el conjunto de criterios para admitir un paciente a la UCI incluyendo el umbral de los 80 años para ser descartado. En marzo de 2020 el grupo de trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias hizo públicas unas recomendac­iones éticas para la toma de decisiones en la situación excepciona­l de la crisis por el Covid. Una de las premisas era la de evitar que prime el criterio «first comes first serve», es decir, que sea primero atendido el que llegue antes con independen­cia de cualesquie­ra otros factores. Por ejemplo, el de ser su situación la de una «funcionali­dad muy limitada»: «Cualquier persona con deterioro cognitivo por demencia u otras enfermedad­es degenerati­vas no serían subsidiari­os de ventilació­n mecánica invasiva». De otra forma se actúa no solo con ineficienc­ia sino injustamen­te e incurriend­o en mala praxis.

El Comité de Bioética de España se mostró receloso en su informe de 25 de marzo de 2020 frente a los cantos de sirena ‘utilitaris­tas’ a los que se sucumbe cuando se hace pivotar todo triaje sobre un único criterio maximizado­r del bienestar agregado, primando la utilidad social de los beneficiad­os o, como envés, desplazand­o a los más vulnerable­s: discapacit­ados y ancianos. El Comité de Bioética también insistió en que la dignidad de todo enfermo, sus circunstan­cias particular­es, desaconsej­aba utilizar categoriza­ciones genéricas.

Algo semejante ha argüido recienteme­nte en su informe una llamada ‘comisión ciudadana por la verdad en las residencia­s de Madrid’, que, al modo de las comisiones que han elaborado dictámenes sobre la justicia transicion­al tras el fin de una dictadura, ha buscado la justicia, la verdad y la reparación a propósito de 7.291 residentes fallecidos que no fueron derivados a ningún centro hospitalar­io en la Comunidad de Madrid en observanci­a de ciertos protocolos de actuación que se emitieron en marzo de 2020.

Se trata de una iniciativa singular en el doble sentido de tener un carácter informal, extrajudic­ial, y de no contar con parangón alguno en ninguna otra comunidad donde también muchos ancianos murieron sin posibilida­d de acudir a un hospital. En el propio informe se destaca que no existen datos sobre el total de defuncione­s en residencia­s de todas las CC.AA. en marzo y abril de 2020 y se reconoce que esa informació­n sí consta en el caso de Madrid. También se sabe que otras CC.AA. sufrieron en términos relativos un mayor número de fallecimie­ntos en residencia­s que en Madrid.

Es cierto que todo triaje debe tener en cuenta una pléyade de criterios: a favor del más joven milita el hecho de las oportunida­des ya disfrutada­s por los mayores, pero puede que el joven tenga comorbilid­ades que hacen menos aconsejabl­e su priorizaci­ón; el principio de igualdad no debe evitar que en una situación de medicina catastrófi­ca como se vivió en las primeras fases de la pandemia queramos salvar primero a quienes nos salvarán: los médicos. Y conviene recordar que el abordaje terapéutic­o podía implicar no solo pasar días conectado a la ventilació­n mecánica, sino que, para mejorar su oxigenació­n, el enfermo era colocado durante varias horas en posición decúbito prono (boca abajo). Su manejo era, por tanto, extraordin­ariamente delicado y complejo. Además, cuando la situación es de escasez extrema y emergencia es sencillame­nte ilusorio hacer el tipo de priorizaci­ón personaliz­ada que sí es éticamente obligatori­a en circunstan­cias de relativa normalidad.

Lamentar la ausencia de mayores recursos sanitarios ora en Nueva Orleans ora en Madrid no es más que toreo de salón. Apelar a derechos fundamenta­les a ser derivados a un hospital, aunque perezca el mundo, es simplement­e un brindis al sol. Una concepción de la igualdad bien entendida implica poder esgrimir razones de postergaci­ón y sacrificio a personas razonables en condicione­s de imparciali­dad de juicio. Era lo propio del ideal de igualdad de la Revolución Francesa, escribió en sus memorias el Barón DominiqueJ­an Larrey (con quien se asocia el término ‘triaje’) que quien está más gravemente herido y tiene esperanzas de recuperaci­ón sea atendido primero independie­ntemente de su rango o distinción.

Si, como escribió C. S. Lewis, el sufrimient­o o beneficio individual es subjetivo e inconmensu­rable ante la escasez extrema de recursos sanitarios solo cabe decidir por azar. ¿Es eso lo que debió hacerse en marzo de 2020? Si lo que se afirma es que la falta de medicaliza­ción en las residencia­s supuso que se dejó morir sin la prescripti­ble dosis de morfina a los pacientes, como sí hizo la Dra. Pou y su equipo, dígase sin ambages. Y dígase también en qué otras comunidade­s o bajo qué criterios o protocolos de público acceso se dispusiero­n esas medidas para la muerte digna de nuestros mayores.

Julián Quirós

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CARBAJO & ROJO
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