ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El huevazo

- HERRERO

CREO que nunca he sabido de dónde viene la tradición, tan arraigada en mi tierra, de esclafar por sorpresa un huevo duro en la frente de un amigo durante los tres primeros días de Pascua. Puede ser que me lo explicara mi abuela, que es quien me adiestró en la técnica del huevazo, pero lo único que recuerdo de sus enseñanzas es que procurara que el huevo no impactara de punta para no hacerle un chichón a la víctima de la broma. Con el tiempo he tratado de averiguar el porqué de esa costumbre. Ha sido en vano. Lo único que he llegado a descubrir es que los huevos de Pascua son símbolos de fertilidad que sirven, desde hace siglos, para festejar el tránsito a la primavera. En esa época del año es cuando resucita la naturaleza. No es casual que el fin de la Semana Santa se celebre el primer domingo después del primer plenilunio tras el 21 de marzo. De lo que se trata, durante estos días, es de festejar la resurrecci­ón de Jesucristo. El hecho de que algunos lo hagan a huevazo limpio no deja de ser una peculiarid­ad extraña, pero si lo miramos bien, el motivo de la celebració­n también lo es.

La vida nos prepara para ser testigos de la muerte. Asistimos a los entierros de los seres queridos y nos angustia nuestro propio final porque tenemos la certeza de que, antes o después, acabará sobrevinie­ndo. Sin embargo, nadie tiene –milagros aparte– la experienci­a de ver resucitar a los muertos. Celebramos algo que repugna a la razón. Tanto es así que los propios coetáneos de Jesús, que le habían oído decir que resucitarí­a al tercer día, no acababan de creérselo. María Magdalena, cuando vio removida la piedra del sepulcro, creyó que habían robado su cuerpo y Tomás, uno de los 12, tuvo que palpar sus manos y su costado antes de rendir el juicio.

La resurrecci­ón es la gran apuesta de la fe. Si no hay tal, dice san Pablo, nuestra creencia es vana. Estamos, por lo tanto, ante un misterio profundo que nos pone a prueba. Para complicarl­o un poco más, la resurrecci­ón de Cristo no se parece en nada a las otras que relata el Evangelio. Lázaro pasa de la muerte a la vida como del sueño a la vigilia, sin que haya cambios en la naturaleza y en el aspecto de su cuerpo. Pero a Cristo nadie le reconoce a la primera. Me da en la nariz que el cuerpo glorioso y el corrupto no son calcos idénticos. La resurrecci­ón definitiva, no la que prorroga la estancia en la tierra, sino la que abre las puertas a la vida eterna, nos deparará muchas sorpresas. Pero no sé cuáles. Mis amigos agnósticos aún me miran a veces con la esperanza de que yo les brinde un argumento que les permita creer en aquello que, en el fondo, desean creer. Pincho de tortilla y caña a que, si lo miran bien, encontrará­n la respuesta que buscan en el fondo de su deseo. Lo único que yo puedo hacer por ellos es esclafarle­s un huevo en la frente para reblandece­rles la mollera.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain