ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El sexador de columnista­s

- MANUEL MARÍN

UN político no lo sería plenamente si no le resultase imposible abstraerse del criterio que la opinión pública se forme de él. Por eso la tentación de control sobre todo aquello que afecte a su imagen, o que erosione su perfil y esa falsa reputación de ejemplo virginal de servicio público, lo sumerge siempre en un estado de necesidad permanente cuando el ego fuerza esa obsesión hasta el paroxismo. El ego nos golpea a todos. Pero más a unos que a otros, y un ministro sin ego no es nadie. Óscar Puente está en su perfecto derecho de convertirs­e en un sexador de columnista­s, en un escrutador de periodista­s, en un observador de los estragos que causan su soberbia y su sesgado concepto de la política sobre esa convivenci­a de la que siempre farfulla. Está tan legitimado para hacer pucheritos contra los insultos como lo está cualquier ciudadano que paga 120 euros de tren para indignarse cuando una avería recurrente le deja arrumbado junto a una vía a la espera de un autobús –privado– que sí cumpla lo que el ministerio de Puente incumple.

Un insultador no es víctima de nada cuando termina siendo insultado. Se expone a que los demás le apliquen a él las mismas reglas del juego que él impone. Aunque no debería ser así, no es lo elegante, en España se replica a una chulería con otra chulería. Nos pasamos el día sujetándon­os el cubata unos a otros. Al desprecio se le responde con desprecio. Si uno retoza en el barro no puede quejarse de recibir manotazos de barro. Pero es que además todo es mentira. Puente se quiere, se adora, se gusta así, y lo ensucia todo por convenienc­ia, porque forma parte de su modo de entender la vida pública. Desafiando. Puente es un ladrillo en el muro de Sánchez y, mirado fríamente, su aspereza es hasta divertida. Te invita a contemplar­lo como un animador de crucero capaz de agitar las lorzas de los jubilados con chapoteos, manos arriba y abajo, a ritmo de bachata.

Cada uno cultiva su imagen como quiere o puede. Pero, hombre, no con el dinero de los insultados. Crear un ‘equipo’ de sexadores de columnista­s sufragado por el contribuye­nte está feo. No me malentiend­a, ministro, no le llamo feo. Es sólo que resulta sucio montar una guardia de corps, sí jefe, lo que mande jefe, como una ‘gestapillo’ marcando periodista­s y señalando con el dedo porque unos insultos, los nuestros, son hirientes, y los suyos, ministro, descriptiv­os. Desconozco si en este ‘brain storm’ de primera hora y café en el ministerio, quizás allí donde Koldo tenía el despacho, se piensa en esa cosa tan rara en democracia que es la libertad de expresión. No es grave que apunte lo que se publica de él. Es grave crear un comisariad­o para criminaliz­ar a medios como ABC mientras se construye una imagen de cervatillo indefenso frente a ataques injustos. No es agradable que te acusen de ser el mamporrero de nadie, ni siquiera del sanchismo, salvo que realmente hagas todo lo posible para serlo exhibiendo orgullo de ello. Todo esto es autoritari­o, excesivo, impropio. Una idea para su ‘gestapillo’: ¿hace una comisión de investigac­ión contra periodista­s, no sé, un ‘lawfare’ de plumillas y demás escoria social? No, no es divertido.

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