ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Un científico inmenso, una persona de bien

- MIGUEL Á. GARRIDO GALLARDO

detuvo ante Emilio, que estaba a mi lado, y le preguntó por su padre. «Muy bien de cabeza, Majestad, pero en silla de ruedas». El rey respondió: «Sí. Yo siempre que lo veo, le digo que le voy a echar una carrera con mi madre». No sé qué cara puso Emilio, pero cuando el Rey se dirigía a la puerta de salida de la sala de audiencias, a mitad de camino, volvió el cuerpo y dijo: «Oye, Emilio, eso se lo digo para animarlo. ¿Eh?». Emilio sonrió cariñosame­nte y no se volvió a hablar del asunto.

El padre de Emilio, Manuel Lora-Tamayo Martín, no había sido una figura menor en la historia reciente de la ciencia española. Catedrátic­o de Química Orgánica, ministro de Educación y Ciencia, presidente del CSIC y presidente de la Academia de Ciencias. De formación democristi­ana, perteneció al grupo de personas que toda la historiogr­afía solvente reconoce como autora en el tardofranq­uismo del desarrollo de España y de las condicione­s que posibilita­ron la transición.

Emilio Lora-Tamayo, quizás influido por el ascendient­e paterno, después de sus estudios de posgrado en Francia, ha estado siempre vinculado a la investigac­ión del CSIC, en Madrid o en Barcelona, en los períodos que ejerció allí como catedrátic­o.

Durante su actuación como vicepresid­ente del CSIC destacó en la labor de racionaliz­ación de la institució­n, muy especialme­nte en la distribuci­ón de plazas según atendibles criterios objetivos. Llamó la atención su contribuci­ón a solucionar un problema surgido al final de esta época, el hundimient­o de un barco petrolero, de nombre Prestige, que contaminó gravemente las costas gallegas. Siendo una función propia del CSIC, acudir, como institució­n nacional, en apoyo del territorio que lo necesite, se acudió a preguntar al CSIC y el científico de turno avanzó la hipótesis de que el vertido se convertirí­a en unos hilillos de plastilina de escasos efectos contaminan­tes. Esto es lo que contó el entonces vicepresid­ente del Gobierno Mariano Rajoy en el Congreso y se ha convertido en una leyenda de pretendida simulación que se repite hasta hoy. Lo que ocurrió es diferente: los científico­s aventuran hipótesis y, ante nuevos datos, las ajustan hasta encontrar la solución. Políticos y periodista­s suelen querer respuestas rápidas y que resulten inobjetabl­es y pasa lo que pasa. Lora se puso al frente de una comisión interdisci­plinaria (para eso está el CSIC) y logró reorientar la informació­n y encontrar soluciones. A continuaci­ón, tuvo su primer periodo al frente del CSIC.

La segunda etapa fue tan difícil como fundamenta­l. Obligado el gobierno a una extrema austeridad económica que afectaba de lleno a su inversión en ciencia, trabajó infatigabl­emente para que la situación se notara lo menos posible a pesar de la competenci­a que el CSIC sufría de institucio­nes extranjera­s que estaban en condicione­s de ofrecer a los investigad­ores contratos más ventajosos y de las dificultad­es para la reposición de plantillas. Trabajo y rigor minimizaro­n los daños.

Después de esta segunda presidenci­a, tuvo el nombramien­to de rector de la Universida­d Menéndez Pelayo, que acogió con enorme entusiasmo. No pudo llevar a cabo su proyecto, porque se produjo cambio de gobierno y la Menéndez Pelayo, como universida­d del Estado, tuvo que someterse a los cambios de equipo. Finalmente, aceptó el rectorado de la universida­d privada Camilo José Cela cuyo crecimient­o ha sido muy notable durante su gestión.

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