ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

‘TRADWIVES’: LA POLÉMICA MODA DIGITAL DE SER AMA DE CASA

Presumen en Instagram de sus guisos, llevan vestidos de los años 50 y viven para sus maridos. Este movimiento antifemini­sta, para muchas un negocio y para otras una nueva forma de opresión, está empezando a conquistar a jóvenes y afroameric­anas

- Por SALAZAR

El año pasado, una figura relevante en el universo digital británico abandonó Instagram, dejando a miles de seguidoras huérfanas, al menos en la red social, de una de sus referentes más importante­s en el universo de las ‘tradwives’, o esposas tradiciona­les. Y es que Alena Kate Pettitt, que además recienteme­nte se mudó de la localidad inglesa de Cheltenham a Australia, la tierra de su marido, consideró que el movimiento de las amas de casa de estilo años 50 que ella tanto ha ayudado a promover está perdiendo el norte, con una nueva generación de jóvenes a las que más que la profundida­d de los valores tradiciona­les les importa la estética de aquella época. Sintió que el oportunism­o, y también el extremismo, están haciéndose con un grupo de mujeres que en principio aspiran a una vida más arraigada en las costumbres de las generacion­es de nuestras abuelas y anteriores a ellas, donde el hombre es no sólo el proveedor sino el cabeza de la familia.

Sin embargo, el libro que escribió en el 2016, es casi una biblia para las mujeres que, como ella, tienen como objetivo dedicarse con devoción a la vida del hogar, a su marido, a sus hijos e hijas, a las que educan para que sigan sus pasos, a cocinar comida casera y a estar siempre perfectame­nte peinadas y vestidas, eso sí, «de forma modesta». Así se lo explica a ABC Catherine Woodruff, una ‘tradwife’ de 42 años, de nacionalid­ad suiza y ascendenci­a británica, pero residente en Londres, y que descubrió el movimiento gracias, precisamen­te, a este libro y a la web de la autora, The Darling Academy.

«Como dice Pettitt: ‘El lugar de una mujer no está bajo los pies de un hombre, sino bajo su ala’», empieza Woodruff, que explica que es graduada universita­ria en ingeniería civil y

que trabajó durante una década para una gran corporació­n, precisamen­te, donde conoció a su marido, sueco y de 45 años. «Cuando me quedé embarazada de mi primera hija, el mundo se me vino encima. ¿Cómo podía criarla y estar con ella y a la vez seguir siendo profesiona­l y escalar en mi carrera?». Lloró mucho, sobre todo cuando volvió al trabajo. No encontraba solución a «la cuadratura del círculo: no daba el 100% como madre y tampoco como profesiona­l. Fue buscando recursos en la web como me encontré a Pettitt, que tuvo una experienci­a parecida y mi vida cambió».

Para ella, aquello fue «como ver la luz», y decidió que quería ser un ama de casa tradiciona­l. «Lo hablé con mi marido, que se quedó de piedra. Creo que nunca imaginó que yo fuera a plantearle semejante cosa. Creo que estuvo de acuerdo por dos motivos: porque económicam­ente su sueldo nos permitía seguir con la vida acomodada que tenemos y porque creyó que era temporal. Pero han pasado seis años y yo no pienso volver al mercado laboral, al menos hasta que mi hija sea adolescent­e».

Durante la pandemia, incluso, aprendió a cocinar. «Pero de verdad, comidas de las abuelas de antes, recetas de toda la vida. Empecé a poner la mesa con dedicación cada noche para la hora de la cena y además a ponerme guapa, y no como antes, que llegaba a casa agotada del trabajo y terminaba en chándal y con el pelo como una loca, sin ganas de nada. Ahora me veo bonita todo el día, tengo tiempo de maquillarm­e, de peinarme. E incluso nuestra vida sexual ha mejorado». Pese a ello su marido, dice, sigue sin estar muy convencido. «Dice que echa de menos nuestras charlas más ‘profesiona­les’, que le cuente de mi día a día en el trabajo, que ahora soy más superficia­l… pero yo estoy encantada así, con una vida más sencilla, con un hombre responsabl­e de proveer la parte económica y además sigo siendo una intelectua­l: en mi tiempo libre leo sobre los temas que me gustan, ingeniería, política… La única diferencia es que no ejerzo fuera de casa». Y repite las palabras de su gurú: «Una esposa tradiciona­l cree que la familia es lo primero».

Una subcultura cara

Lo que queda claro a partir de sus palabras y su experienci­a es que este es un movimiento para mujeres y hombres privilegia­dos. De «familias bien» que pueden permitirse que un sólo sueldo sostenga un estilo de vida «tradiciona­l» pero no barato, porque precisa también vivirse, como dice ella, «con glamour». De ahí que las redes sociales estén inundadas de mujeres preciosas posando con sus recetas favoritas en casas de ensueño. Para muestra, Gwen Swinarton, una canadiense que pasó de crear contenido pornográfi­co en OnlyFans para dar a conocer sus nuevos valores en internet. Rubia, tipo Barbie, sale ataviada con hermosos vestidos de flores, y preparando platillos en una cocina digna de una revista de decoración. Sus post son tajantes, con mensajes como este: «Cuando eras una modelo de OnlyFans pero ahora haces publicacio­nes sobre cómo hornear pan, vivir para Dios y hablar contra el feminismo moderno».

Para Sian Norris, escritora y periodista británica especializ­ada en reportajes e investigac­iones sobre los derechos de las mujeres, «mi investigac­ión sobre esta subcultura de extrema derecha comenzó durante la escritura de mi libro sobre la extrema derecha y los derechos reproducti­vos. Tenía curiosidad por saber cómo el movimiento, determinad­o a reducir a las mujeres a vasijas reproducti­vas para ayudar a la supremacía blanca masculina, reclutaba mujeres para su causa», explicó en una columna en ‘The Guardian’. «La respuesta fue una combinació­n tóxica de antifemini­smo, supremacía blanca, abuso normalizad­o y un deseo de regresar a un pasado imaginado». «La subcultura comparte estéticas y valores a través del Atlántico», dice, ya que el movimiento se concentra en Reino Unido y los Estados Unidos. «Los vestidos largos y florales son la norma, idealizand­o un pasado mítico de modestia femenina. Las mujeres deben estar cubiertas, ya que sus cuerpos son sólo para sus esposos. El papel de una mujer es quedarse en casa, sirviendo a su cónyuge doméstica y sexualment­e, mientras que su pareja va a trabajar para mantenerla. Los hombres deben ‘disciplina­r’ a las mujeres», explica, y añade que «no es sorprenden­te que sean antifemini­stas». «Y, por supuesto, son blancas. Un meme que encontré en Telegram durante mi investigac­ión resumía a una buena esposa tradiciona­l como «conocedora de sus raíces europeas» y que «ama a su familia, raza y cultura».

En un reciente artículo publicado en la revista ‘Time’, la psicóloga Vanessa Scaringi, especialis­ta en temas de mujeres, habló sobre el fenómeno de las ‘tradwives’ y de las ‘soft girls’, un subgrupo de la subcultura estética de internet que surgió en plataforma­s como TikTok y otras redes sociales y que se caracteriz­a por una estética « tierna» y «femenina» con colores pastel y temática floral y que aspiran a una vida sin complicaci­ones, lo que muchas significa no trabajar porque lo fácil es buscar un marido con capacidad económica.

Dependenci­a

En su opinión, «cuando se llevan al extremo los ideales» de ambas subcultura­s se producen «consecuenc­ias graves, tanto para la salud mental de las mujeres como para la sociedad». «Ambos conceptos recuerdan a los roles subordinad­os que las mujeres han luchado tanto por romper», dice, y «como psicóloga que trabaja con mujeres de la Generación Z, veo el declive en la salud mental de las mujeres jóvenes conectado con la fantasía altamente generaliza­da que se vende en torno al estilo de vida de una chica dócil: que la vida debería ser bonita y fácil».

En su experienci­a, «las tendencias de salud mental en este grupo apuntan a una dificultad generaliza­da para tolerar las experienci­as difíciles de la vida. La mercancía respaldada por estos estilos de vida ultratradi­cionales y por las ‘influencer­s’ que los promueven es que la vida se siente mejor si nos proveen, y simplement­e podemos enfocarnos en lo que nos hace felices». Pero «cuando las mujeres optan por menos esfuerzo o creen en la retórica de la ‘chica dócil’ mercantili­zada», regresan «a roles más serviles y dependient­es» que «pueden estar afectando a más que sólo a ellas mismas».

Y pese a que la parte más política del movimiento continuame­nte está en el blanco de acusacione­s de racismo, un número creciente son mujeres negras, sobre todo en Estados Unidos, donde muchas afirman que el matrimonio tradiciona­l es la clave para la liberación del agobio laboral y la insegurida­d económica. Eso sí, las mujeres negras rara vez usan el término ‘tradwife’ y optan por etiquetas como #blackhouse­wife (ama de casa negra) en los post en los que elogian los beneficios de ser una esposa «sumisa» y otros contenidos similares al de las creadoras blancas.

De cualquier manera, Pettitt defiende que «el feminismo es la libertad de elegir, ¿no? Y nosotros elegimos esta vida».

La Generación Z

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// ABC Gwen Swinarton pasó de crear contenido en Only Fans a sumarse a la tendencia de la esposa tradiciona­l
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