ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

UNA CRIPTA EN VIENA

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Imagen es aquello en donde lo que ha sido se une como un relámpago al ahora en una constelaci­ón WALTER BENJAMIN ‘Libro de los Pasajes’

la fachada del Hofburg –el palacio imperial–, la coqueta plaza Lugeck –con su monumento a Gutenberg en el centro–, el lujoso edificio del Café Central o el de las oficinas de la Imperial y Real Riunione Adriatica di Sicurtà, entre muchos otros. O la imponente sede del museo Albertina, aunque alguien, con un gusto dudoso, haya decidido añadirle una visera metálica que le encaja como a una Venus una mochila de montañero. Hasta la catedral de San Esteban, cuya piedra se veía oscura y mugrienta cuando el viajero la conoció, treinta años atrás, luce hoy tan clara y aseada que no parece que sea la misma.

El privilegio de los años

El viajero cruza la Innere Stadt sin prisa por la mañana, hasta el canal del Danubio, no tan azul como el río del que se nutre, que tampoco lo es como el del vals; y luego al anochecer por la Augustiner­strasse, la Reitschulg­asse y la Herrengass­e en busca del espacio abierto del SigmundFre­ud-Park. El privilegio de los años y de las visitas anteriores le permite a uno saltarse las atraccione­s obligatori­as, que no dejan de ser recomendab­les para quien vaya por primera vez: desde los grabados que atesora el Albertina hasta las maravillas varias del Kunsthisto­risches Museum, sin olvidar el edificio de la Sezession. Exonerado de la necesidad de intentar ver ‘El beso’ de Gustav Klimt al otro lado de la masa de perpetrado­res de selfis que se amontonaba­n ante él la última vez que se acercó a la sala que lo alberga, resulta más reconforta­nte procurarse la experienci­a solitaria de admirar, a través de una pradera que a esa hora no pisa nadie, las torres de la Votivkirch­e iluminadas contra el cielo ya oscurecido.

Aunque sea un pastiche gótico del siglo XIX, tanto por su emplazamie­nto, que permite verla con perspectiv­a, como por su interior, que invita al recogimien­to y a la conciencia de la propia insignific­ancia, es una de las iglesias más impresiona­ntes de la ciudad. Erigida en acción de gracias a instancias del emperador Maximilian­o de México, después de que su hermano Francisco José I sobrevivie­ra a un atentado, venir aquí forma parte de un ritual personal de agradecimi­ento. Hace veinticinc­o años de la publicació­n de una novela cuya última página sucedía en este parque; una novela que trajo a su autor tanta fortuna, en forma de lectores, como nunca habría podido imaginar. Un cuarto de siglo después, otros doce libros con los mismos personajes son un buen motivo para darse la caminata en señal de gratitud.

En la nave, espaciosa y diáfana, vuelven a la memoria las criaturas de Roth; no sólo los Trotta de ‘La marcha de Radetzky’ y ‘La Cripta de los Capuchinos’, sino el siempre brillante y cáustico conde Chojnicki, cuyas frases son sentencias que, si bien fueron escritas para otro contexto y otra crisis, resuenan en el oído del lector europeo contemporá­neo con ecos de una estreme

cedora actualidad. «No hay nada más vulgar que la venganza», alega en reivindica­ción del catolicism­o, porque promueve el perdón en un mundo que no piensa más que en el desquite, y que no deja de presentar algunas similitude­s con este en el que tantos idearios se alimentan ante todo del rencor. O su cruel diagnóstic­o sobre los revolucion­arios: «No es que yo tenga nada en contra, pero las revolucion­es de hoy día tienen un defecto: no llegan a triunfar». El fino aristócrat­a, apegado a la realidad compleja, primordial y contradict­oria de un Imperio en el que se mezclaban las etnias, las lenguas y las religiones, señala con crudeza el mal de su época: «Existe una especie de imbecilida­d en los ideólogos».

Cuesta coincidir plenamente con Chojnicki, por su cinismo y su descreimie­nto, pero hay algo que lo enaltece, y es que se sabe muerto y no pretende venderle nada a nadie. Caminando de regreso hacia el hotel, ya bajo una noche cerrada, piensa uno si los relatos de Roth, inspirados en el ocaso del Imperio que a él le tocó ver desmoronar­se, no deberían servirnos a los actuales habitantes del Viejo Continente como advertenci­a. Mientras nos complacemo­s en nuestros logros y nuestro bienestar, de los que una ciudad como esta es suntuosa expresión, el mundo no deja de moverse, en un sentido que tal vez no nos sea favorable. Ante nuestros países envejecido­s, ante esa Unión Europea en horas bajas, ante nuestra incapacida­d para concebir que el conflicto pueda

llllegar a nuestras puerttas, se despliega un nuevo orden en el que pueblos más jóvenes, más pujantes y más agresivos piden el lugar que ocupaban las antiguas potencias. InIncluso el gigante norteteame­ricano, garante aarmado de nuestra prosperida­d más reciente, se enfrenta a sus propios temblores y zozobras.

En Viena nos encontramo­sc con Paco Bernal, uno de esos muchos españoles que en los últimos años se han buscado la vida fuera de España y alma de Viena Directo, un blog de todo punto aconsejabl­e para acercarse a los secretos de la ciudad en la lengua de Cervantes. Una de sus últimas entradas nos ofrece un dato que inquieta: de los 252 diplomátic­os rusos acreditado­s en Viena –sede de varias organizaci­ones internacio­nales– se calcula que al menos 100 son espías activos. Viena, añade, es una pieza central en la partida que ya ha comenzado, aunque prefiramos seguir en la ignorancia, como esos personajes de Roth que al borde del abismo apuraban su ilusión de paz.

Al pasar frente a la Cripta de los Capuchinos, en Neuer Markt, comprueba c el viajero que aún no está es cerrada. Imposible resistir la tentación te de visitarla, aunque uno ya la conozca. Lo cierto es que nunca la ha visto así: completame­nte sola, so sin que nadie le estorbe la contemplac­ión. te Recorre la gran estancia en la que se alinean los sarcófagos go de los Habsburgo, la dinastía oriunda or de Suabia –en la actual Suiza– za que reinó en Europa y a través de España en buena parte del mundo. do Más modestos los primeros, grandioso di el de la emperatriz María Teresa, re austero y melancólic­o el del último tim de la estirpe con corona imperial, im Francisco José I. Lo flanquean qu los de su esposa Elisabeth y su hijo Rodolfo, a quienes tuvo la desgracia de sobrevivir, sumada a la de reducir a la nada el imperio heredado de sus ancestros.

El desafío de Europa

Su soledad, su abandono, aunque la cripta se vea impoluta, tienen esa nobleza postrera que imprime la derrota. Perdura al cabo en Viena su belleza magnífica, la de sus calles y avenidas, la de la música de Schubert o de Bruckner, de quien en 2024 se celebra el bicentenar­io. «La mariposa voló lejos de Viena», dice la letra de una canción de Tino Casal, pero piensa el viajero que el alma de Europa no puede parar en esta voluptuosi­dad elegíaca. El joven Trotta, en su descenso final a la cripta para presentar sus respetos a su emperador difunto, se pregunta a dónde puede ir. Ya sabemos a dónde fue Austria después de aquella caída.

Quienes lo evocamos hoy tenemos el deber de imaginar algo mejor, más a la altura del legado que hemos recibido, frente al desafío de un siglo en el que Europa, nos guste o no, dejó de ser el centro y ha de buscar su sitio en el desconcier­to global.

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 ?? FOTOS: LORENZO SILVA ?? La Votivkirch­e y el Sigmund-Freud-Park al anochecer
El sarcófago de la emperatriz María Teresa y su marido, Francisco de Lorena, en la Cripta de los Capuchinos
El Albertina, con su discutible visera posmoderna
Interior de la Votivkirch­e
FOTOS: LORENZO SILVA La Votivkirch­e y el Sigmund-Freud-Park al anochecer El sarcófago de la emperatriz María Teresa y su marido, Francisco de Lorena, en la Cripta de los Capuchinos El Albertina, con su discutible visera posmoderna Interior de la Votivkirch­e
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