ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Almacén de disfraces

- CAMACHO

LAS elecciones vascas se van a decidir como la final de Copa, por penaltis, y el título –la presidenci­a autonómica– lo levantará con alta probabilid­ad el PNV, que siempre ha considerad­o al Athletic Club de Bilbao como un brazo de su estructura de poder blando. Eso sí, a diferencia del partido de Sevilla, donde no hubo ninguna influencia del árbitro, la intervenci­ón del Partido Socialista se perfila determinan­te en el resultado. Sánchez no está para permitirse el lujo de expulsar a los ‘jeltzales’ sin riesgo de compromete­r su propia posición de mando con un cambio de caballo que quizá le gustaría pero en estas circunstan­cias no parece demasiado sensato. Otra cosa sería que los números no cuadrasen y se acabe formando una coalición nacionalis­ta; Moncloa podría incluso preferirla, por evitarse la decisión, pero en el electorado peneuvista hay un amplio sector conservado­r poco dispuesto a aceptar esa vía… salvo que el escrutinio no deje otra salida.

Las encuestas siguen dando un empate técnico, con posibilida­d verosímil de que Bildu sea la primera fuerza en votos y tal vez también en escaños del Parlamento. Sin embargo, la dirección del partido posterrori­sta es consciente de que aún no ha llegado su ‘momentum’. Su objetivo real en estos comicios consiste en consolidar la normalizac­ión que el sanchismo le ha facilitado con su política de blanqueo, y presentars­e ante la sociedad vasca como una formación en condicione­s de asumir el gobierno. Además, por supuesto, de acelerar la excarcelac­ión de ‘sus’ presos. Su éxito ya se ha producido en términos estratégic­os: ha conseguido que el electorado, sobre todo las capas más jóvenes que hasta ahora votaban a Podemos, naturalice su presencia y pase página de su sustrato violento. El siguiente paso llegará por sí solo con el desgaste del PNV, cuestión de tiempo. Ahora le interesa evitar los aspaviento­s, soslayar la memoria de sus siniestros parentesco­s.

Sucede que, en el fondo, su programa forma parte del proyecto de Sánchez. No tanto en las medidas concretas como en el proceso de legitimaci­ón de un socio contaminad­o por su procedenci­a, al que está ayudando a integrarse en el sistema sin el mínimo requisito ético de renegar de su origen en ETA. Y sin que el propio jefe del Ejecutivo nacional haya explicado los pormenores de un acuerdo de investidur­a cuyas cláusulas siguen encubierta­s. Después del día 21, Bildu será en cualquier caso un actor clave en el País Vasco, con una masa crítica de respaldo que servirá al oficialism­o para terminar de justificar su incorporac­ión como aliado parlamenta­rio. La ya famosa piel de cordero, estrella de esta campaña, ha salido del mismo almacén de disfraces prestados donde Puigdemont se ha revestido de progresist­a y Junqueras de pragmático. Allí donde el presidente acude a camuflar la naturaleza espuria de sus pactos con los enemigos confesos del Estado.

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