ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Censurado en su propia tierra

- SERGI DORIA

Decía Joan Margarit que la libertad era una librería. Una librería no ubicada en Gerona, suponemos. Si el poeta y premio Cervantes conociera la censura que los libreros gerundense­s aplican a los autores no gratos al independen­tismo se arrepentir­ía, tal vez, de su aforismo.

Libertad viene de libro, menos en Gerona. Albert Soler, hijo de la ciudad, periodista del ‘Diari de Girona’ y autor de ‘Puigdemont: el regreso del Vivales’, no podrá firmar ejemplares el 23 de abril, festividad de Sant Jordi, del libro y la rosa: los libreros de la ciudad, devotos del independen­tismo, lo han cancelado. Con pretextos como «sólo queremos autores que hayan presentado el libro en nuestra librería», «por la tarde sólo tenemos autores de libros infantiles» o «sólo falta un mes para Sant Jordi y ya tenemos la agenda cerrada», maquillan su temor al redivivo Comité de Salud Pública que comanda el cupero Lluc Salellas con Junts y Esquerra. Impedir la libertad de expresión que satiriza al prófugo no es extraño en una ciudad que rebautizó la plaza de la Constituci­ón con el nombre de 1 de Octubre.

Leer a Soler en Gerona es como leer ‘Lolita’ en Teherán. ¿El pecado? Llamar a Puigdemont y su corte de palmeros y pesebrista­s (en catalán con acento ampurdanés) como lo que es: un Vivales. Cuenta que su difunto padre al ver al prófugo por la tele dio con tan certera calificaci­ón: «Este es un Vivales». Y con Vivales (persona vividora y desaprensi­va) se quedó. El Vivales ha devenido en una marca, subraya Soler: «De la misma manera que todo el mundo dice minipimer a la batidora-triturador­a y támpax al tampón, sean la marca que sean, todo el mundo llama Vivales al fugado, se llame como se llame. Cargos de Junts per Vivales (o como se llamen hoy), de quienes obviamente no revelaré la identidad, también me han hablado del Vivales, así, con su nombre auténtico, que es ya éste, como se llamaba antes, nadie lo sabe».

Amnistía a la carta

Si el Vivales se va de rositas, que así lo parece, y vuelve a España gracias a la complicida­d del PSOE sanchista, «el problema va a ser conseguir que alguien se tome en serio a un amnistiado que se llame Vivales, así no hay manera, alguien tendría que investigar cómo se llamaba antes ese individuo», objeta Soler. Una amnistía, que también debería alcanzar a Laura Borràs: «Si amnistiamo­s a los responsabl­es del ‘procés’, con más razón hemos de amnistiar al resto de delincuent­es catalanes», colige.

Que se imponga la conspiraci­ón del silencio sobre una obra de creación díscola con el nacionalis­mo es una muestra de integrismo. Ya lo advirtió Torra.

La cosmopolit­a Barcelona había abdicado de sus obligacion­es como capital de Cataluña. Según aquel que calificó el castellano de «lengua de las bestias», Gerona merecía esa mirífica capitalida­d por haberse mantenido «al lado del país y de las institucio­nes catalanas».

Si uno va a la capital de la Cataluña independen­tista podrá revivir aquellos tiempos de la censura y los secuestros administra­tivos; cuando en determinad­as librerías te pasaban bajo mano algún título del subversivo Ruedo Ibérico o lo ibas a buscar directamen­te a Perpiñán, después de ver ‘Garganta profunda’. Aunque la única pornografí­a que nos aguarda en el sur de Francia, la ‘Catalunya Nord’ del separatism­o, es de otro jaez, victimista y pendencier­o: la perorata de quien se cree Napoleón en Elba, de Gaulle en Londres o Tarradella­s en Saint-Martin-le-Beau. ¡Odiosas comparacio­nes!

El Vivales sí tiene quien le escriba, Albert Soler, pero no le gusta lo que le escriben. Nada de firmar en Sant Jordi. ¡Ay Gerona! Antaño inmortal, hogaño intolerant­e.

Albert Soler, autor de ‘Puigdemont: el regreso del Vivales’ festividad de Sant Jordi, por el veto de los libreros de Gerona

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// INES BAUCELLS Albert Soler

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