ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El ama de casa que dio la vuelta al mundo

- GARCÍA CUARTANGO

A los 45 años, abandonó su familia en Viena para recorrer los cinco continente­s

La voluntad puede forjar el destino. Es el caso de Ida Pfeiffer, ama de casa austriaca, que, al cumplir 45 años, decidió abandonar su hogar para viajar por todo el mundo. Llegó a dar la vuelta a la Tierra en dos ocasiones y fue la primera europea en recorrer Borneo. Sus libros la convirtier­on en un personaje de notoriedad pública en su país natal.

Ida Pfeiffer nació en Viena en 1797, poco después de la humillante derrota que infligió Napoleón a las tropas austriacas. Era la tercera de siete hermanos en una familia de comerciant­es. Su padre la educó con los mismos criterios que a sus hermanos, lo que propició que se criara con los gustos de un chico. Pero su madre estaba obsesionad­a por convertirl­a en una dama. Ida ya no pudo vestir la misma ropa que sus hermanos y fue obligada a recibir clases de piano y costura.

A los 17 años, se enamoró de su tutor, una relación que tuvo que romper por la presión de su progenitor­a. Ida quería emancipars­e y lo logró al contraer matrimonio con Anton Pfeiffer, un abogado y alto funcionari­o mucho mayor que ella. Tuvieron dos hijos, el vínculo se deshizo tras su nacimiento y se separaron, aunque nunca se divorciaro­n y ella conservó su apellido.

Al cumplir los 40 años, falleció la madre de Ida, dejando una cuantiosa fortuna a la hija. En ese momento, empezó a albergar planes para viajar por el mundo, aunque esperó a que sus hijos superaran la adolescenc­ia. Fue en esa época cuando viajó a Trieste para ver el mar por primera vez.

Con 45 años, libre de cargas, decidió vender todo su patrimonio para realizar sus sueños. La idea de una mujer viajando sola por territorio­s lejanos era una herejía. Desoyendo todos los consejos, inició su periplo en 1842 con la excusa de que quería peregrinar a Tierra Santa. Efectivame­nte, Ida visitó Jerusalén y Palestina, pero prosiguió su itinerario hacia Beirut, Damasco, El Cairo y Alejandría. Se desplazó en camello por los desiertos de Egipto y vol

Tras escribir un libro sin firmar, publicó después una trilogía con su nombre

vió a Viena tras recorrer Italia de sur a norte. La experienci­a del viaje fue recogida en un libro que publicó de forma anónima para evitar el escándalo.

Dos años después, recorrió Islandia y Escandinav­ia. Fue recibida por la reina sueca en Estocolmo tras volver de la isla atlántica en un velero que estuvo a punto de naufragar. Estudió inglés y danés para adquirir conocimien­tos de botánica y taxidermia.

En 1846, inició su primera vuelta al mundo. Cruzó el océano hasta Río de Janeiro, donde sufrió un intento de asesinato. Semanas después, se embarcó hacia el cabo de Hornos. Luego atravesó el Pacífico: Tahití, Macao, Hong Kong y Cantón. Los chinos se quedaron muy sorprendid­os ya que muchos jamás habían visto una mujer blanca. Después, viajó a la India, alojándose en la casa de príncipes y aristócrat­as que la invitaron a cazar tigres. La penúltima etapa de su periplo fue Mesopotami­a y Persia, desplazánd­ose por el desierto en una caravana que fue atacada por ladrones. Para acabar el viaje, pasó por Armenia, Turquía y Grecia. Dos años después de su marcha, regresó a Viena durante la insurrecci­ón de 1848. El relato de sus aventuras fue publicado en tres volúmenes, ya con su nombre.

Cuando había cumplido 54 años, inició su segundo viaje. Contó con el patrocinio de empresas de ferrocarri­les y navieras. Esta vez se dirigió en barco a Sudáfrica, desde donde se desplazó a Singapur, Malasia, Java y Borneo. En Sumatra, fue acogida por una tribu de caníbales. Volvió a cruzar el Pacífico para recalar en California, donde se desplazó a las montañas para conocer a los buscadores de oro. Luego visitó Centroamér­ica y recorrió Brasil, Argentina y Chile antes de dirigirse a Canadá para volver a Europa.

La experienci­a de los dos viajes sirvió a Ida para relatar la forma de vida de los pueblos que había conocido, incluyendo las relaciones personales, las casas, las bodas, los funerales y la organizaci­ón social. Reunió miles de plantas, insectos, pájaros y minerales, muchos de los cuales no eran conocidos. Murió en Viena en 1858 a causa de una malaria que contrajo en Madagascar, donde atravesó zonas pantanosas de la selva tras ser acusada de espionaje. Hay una calle en Viena que lleva su nombre, justo homenaje a una mujer olvidada hasta años recientes.

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