ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Ósip Mandelstam busca su redención en España

Ernesto Hernández Busto traduce y edita ‘El ruido del tiempo’, donde el poeta narra su infancia y juventud El libro viene a reivindica­r al escritor, que todavía no tiene una traducción al español a la altura de sus versos

- WILLIAM GONZÁLEZ GUEVARA MADRID

Ósip Mandelstam (Varsovia, 1891 - Vladivosto­k, 1938) falleció en un campo de concentrac­ión. ¿Su delito? Escribir poesía o, mejor dicho, escribir un poema satírico contra Stalin. Sin embargo, a pesar de que su poética lo haya conducido a la muerte, la literatura de Mandelstam ya era grande incluso antes de que Stalin llegara al poder. Por supuesto, fue víctima del totalitari­smo y, como se refleja en su biografía, firmada por Ralph Dutli, era una hombre que amaba la vida.

La infancia y juventud de Mandelstam se refleja muy bien en ‘El ruido del tiempo’ (Elba), cuya traducción y prólogo corre a cargo de Ernesto Hernández Busto. «Mandelstam es un clásico, nos recuerda que un canon no se construye sólo con la uniformida­d o con la acumulació­n sino, sobre todo, con la originalid­ad y lo singular», cuenta Busto. Este libro abarca su primera etapa vital y describe a ese escritor «cosmopolit­a y ambicioso».

Una poética en cuatro libros

Su poética se resume en cuatro libros y va más allá de lo que siempre se menciona sobre él: acmeísmo, Ovidio o Stalin. Mandelstam fue más que eso. Un verdadero corte reflexivo en el panorama literario ruso. El propio Busto destaca que «ilustra muy bien el destino del escritor enfrentado al poder totalitari­o, que primero contempla la caída del Antiguo Régimen sin nostalgia (y hasta con cierta simpatía) pero luego es devorado por esa misma Revolución». Sin duda alguna, la traducción ofrecida está a la altura y profundiza en un autor que empezaba a dar sus pasos prosaicos para luego dinamitar sus sentires poéticos.

Un sentir que para Busto no se debe opacar con esa idea de «poeta mártir» asociado a las ineludible­s memorias de su esposa Nadiezhda Mandelstam. Puntualiza que, en el terreno poético, el autor es un completo desconocid­o afirmando que «el lector español tiene una asignatura pendiente» pues, bajo su punto de vista, las traduccion­es disponible­s no parece

No podré ver esa famosa Fedra en la parte más alta del teatro, envuelto en humo, desde el gallinero, a la luz de unas velas consumidas. Insensible ante actores que se esfuer

[zan por ganar su cosecha de ovaciones, y escuchando detrás de la baranda unas aladas rimas en pareados:

No podré ver esa famosa Fedra

«—Si el odio sólo puede atraer vues

[tro odio...» ¡El teatro de Racine! Un grueso velo nos impide el acceso a ese otro mun

[do; con sus profundos y cambiantes plie

[gues, ese telón permanece cerrado. Chales clásicos caen desde los hom

[bros, la voz se forja con el sufrimient­o y en la cima del luto el verbo vibra, incandesce­nte por la indignació­n.

¡Llego tarde al festejo de Racine!

Los programas de mano crujen, muer

[tos, y huele a peladuras de naranja. Rompiendo su letargo secular, mi vecino de asiento me confiesa: —Me choca la locura de Melpómene, sólo pido a la vida algo de paz; antes de que esta turba de chacales despedace a la Musa para siempre, será mejor que nos vayamos yendo.

Si un ateniense viera nuestros jue[gos...

que «ilustren la altura del original».

‘El ruido del tiempo’ funciona como un memorial: recuerdos familiares, la relación con el judaísmo, la vida en San Petersburg­o... Nada más empezar, en ‘Música en Pavlovsk’, el autor desmenuza sus vivencias: «Recuerdo los años muertos de Rusia, la década de los noventa, su lento deslizarse […], las mangas hinchadas de las señora y la música». Para el traductor de la obra, ya desde sus inicios, Mandelstam fue un poeta con un visión demoledora, capaz de fijar la literatura rusa como «una parte ineludible de Occidente». Y si pensamos en la división que hizo Susan Sontag sobre la literatura rusa, lo que demuestran estas memorias de Mandelstam es que «la prosa no era ‘ literatura de servicio’: podría escribirse una prosa a la altura de la poesía».

Formado por 14 breves fragmentos, el autor acude a dos elementos imprescind­ibles: una prosa evocativa (Proust) y la ironía. El intimismo, el traslado a lo espacial de la época están presentes. Sin embargo, no hay nostalgia o «pasión por el tiempo recobrado». Hay alusiones a esos tiempos de revueltas. «Siempre se sabía de antemano qué días iban a producirse revueltas de estudiante­s junto a la catedral de Kazán», escribe un joven Mandelstam. A pesar del enfoque político en cuanto al entorno, lo que realmente forja es su existencia literaria. Nos revela su biblioteca: Schiller, Goethe, Shakespear­e, su Pushkin en edición de Isakov y otros

tantos. En definitiva, forja su relación con la lengua y con la vida.

Viajes

También hay espacio para sus viajes a Finlandia, país que visita en Navidad durante el invierno. Sin embargo, su obra está unida a ese San Petersburg­o, al que se muda su familia en 1897. Pese a la representa­ción de esa ciudad dentro de la cultura rusa, su figura de poeta lo trasladará a otro enfoque. Un estilismo desplegado, por ejemplo, en su poemario ‘Cuadernos de Vorónezh’. Mandelstam es un auténtico curador del tiempo. Él mismo lo escribe: «No es de mí quien quiero hablar: más bien intento seguir la época, el ruido y la germinació­n del tiempo. Mi memoria es enemiga de todo lo personal». Para luego rematar diciendo que «la propia revolución es, a la vez, vida y muerte, y no tolera cuando en su presencia se divaga sobre la vida y la muerte». Personific­a la revolución e ironiza diciendo que «tiene la garganta reseca, pero no aceptará una sola gota de agua de un extraño».

Uno de los cuestionam­ientos vitales de Mandelstam más complicado­s es su relación con el judaísmo. «Se trata, primero, de una huida de algo que percibía como confusión de lenguas, o como ortodoxia religiosa, o simplement­e como el ‘tener que’ heredar un destino en vez de escogerlo», explica Busto. En la prosa del ruso también hay momentos para la resignació­n, pues le preocupa ese no poder «escapar de su destino judío que lo persigue, convirtien­do al poeta en una especie de ejemplo inapelable del sino judaico en el siglo XX».

«En el corazón del siglo soy un ser confuso», reza uno de los poemas más emblemátic­os de Mandelstam. ‘El ruido del tiempo’ refleja que la relación del poeta con su tiempo fue motivo de problemas. «No, de nadie fui yo contemporá­neo, / para mí es demasiado tal honor», escribe en otra composició­n. Al joven que vemos aquí, al que la literatura rusa se le figura como algo señorial que le conturba, supo inmortaliz­ar su palabra poética en el espacio temporal en el que vivió. No estamos entonces ante una autobiogra­fía repleta de remembranz­as. Estamos, como diría el propio Hernández Busto, ante un autor que «personaliz­a a su siglo, le pone ojos soñoliento­s y lo hace sufrir paperas como las que sufrió él».

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‘EL RUIDO DEL TIEMPO’

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// ABC Un retrato juvenil del poeta acmeísta Ósip Mandelstam
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// ABC Mandelstam como detenido por el NKVD en 1938. Moriría en el gulag
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